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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Banderas negras

15 de junio de 2015 - 00:00

Banderas que no tienen nada que ver con el anarquismo. En los plantones de la oposición hay sectores que buscan usar a los convocados para dar fuerza a sus pretensiones de que se instaure un tiempo de incertidumbre, de vacío político e invocar a instituciones, como las Fuerzas Armadas, para que actúen en lo que ellos dicen debería ser la democracia en Ecuador.

El fondo de esas banderas negras es la intención de provocar caos, violencia. Se observa con claridad las estrategias y tácticas de provocación para generar una matriz de opinión que sitúa la idea de la ‘transición democrática’. Esto lo vimos en Venezuela, cuando se dio el golpe de Estado contra Chávez; en Brasil, en Argentina o el 30-S en Ecuador. Todos intentos de la derecha internacional por terminar con gobiernos de izquierda que con toda legitimidad han propuesto un camino diferente para América Latina, más aún cuando sus pueblos cansados de décadas de neoliberalismo fracasado dijeron basta a esa ideología perversa que pone al capital en su centro y hace del ser humano un mero instrumento de producción.

Esas banderas negras expresan la decadencia ideológica de la derecha que no ha tenido la capacidad de innovarse e insistir con un modelo de economía de mercado que somete al ser humano a las condiciones del capitalismo transnacional. No queremos decir que todos los que asisten a esos plantones de la oposición sean fascistas, sino que bien pueden ser utilizados por quienes sí asumen el fascismo económico y político como el programa de lucha para la toma del poder; son los que alimentan la diferenciación social -una visión racista- como fundamento de su superioridad.

Lo peor es que cierta ‘izquierda’ que se cree radical los apoya bajo el argumento de que todo vale en la lucha contra el Estado. Ya los argumentos no cuentan, ni el porqué de la lucha, sino generar la sensación de que todo está mal y que se debe ir más allá del marco constitucional. Ahí tenemos a candidatos presidenciales que con descaro dicen que lo primero que harán es no solo derogar leyes sino desmontar la Constitución. Más claras no pueden ser sus intenciones de atentar contra el Estado de derecho.

Ante esto, la ciudadanía no puede estar impávida, presenciando cómodamente lo que sucede en sus casas o viviendo una realidad viralizada en redes. Hoy más que nunca queda demostrado que el país requiere un mayor grado de politización y radicalidad y que la confrontación como principio no puede quedar atrapada en una hipócrita idea del consenso donde los sectores dominantes y la rancia seudoaristocracia hacendataria busque volver a controlar el poder político.

Es hora de avanzar en democratizar los medios de producción que incluyen los mediáticos y profundizar el ejercicio de una democracia radical donde la redistribución de la riqueza sea un paso más en firme hacia una sociedad del Buen Vivir para todos y todas.

Debemos éticamente rechazar esas banderas negras fascistas y levantar las banderas de la justicia social, no de la socialdemocracia, sino del socialismo revolucionario del siglo XXI. (O)

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