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Nacionalidad Ecuatoriana

Nahuel (der.) junto a un chico de Master of the Street.
Nahuel (der.) junto a un chico de Master of the Street.
08 de junio de 2014 - 00:00 - Nahuel Staudacher Espín - Documentalista desde Bélgica

“Yo soy ecuatoriano solo cuando no estoy en Ecuador. Verá, entré en el territorio nacional, desde Colombia, en la tarde del 24 de diciembre de 1983 o, 1984, tenía 9 o 10 años. Gracias a la buena gente de Tulcán conseguimos, mi padre y yo, un buen sitio donde dormir: una casona familiar con 2 cuartos en el gran patio frontal, que se alquilaban para transportistas, por día, por noche o por semana. Nosotros nos quedamos meses, y yo incluí la palabra ilegal en mi vocabulario infantil.

Le explico: el cruce de frontera que mi padre y yo tomamos entre Brasil y Colombia se encuentra en plena Amazonía, y había dejado de funcionar, pero aún mantenía una más que modesta pista de aterrizaje y una caseta de control. Veníamos de Sao Paulo, de donde soy oriundo, mi padre es argentino y mi madre hija de alemanes. Acabábamos de recorrer Brasil de sur a norte, siempre por tierra, y por vía fluvial hicimos dos tercios de la enorme Amazonía, de este a oeste, de Manaos a Iauaretê. Mis hermanas se quedaron con mi madre y yo viajé con mi padre.

Me ubico en el cruce de los ríos Uapés y Papuri, lugar de la comunidad Iauaretê en el lado brasilero, o Yavareté del lado colombiano. La iglesia está en el lado brasilero y el río Uapés es parte de su encanto, nunca vi allí 2 comunidades en verdad. Esta comunidad lleva por nombre una palabra que también existe para los mapuches de la Patagonia argentina y del norte chileno, yaguareté, yaguá: animal, fiera, etc., verdadero.

Un animal de cuya ferocidad no dudaríamos, y siempre se trata de una especie felina de la zona. Mi abuela paterna es de origen indígena y mi padre me llamó Nahuel que para los tupíes y guaraníes viene a ser lo mismo que nawel, iaguar, jaguar, onça, tigre, pantera… un felino.

Camino al poblado Palma Real, desde San Lorenzo.

Nuestras pertenencias eran tan pocas que entraban en un par de sacos y mochilas. Nos despedimos con mucha pena de Iauaretê y cruzamos el río caminando por las zonas más bajas de la corriente, y una segunda parte en una canoa que nos esperaba, como quien llama un taxi por teléfono hoy en día. Luego nos subimos en la avioneta de un comerciante que nos llevó a Mitú. Ese primer vuelo en mi vida me marcó, pasear encima de un colchón verde e inmenso a tan poca altura.

Nos subimos en un avión de carga que nos trasladó a Bogotá, un vuelo más largo, mi segundo vuelo, oscuro y sin ventanas del que solo recuerdo el baño. Bogotá era frío, los gamines eran mis compañeros, así que mi padre decidió que mejor nos íbamos a Cali. Decidimos seguir y, la mañana del 24 de diciembre, desayunábamos en Ipiales. Con tranquilidad e ilusión nos dirigimos a la frontera con Ecuador.

En el puente internacional Rumichaca, en el lado colombiano un policía le dijo a mi padre: “Ese sello de entrada que lleva en el pasaporte (argentino) no vale… tiene que volver a entrar en Colombia por una frontera válida o pagar una multa”.

Además, para comprobar que yo era su hijo, mi padre solo disponía de un acta de nacimiento ilegible desde que un río casi se lleva todas nuestras cosas, y de un certificado de bautismo de una parroquia católica, ambos de la ciudad de Sao Paulo. Demás está decir que llevábamos pocas monedas.

Ya estábamos en el puente, y por el Rumichaca pasaban muchos cargadores con grandes costales sin que nadie les pidiese papeles ni nada. Así que decidimos pasar sin más la frontera, mi padre cargó nuestros 2 sacos en un hombro y con la otra mano cogió la mía. Nos radicamos en Quito. Y fue en la capital que terminé la primaria, en la escuela Avelina Lasso de Plaza. Estudié en 2 colegios la secundaria. Usaba el mismo uniforme que los otros alumnos, participaba de los mismos campeonatos de deporte, cantamos los mismos himnos, compartimos el corredor, la parada del autobús, los puestos de patatas fritas, cuando se podía tripa mishqui.

Cuando me fui de Ecuador, la primera vez, habían pasado más de 10 u 11 años. Me fui a Argentina. Volví como a los 34 años y por razones profesionales y viví 2 años en Quito con mi pareja. Así que en definitiva Ecuador ocupa el tiempo y el espacio más recorridos en mis casi 40. No he viajado tanto ni he estado tanto tiempo en ningún otro país.

Cuando en Ecuador me preguntan de dónde soy, digo ‘ecuatoriano de corazón’, y según el caso, hago un resumen de esta historia, o no. Soy brasilero, argentino, vivo en Europa con un pasaporte alemán. Soy ecuatoriano”.

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