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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Años de revolución

15 de enero de 2016 - 00:00

La expectativa de un triunfo electoral que privilegiara un programa de transformaciones sociales profundas a la sociedad ecuatoriana se consideraba una ficción, en el Ecuador de esos años. Nuestra patria, en esos tiempos convulsos, maltrecha en su condición republicana y su espíritu nacional aquejado de los mayores dolores y pesares, por la estafa bancaria, que causó desolación y muerte de cientos de connacionales y el éxodo de más de un millón de compatriotas. Y además y junto a ello, una élite política comprometida en ese desconcierto y en la corrupción, sin dirección ni hoja de ruta.

Un pueblo que con desconfianza legítima rechazaba las acciones electorales, a la que acudía por la necesidad primaria del certificado de votación, exigido en las básicas actividades ciudadanas Ese electorado no prometía nada que no fuera desazón e incredulidad en el porvenir.

No obstante, algunos, diletantes ideológicos, pensábamos en la necesidad de la génesis de un proyecto político, del conductor capaz de realizarlo, de un pueblo que venciera sus legítimas dudas. Las experiencias negativas de los gobiernos anteriores de  grupos de derecha, populistas, y hasta de un outsider surgido de una rebelión militar auguraban graves dificultades en el plano electoral. En consecuencia, lucía imposible llegar a Carondelet a un candidato desconocido, sin maquinaria comicial ni el dinero necesario. Aunque buena parte de los ecuatorianos estábamos convencidos de que debíamos acceder a un nuevo comienzo, a refundar la nación. Cien años transcurridos de la revolución de Alfaro y, como en el poema de Neruda, “cada cien años despierta el pueblo”, los ciudadanos respondieron, efectiva, positivamente, liquidando dogmas, temores, el oro de los amos.

Las ilusiones de millones de ecuatorianos se vieron colmadas por la victoria en los comicios. Rafael Correa Delgado fue elegido presidente, venciendo no solo a la compactación de la reacción derechista populista, sino  y más que nada al escepticismo, la depresión colectiva del electorado. Pronto se iniciaría el cambio de época.

La piedra sustancial de la Revolución Ciudadana estaba en la modificación institucional profunda. Sin diputados propios, convocar a Asamblea Constituyente de plenos poderes se antojaba cuesta arriba y tal vez recurrente en su necesidad de negociación, en una república caracterizada por su ingobernabilidad, donde los habitantes eran testigos de ilegalidades, en especial en la década larga de 97 a 2007, empero Correa no permitió negociar. El reconocido coraje, su confianza en el pueblo, le da la razón. Dicha convicción sigue con él, siempre.

Luego se sucedieron hechos históricos. La convocatoria a  Asamblea Constituyente, aprobada en consulta popular, en forma contundente, las deliberaciones del cónclave constituyente y el logro histórico de la Constitución de Montecristi, ratificada por el conglomerado nacional por mayoría abrumadora, abrieron el camino a 9 años de progreso y realizaciones que cambiaron la faz del territorio. Las nuevas leyes posibilitaron el fin del imperio neoliberal, extinguió la tercerización laboral y afirmó la afiliación universal al IESS, la gratuidad de la educación, la salud y la justicia.

Una política exterior de paz y amistad con los Estados, de respeto a la soberanía nacional, generó el rescate de la base de Manta, ocupada por USA; y luego en el triste incidente de Angostura, la ruptura de las relaciones diplomáticas con Colombia, mostraron a un país distinto. La construcción de infraestructura vial, de hidroeléctricas, de puertos y aeropuertos, de escuelas, hospitales y viviendas, la obra pública en su esplendor es señal inequívoca de que Ecuador jamás volverá al pasado. (O)

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