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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Assange y la justicia

12 de febrero de 2016 - 00:00

La verdad, en su lugar y en su tiempo, implica evitar descalificaciones sin fundamento o censura por acusaciones de delitos sin pruebas concluyentes. En el caso y dejando de lado los factores externos de la persecución contra Assange de clara orientación geopolítica, por las revelaciones de WikiLeaks -sobre las ‘hazañas’ de la diplomacia norteamericana en el devenir de pueblos y sus regímenes, cualesquiera que estos sean y sin importar sus orientaciones ideológicas-, debemos insistir en la obstinación de órganos judiciales de Suecia e Inglaterra para inquirir al comunicador Assange, asilado en nuestra embajada. Los hechos de pesquisas responsables que permitieran el esclarecimiento de rigor de los aparentes delitos que se le imputan no se han producido todavía. Hoy, por segunda vez, la Fiscalía sueca ha pedido interrogarlo en las oficinas de la propia legación de Ecuador, después de que hace un mes la Cancillería devolvió un pedido similar por visibles errores. Esta acción, que bien pudo hacerse en la representación ecuatoriana y darse antes, en el momento de la protección diplomática, concedido por nuestro país, es un válido reproche,  frente a la porfía de Estados inmersos y aliados, en definidas y obvias posiciones e intenciones políticas, unida a la estrategia mundial de la gran nación del norte. El politólogo Paul Craig cree que la influencia de EE.UU. en el mando sueco e inglés exigirá solo una solución admisible a sus intereses, la extradición de Julian a EE.UU., para  juzgarlo por espionaje y condenarlo a largos años de cárcel o a la muerte.   

En septiembre de 2014, Assange pidió ante el Grupo de Trabajo sobre Detenciones Arbitrarias de la ONU un recurso formal denunciando el hecho de estar recluido en un espacio de 30 metros, con pocas posibilidades de recibir luz solar y aire renovado, lo que decididamente ha quebrantado su salud. El pedido fue resuelto, el informe evacuado y publicado por el grupo de Naciones Unidas el viernes pasado, expresando la ilegalidad de la detención de Julian Assange en un veredicto casi unánime solo por el voto disidente  del delegado ucraniano Vladimir Tochilovski. No obstante, los gobiernos, tanto de Suecia como de Inglaterra, no aceptan el fallo de NN.UU., ya que no es vinculante. En consecuencia, el problema sigue allí. Rolad Adjovi, presidente del Grupo de la ONU, declaro: “Qué sentido tiene el mecanismo de solución de controversias si Inglaterra y Suecia no quieren aceptar sus resultados”. Las autoridades de ambas monarquías involucradas en el asunto muestran y asumen posiciones arbitrarias, al oponerse a cumplir las prescripciones internacionales surgidas de una entidad de Naciones Unidas, cuyas implicaciones morales y éticas son relevantes.

El orden mundial, dice con toda razón el presidente Correa, “no solo es injusto, es inmoral”. Las pequeñas instancias terrestres que la humanidad ha construido en materia de equidad y DD.HH. no solo deben ser enunciados de buenas intenciones destinados a que sean cumplidos en territorios del subdesarrollo, también deben ser acatados por aquellos que faltan a la batalla humana y los que niegan la perspectiva de libertad a espíritus generosos, que van más allá de las cargas diarias del presente, para  iluminar un futuro sin extravagancias ni las truculencias de las guerras furtivas de las grandes potencias. Y por tanto, Julian Assange, que ha sido capaz de develar los enredijos de  intrigas y juegos tácticos para tornar un mundo agobiado, soñoliento, indiferente, donde miles mueren en el mar y la tierra, millones huyen del hambre y la violencia, merece una justicia proba. (O)

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