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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

¿A dónde va Brasil?

30 de octubre de 2014

El presidente norteamericano Richard Nixon, antes de rodar definitivamente las escaleras de la Casa Blanca hacia la calle, por espionaje y corrupción, tuvo una frase feliz. Dijo: “Hacia donde se incline Brasil se inclinará América Latina”. Claro que Nixon no hablaba de fútbol, sino de los múltiples y singulares valores del gigante sudamericano, de mayor tamaño que Estados Unidos, con una población de 150 millones de habitantes, el dominio de la Amazonía que limita con Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Guayana y Surinam, mientras posee una enorme riqueza petrolera tanto continental como submarina, y la mayor reserva mundial de agua dulce escondida en su seno: el Acuífero Guaraní, amén de toda clase de minerales preciosos y estratégicos.

Justamente por estos trascendentales valores, los yanquis le fijaron a Brasil en décadas anteriores el rol de subimperio. Por eso le llevaron al suicidio al líder populista Getulio Vargas con su terca defensa del petróleo, y la CIA organizó el golpe de Estado que en 1964 derrocó al eminente mandatario Joao Goulart, dando inicio a cerca de dos décadas de una sangrienta dictadura militar, con miles de prisioneros ejecutados, el imperio de los escuadrones de la muerte y la práctica de la tortura.

Contra ese sistema de horror y vergüenza se levantó lo mejor del Brasil: su juventud, sus campesinos, su clero profundamente cristiano, sus militares patriotas, los más esclarecidos líderes sindicales, artistas y pensadores. De esas tinieblas surgió Luiz Inácio da Silva (Lula) y la valerosa guerrillera Dilma Rousseff, que acaba de triunfar espectacularmente como presidenta reelecta de Brasil, hoy convertido en la sexta potencia económica del mundo.

El sueño de los yanquis y la gran burguesía brasileña, de ver el retorno triunfal del neoliberalismo con Aecio Neves, resultó un sueño de perros. De allí la furia que el triunfo de Dilma despierta en toda la derecha continental, por su propio significado y porque viene a sumarse al contundente triunfo de Evo Morales en Bolivia, lo que afirma a Unasur, Celac, Alba, Petrocaribe, en fin, la integración latinoamericana en su diversidad progresista y revolucionaria.

Desde luego, nadie puede tocar trompetas de victoria. De hoy en adelante, la lucha de Brasil, América Latina y el Caribe será mucho más dura. Bloqueo económico, sabotajes, terrorismo, paramilitares, intentos golpistas, manipulación frenética de las masas y de la juventud por los grandes medios, incluso intentos de magnicidios e invocaciones al intervencionismo militar yanqui y de la OTAN, todo ello constituirá el menú diario que brinden a los pueblos el imperio y sus testaferros locales, muchas veces disfrazados de inocentes caperucitas rojas.

De allí que la autocrítica, la rectificación de errores, el entierro de todo sectarismo, el combate a la corrupción y las obras reales de beneficio para las grandes mayorías, se constituyen en exigencias cada vez más urgentes, si no se quiere que en Brasil, Ecuador y demás países se imponga la restauración neoliberal y conservadora.

El mundo realmente trabaja de otra manera porque la mayoría de la gente no somos los agentes totalmente egoístas que creen que somos los economistas del libre mercado.

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