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El Telégrafo
Jorge Núñez Sánchez - Historiador y Escritor

La universidad en la mira

13 de octubre de 2016 - 00:00

Aún no comienza oficialmente la campaña electoral y ya se ven en el horizonte las nubes de la demagogia y el oportunismo. Una de las mayores está constituida por el empeño que muestran la derecha y cierta izquierda desorbitada por volver al tristemente célebre ‘libre ingreso’ a las universidades.

Para la derecha se trata de una oferta demagógica, que busca ganar votos entre los jóvenes menos capacitados, que no han aprobado los exámenes de aptitud o temen no hacerlo. Y el candidato Lasso la ha planteado muy suelto de huesos, seguro como está de que sus hijos no se educarán en esas universidades nacionales, que él busca arruinar, sino en universidades privadas extranjeras.

Para la izquierda desorbitada, esa que se ha ido quedando en la orilla de la crítica y ve correr el torrente de la historia, se trata de retomar las viejas proclamas demagógicas de los años sesenta, esas que le permitieron adueñarse de las universidades y… arruinarlas.

De aquella fracasada experiencia salieron esas universidades de fines del siglo XX y comienzos del XXI, a las que el ‘libre ingreso’ convirtió en verdaderos ‘asilos de jóvenes’, que entraban a ellas con la ilusión de obtener un título y poco a poco iban desertando dada su mala preparación previa, de modo que se graduaban no más del 10% de los que entraron.

Para completar ese desastre, algunos dirigentes estudiantiles concluyeron que la culminación del “libre ingreso” debía ser un correspondiente “libre egreso”, es decir, que se les debía otorgar título a todos los que entraron, así fuese enmascarando su mala formación con cursos y cursillos pagados por los propios interesados. Al fin, acosadas por esa masiva llegada de estudiantes impreparados, las universidades y politécnicas impusieron cursos y filtros de admisión.

Paralelamente, unos cuantos vivarachos que tenían influencias en el Congreso Nacional, lograron que les aprobaran sus famosas “universidades de garaje”, donde, en general, lo más importante no era estudiar sino pagar las pensiones, lo que garantizaba, a la larga, ese soñado “libre egreso”.

Sé de lo que hablo. Fui profesor universitario por 35 años y recuerdo bien los efectos que produjo en las universidades públicas el populismo izquierdista–derechista, al que un grupo de profesores combatimos sistemáticamente, en una lucha quijotesca contra los molinos de viento.

Esa calamitosa situación de las universidades ecuatorianas fue enfrentada finalmente por la Revolución Ciudadana, cuyo gobierno creó la Senescyt y dictó la Ley Orgánica de Educación Superior, tras lo cual emprendió una profunda reforma del sistema universitario, con miras a su mejoramiento académico y fortalecimiento científico.

Adicionalmente, las universidades de garaje fueron eliminadas, así como muchas extensiones universitarias de bajo nivel, garantizando la continuación de estudios de sus alumnos.

También se amplió la gratuidad de la educación pública al nivel universitario. Se fundaron cuatro nuevas universidades públicas, para las artes, las ciencias, la tecnología y la pedagogía. Se crearon más de 10 mil becas para que jóvenes brillantes sigan estudios en las mejores universidades del mundo. Y se invirtieron cerca de 9 mil 500 millones de dólares en educación superior (2,12 del PIB).

Esa es la nueva educación superior que tenemos y que garantiza un promisorio futuro para el país. ¿Permitiremos que todo esto sea destruido por la demagogia opositora? (O)

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