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El Telégrafo
Xavier Lasso

Apóstatas

05 de diciembre de 2017

Apóstata originalmente era aquel que en la guerra desertaba llenándose de afrenta irreparable por su traición. Después, y a lo largo de la historia, la apostasía ha tenido más que ver con asuntos de religión.

En Europa hoy se habla de apostasía como un derecho ciudadano que permite borrar todos los registros de una religión que ya no se abraza. Se puede renunciar al bautismo, por ejemplo, e iniciar un largo trámite que deje constancia de la nueva opción. Pero por extensión también se podría considerar apóstata a aquel que, imaginemos, acopia los libros que dieron origen a su pensamiento, visión del mundo, a su ideología y los lanza a una pira suscitando una verdadera hoguera bárbara.

Esa renuncia muchas veces ha tenido que ver con temas del poder: echo por la borda mis compromisos y dejo pública constancia, hasta con notoria carga de remordimiento, para ser admitido en el nuevo proyecto que, como todo lo que tiene que ver con el poder, exige aparente fidelidad; siempre apariencia porque hay quienes, muchas veces en su vida, van de un lado al otro, se ladean.

En la actual hora de América Latina, cuando se orquesta un plan que pretende borrar todo vestigio del progresismo, más de una década de recuperación de autoestima social, que supo reducir muy ostensiblemente pobreza y abatir inequidades. Las cabezas más visibles de ese momento son sometidas a todo tipo de vejaciones. Evo en Bolivia, Lula en Brasil, Cristina en Argentina, Correa en Ecuador, deben ser aniquilados políticamente porque está visto que, como en el caso de Venezuela, aun sin Chávez, no todo funciona linealmente. Maduro ha resultado muy duro de roer, está tomando demasiado tiempo acabarlo y el deterioro de Venezuela, con logros sociales importantes, tomará mucho tiempo reparar.

No pretendo sostener, no puedo, que algunos de los rostros del cambio que hoy vivimos en Ecuador son acomodo, habrá siempre aquellos que modifican ciertas posturas lealmente, convencidos de que las rectificaciones no podían esperar, como me lo dijo un amigo parido en las filas de la Revolución Ciudadana, porque quién sabe si estábamos al borde de una guerra civil.

El telón de fondo, que luce en parte orquestado desde los centros de poder real, nos debería imponer más y mejores lecturas políticas, más allá del inmediatismo, porque está en juego esa esperanza que las políticas sociales regaron por muchos lados.

Lo de nuestra región, que emprendió una clara recuperación del Estado, indispensable para contestar a los despiadados organismos internacionales, como el FMI, debe sostenerse hasta que nosotros seamos capaces de diseñar nuestro destino. Esa renuncia no es opción, no podemos cambiar tanto. (O)

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