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El concierto
Me duele todo, pero no importa, soy feliz, ahora soy parte de la historia, parte de la histeria, parte de por quién doblan las campanas, Metallica.
El año pasado cuando se confirmaba su llegada como muchos empecé a planificar, terminaba el sueño de esperar y despertaba a la realidad de ir al gran show, este no sería un concierto más, esta visita a la capital tenía que ser la vida misma.
Mentalmente comencé a prepararme primero sacándole el cuerpo a los sufridores disfrazados de fanes con licenciatura de criticadores inconformes de todo, esos que se lamentaban como viudas de año viejo que si el concierto era un martes, que por qué Quito y no Guayaquil, que si ya están viejos o que si las canciones del set list no eran las mejores, ¡qué les pasa! sarta de parásitos amojonados que consumen el aire de todos para exhalar la bilis de su acomplejado infortunio, ¿qué pretenden, que el artista venga a darles un concierto en la sala de su casa el domingo y se siente a chupar con ustedes mientras ven el campeonato nacional?, por eso no le meto más ficha, su infinito castigo cual Prometeo encadenado en ser ustedes mismo.
No perdí tiempo armé un grupo con mis amigos y comenzaron los trámites para irnos, de esta forma nos juntamos el chef, el ejecutivo y el comerciante, todos nosotros machos castigadores rockeros, de pelo corto camisa por dentro y pidiendo permiso a nuestras esposas como ninguno es un as del volante pusimos frente a él a una representante del “sexo débil” la hermana menor de uno y partimos con el azul de las cinco de la mañana.
Llegamos a buena hora para acercarnos al parque bicentenario para constatar que existía una marea de camisetas negras en largas filas que llenaban varias cuadras, muchas cuadras, decenas de cuadras, esperando la hora cero para entrar y cuando el reloj anuncio las catorce las puertas del evento succionaron poco a poco los tallarines de gente de todo el país y el mundo que se agolpó para vivir lo nunca antes vivido.
Fuimos parte de la fila, nos engulló el largo camino hasta la entrada misma del concierto, y entramos solo para darle la razón a los que desde el viernes acampaban afuera del recito, ya que ellos estarían lo más cerca posible y nosotros apenas en “lejos box”.
Con una puntualidad digna de aplauso arrancaron los actos preliminares, destacada presentación de poder local a carga de Madbrain, luego llenaría el escenario la muy carismática Orquesta De Instrumentos Reciclados De Cateura, quienes sorprendieron con su interpretación de clásicos y contemporáneos y el tercer acto fue De La Tierra mega grupo de sobrados méritos y con muchas escarapelas individuales que brillan de forma colectiva en un tanque de guerra musical ecológica y de reivindicación de valores latinoamericanos que es la mezcla exitosa entre animal y sepultura, tocando los temas de su primer disco el que esperamos no sea el único y con un baterista que aunque toca en Maná tiene corazón, calidad y contundencia metalera.
Y luego llegó la historia, la histeria y la vida misma. De golpe fueron 33 años que se cayeron sobre los pechos emocionados de todos, cada canción una lágrima, un puño, un grito, un cabeceo, un choque de cuerpos, un salto, un desmayo, un doctor por favor…Un caramelo para la presión y de vuelta al jaleo, jadeo, joda, calambre a los costados, punzada en el bazo, aliento de humo blanco, pies hinchados, cincuenta mil celulares filmándolo todo y ellos sobre el escenario, dándolo todo, felices Hetfield con una sonrisa de oreja a oreja, Ulrich sudando a chorro, Trujillo con sus muecas y dando vueltas, Hammet haciendo sudar a la guitarra, pantallas gigantes, las más gigantes que jamás había visto y pirotecnia que metía miedo por el poder de su estallido.
Por eso, hoy a mis treinta y seis años, me duele todo, pero no importa, soy feliz, ahora soy parte de la historia, parte de la histeria, parte de por quién doblan las campanas, Metallica.