Ecuador, 16 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

"40 años de lucha, memoria y militancia: sin derecho no hay democracia"

28 de marzo de 2016

Este fue el lema utilizado para recordar el golpe militar en Argentina el pasado 24 de marzo. ¡Qué difícil comprender cómo la barbarie se puede imponer frente a la razón, frente a la vida! ¡Qué difícil comprender que la tortura, la violación, el aniquilamiento se hayan convertido en la estrategia de vida de las élites más rancias que solo buscaban frenar todo lo que consideraban un atentado a su condición natural de poder! El espanto que les producía la movilización de las masas los llevó a fraguar de antemano todo un sistema de muerte: listas de sus futuras víctimas; adecuación de centros de tortura y métodos de desaparición para no repetir los errores de sus pares torturadores chilenos. El ensañamiento contra los sectores progresistas llegó a tal punto que se buscó desaparecer a toda una generación de jóvenes; dejar las huellas necesarias en la memoria, en las siguientes generaciones para que no volviesen a insistir con tener una sociedad más justa, equitativa e igualitaria. El temor a lo popular los llevó a emprender un “régimen de locos” en el que el disparate y la estupidez se celebraban como hechos de heroísmo patrio. El terrorismo de Estado en su manu militari enaltecía a los torturadores como los dignificadores de la República. El poder militar llegó a creerse superior moral y políticamente al poder civil. Lo civil, para ellos, representaba la decadencia de una democracia representativa que rompía las formas y fronteras de las instituciones modernas. Su versión militar de la democracia pasaba por señalar que la tradición fundamentaba el orden de la Nación, la misma que se sostenía en el orden superior racial de las élites blancas. Sin duda una de las fuentes mayores de ese sistema de creencia se encontraba en un nazismo arraigado en la “sangre y suelo” de quienes se consideraban los herederos de la herencia y patrimonio de lo nacional. El Estado mismo se tenía que convertir en el instrumento de dignificación de los trabajadores. Lo revolucionario pasaba por un disciplinamiento a un Estado corporativo donde la Iglesia, los empresarios, hasta cierto sindicalismo exigían orden y castigo para lo popular. Había que disciplinar, hacer suplicio de la manera más cristiana; el sacrificio, las víctimas, su silencio, su anonimato, sus cuerpos, el rigor mortis, sería el gran nombre del orden constituido. Había que reconstruir la historia oficial de la dominación frente a la memoria de la subversión. Sacramentar la inmolación de las víctimas en un solo recuerdo de muerte permanente; de terror ante la posibilidad de la pérdida perenne. Masacrar el cuerpo de los torturados; los cadáveres flotando sobre las aguas; los cadáveres sumergidos, sus hijos vendidos a sus victimarios daban cuenta de la perversidad de la celebración de los triunfadores; de quienes creían que le hacían un favor a la sociedad. No solo fueron militares los criminales, sino también civiles que no podían conformarse con la igualación social. Lo diferente y distinto no podía ser aceptado como diversidad. La Nación no podía ser heterogénea sino un macizo sólido de castas dominantes y dominadas. Una nación homogénea que encontró en el neoliberalismo su instrumento de aniquilación del populismo de lo popular.(O)

Contenido externo patrocinado