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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Antes y después de la misa papal en Samanes

17 de julio de 2015

El viaje pastoral de Francisco, el ‘Papa de la gente’, para emprender la cruzada humana, con la sabiduría prístina de su espíritu generoso y justiciero, y despertar la conciencia de los pueblos, a buscar  la expectativa  de pasar, más allá de los goteos del capitalismo global especulativo, para ingresar a un porvenir digno y humano el Sumak Kawsay, el Buen Vivir, el Reino de Dios en la Tierra se ha cumplido a plenitud. Millones de personas se agolparon en  calles y plazas para escucharlo. Ha culminado su gira en Paraguay dando al alma americana momentos de gozo y ansias de justicia.

Un sumo pontífice que como habla actúa, que no engaña ni se sitúa en los terrenos de la extravagancia, ni con voz altisonante utiliza el adjetivo con exceso, pero tiene la firmeza para que todos puedan oír bien y entender, ha mostrado sin necesidad de milagros de precisión, pero  con el neuma original de honestidad y la incitación a la rebeldía, que es posible buscar la justicia y la defensa de la Tierra en el espíritu de San Francisco de Asís y que hay que hacer ‘lio’ en forma organizada para lograrlo. Los evangelios, desde los orígenes, estuvieron al lado de los más pobres y desvalidos, abandonados de la fortuna, luchando por  equidad. Las persecuciones en el Imperio romano no pudieron aplastar la voluntad de los desheredados en todos los rincones imperiales. Cuando la humilde cruz sustituyó a la orgullosa águila en los estandartes romanos, entonces la Iglesia -o parte de ella- se situó al lado del mando y la riqueza. Por ello, en la metáfora papal, dicha en Quito: “El Sol es Jesucristo y la Iglesia es la Luna, si se aleja del Sol se vuelve oscura”, reitera con jerarquía moral la queja de muchísimos alejados del catolicismo por causa de los escándalos de corrupción, en tiempos ciertos y distintos actos, pero siempre en su cercanía al poder y el  dinero.

La acogida  del pueblo ecuatoriano durante el periplo pontificio fue apoteósico, tanto a su llegada a la capital de la república, recibido por el presidente Correa con un discurso profundo de hondo contenido social -apostrofado por dos locutores foráneos, el uno de un canal nacional y el otro de un medio extranjero católico, que no el del Vaticano-. Luego, tres días inolvidables de estadía en Ecuador, en Quito y Guayaquil, mostraron la inteligencia y calidad humana del Vicario de Cristo. La misa en el hermoso Parque Samanes tuvo y tiene connotaciones especiales y testimonios reales de las reacciones sociales de la población de nuestra ciudad. Y que deben relatarse, entre otras, en forma puntual, aunque la variada exegesis quede en la psiquis  de cada quien y cada cual.                         

El día de su arribo al país, en una parroquia del norte de la urbe después del culto dominical: -¿Piensan ir a la misa del Papa? -pregunta una señora  llena de anillos a sus amigas en el atrio del templo. -Sí,  contestan al unísono; y riposta: -Pero vistan sencillas, pues allí va toda clase de gente.

-Me voy a la misa del Papa -dice al concluir de ponerse en facha de misa campal, a su marido que duerme. El chofer la conduce a  la explanada. Pero regresa y acusa: No hay sillas dónde sentarse.

-Llevamos la bandera -musita y camina con su familia y vecinos al encuentro del Santo Padre; pasa raudo un auto pequeño. -¡El Papa!, exclaman eufóricos. Francisco  los saluda con mirada luminosa.

-Que orgullosa me sentí por la organización de la misa en Samanes -confidencia. -Todo en su lugar: auxilio médico, agua embotellada gratuita, mi hija fue voluntaria -lo cuenta llena de satisfacción.

Siete días después, su discurso final en Asunción: “La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común de todos y no de unos pocos”. Fue el adiós del Papa a su América Latina. (O)

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