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Un juego de infidelidades que no llega al absurdo

Roberto Manrique, Rosymar González y Ricardo Velástegui durante la presentación del sábado pasado. Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo.
Roberto Manrique, Rosymar González y Ricardo Velástegui durante la presentación del sábado pasado. Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo.
18 de noviembre de 2014 - 00:00 - Redacción/ Telemix

Cinismo e ironía con un toque de humor fue el hilo conductor que enganchó al público, que asistió al Teatro Sánchez Aguilar, con la obra ‘Los hombres no mienten’, que el director venezolano Daniel Uribe pone en escena en ese espacio.

Sobre las tablas Roberto Manrique, Rosymar González y Ricardo Velástegui se encargaron de hilvanar esta historia que narra las vivencias de un matrimonio aparentemente perfecto que sufrió un remezón luego de las confesiones de infidelidad que sus integrantes hicieron en medio de un juego propuesto por Joana, personaje que encarna la actriz caraqueña.

Su contraparte, Maximiliano (Manrique) es un cínico que se atreve a confesar y justificar al mismo tiempo las aventuras que ha mantenido durante sus años de casado, las cuales no significaron nada en su vida. El diálogo que mantienen estos personajes a manera de  interrogatorio despierta cómplices risas entre los espectadores.

Un tira y jala de preguntas y respuestas ambiguas, perfectamente elaboradas en las que no se recurre a palabras grotescas ni subidas de tono, sumergen al espectador en la problemática de un matrimonio construido sobre la base de apariencias, desconfianza y falta de amor.

La llegada de un tercer personaje, Claudio (Velástegui), pone en jaque a Maximiliano, quien se vale de artimañas y manipulaciones para descubrir si su amigo es el amante de su esposa, sin darse cuenta de que él mismo se está poniendo la soga en el cuello y se enreda más en sus propias conjeturas.

La obra escrita por el francés de origen tunecino Eric Asseus, con la que ganó el Premio Molière, es clara: a veces guardar secretos es lo más recomendable para mantener la estabilidad en un matrimonio.

Para argumentar esta postura no recurre a un personaje de mujer sumisa y abnegada que sufre ante los engaños de su esposo.

La obra plantea todo lo contrario. Rosymar González muestra a una mujer segura de sí misma y astuta que sabe cómo llevar a su esposo hasta el lugar que quiere.

Tampoco es la esposa frívola. Lo ama, pero no está dispuesta a ser menos cuando el compromiso es de los dos. Una situación que con frecuencia se ve en estos tiempos.

Rosymar tiene un encanto natural para interpretar a Joana. La domina y se apropia de ella con impresionante estética.
Juega al mismo tiempo con cada una de facetas de esta mujer: es irónica, coqueta, tierna y manipuladora. Se aleja y retoma cada rol en el momento justo, sin caer en exageraciones.

Roberto Manrique demuestra que sus años sobre las tablas sí cuentan. Le da comicidad a un personaje marcado por estereotipos machistas, sin caer en lo absurdo, pero con gran dosis de fino humor.

Mantiene una fluidez verbal y visual con Rosymar en todo momento. Hay química entre ambos. Pone énfasis y espontaneidad en sus diálogos. En este triángulo amoroso la figura de Claudio fue necesaria para el soporte de la historia. Velástegui subió al escenario casi como el más esperado de la noche.

Sin embargo, solo tuvo la oportunidad de interactuar a solas con sus compañeros una vez. Casi siempre estuvieron los tres juntos en una misma escena.

Pese a ello, los diálogos entre Joana y Maximiliano pesaron en cada una de ellas y dejaron a Claudio en un segundo plano. De hecho, hubo silencios intencionados para que él pueda observar la riña entre sus amigos.

Frases escuetas y una que otra reflexión sobre la moral y el sentido de la amistad le dieron un breve repunte dentro de la historia. En una segunda lectura, tal vez, el autor pudo resolver la participación de Claudio con una voz al otro lado de un auricular. El dramaturgo pone en escena al final de la obra que hombres y mujeres mantienen los mismos estándares de moral y perspectivas de vida, sin caer en clichés ni estereotipos de ningún orden.

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