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El Telégrafo

Yori, un robot estrella

Esta máquina sería de gran utilidad para las personas con discapacidad y adultos mayores.
Esta máquina sería de gran utilidad para las personas con discapacidad y adultos mayores.
Foto: John Guevara / El Telégrafo
08 de febrero de 2020 - 00:00 - Yurien Portelles

Diego Balarezo estaba en el colegio y ya tenía un RUC con el que empezó en 1996 su empresa. En 2002 esta pasó a llamarse Robitz y amplió su espectro para desarrollar proyectos de automatización industrial y robótica.

Comenzaron por fabricar globos aerostáticos para publicidad. Ya para 2020 habían creado más de 100 máquinas, todas con una funcionalidad.

Una de ellas es Jupé, un robot-cíclope que prepara dulces preelaborados, así como -ya está casi a punto- un enfriador de agua portable para colocar en bicicletas, que le solicitaron desde la Isla de Malta.

Balarezo y su equipo están celebrando que su Robots Crate (Caja de Robots), también clasificara en 2019 dentro del 10% de las mejores nuevas empresas en Innovation Awards Latin America, entre 1.700 ideas innovadoras que participaron.

YoriJupé es una de las más de un centenar de máquinas fabricadas por Robitz. Se trata de un robot que prepara dulces preelaborados. Ya fue probada con éxito en un centro comercial de la capital del país. Foto: John Guevara / El Telégrafo

Un robot reportero

Yori es un robot que en 2019 fue escogido como el juguete tecnológico del año por Citibank Foundation y Junior Achievement. “Es un robot para personas con discapacidad. Puede ser activado a través del pensamiento”, señala su creador.

Es el primero que podría dar empleo. Ha sido presentado en varias exposiciones y museos y ahora se alista para su nueva misión: ser reportero de televisión. “Estamos hablando con varias cadenas en EE.UU. para hacer un programa televisivo de tecnología”, asegura el gerente de Robitz.

Anteriormente, Yori se presentó en el Museum of Illusions (Museo de las Ilusiones) de Nueva York, “y está empezando a hacer reportajes sobre tecnología en esa ciudad”.

Esta es la tercera generación de este tipo de robots que fabrica Robitz. Posee controles a través del pensamiento o de movimientos oculares, que lo hacen atractivo. “Puedo hacer que el robot me sirva a mí y sea un cuerpo avatar, un cuerpo alterno para mí, para estar remotamente o para que me sirva; por ejemplo, si estoy discapacitado, que me traiga un vaso de agua”, describe Diego.

Esta máquina tiene sistemas autónomos pero puede ser controlada a través de la internet. Incluso, se puede compartir la información que él aprende con otros robots similares.

En Quito ya se alista la pequeña tramoya de un set desde donde Yori va a interactuar en un programa televisivo con una reportera en Milán (Italia) y otra en Berlín (Alemania), según los planes.

YoriEl creador de Robitz, Diego Balarezo, incursionó desde muy niño en la robótica y a temprana edad fundó su propia empresa. Ya acumula premios internacionales y proyecta crear un acuario para Quito. Foto: John Guevara / El Telégrafo

El acuario y otros sueños

La idea de hacer un acuario virtual para Quito no es para nada descabellada. Ya alistan la maqueta de 18 metros de largo con dos pisos, que le dará vida a este proyecto para la ciudad y sus visitantes.

De hacerse realidad, los visitantes podrán ingresar al submarino sin tener que viajar a la Costa y sumergirse en las profundidades para ver por las escotillas y con un binocular en 3D una cantidad asombrosa de especies marinas, algo que sería imposible y costoso de reunir en un acuario de verdad, cuyo mantenimiento costaría solo unos $ 2 millones.

Una idea que está ya en prototipo es la de una oreja estándar para las personas que padecen microtia, una atrofia en ese órgano que es muy común en Ecuador. Tener a una persona con esa condición en su familia le llevó a ocuparse de buscar una solución estética y funcional.

La oreja que ha diseñado tiene un aditamento que le permitirá transportar el sonido al conducto. Asegura que se abarata el costo de producción a unos $ 300.

Apoyo a la ciencia

Diego Balarezo considera que Quito no tiene nada que envidiarle en infraestructura a otras ciudades estadounidenses para desarrollar esta tecnología robótica. Incluso, para quienes se inician en la robótica es posible encontrar las piezas o fabricarlas desde acá.

Sin embargo, él considera que la estructura económica del país no aporta para el desarrollo de la robótica y de otras ciencias del conocimiento y su aplicación.

El Estado, en su opinión, debería apoyar a la ciencia en la medida en que evite cambios a las leyes tributarias y laborales que vayan contra los inversionistas. “Por ejemplo, eso del anticipo del impuesto a la renta fue fatal para nosotros”, anota.

Afirma que, en cambio, la inversión privada debería mirar a estas empresas de innovación tecnológica que pueden generar empleo e ingresos al país, como ocurre en otros países del mundo que le apuestan a esta área.

“Una de cada 10 empresas creadas en este campo fracasan, pero esa sola puede ayudar a recuperar toda la inversión en poco tiempo”, asegura a este Diario.

Cuenta que en San Francisco (EE.UU.) un proyecto de tecnología que aplique puede recibir entre $ 200.000 a $ 400.000 no reembolsables, pero en Ecuador a lo máximo un fondo de inversión no supera los $ 10.000.

Por eso cree que el país debería abrirse a la inversión foránea y a la participación de bancos, que, en su opinión, abaratarían las tasas de interés en los créditos.

Preparando el relevo

Diego muestra un pequeño robot al que llama Pelota, de color negro y unos 6 cm de radio. Dice que trata de imitar patrones evolutivos y eso lo hace llegar a la conclusión de que “la evolución trabaja independientemente de lo que nosotros pensemos”.

No le entusiasma Sophía, el robot humanoide. “Es mucha publicidad, esa máquina está lejísimos de tener conciencia”, dice incrédulo.

Otra tarea que le ocupa tiempo es el taller para niños. Ya ha recibido a unos 200 en total. Entre ellos ya hay ingenieros en Electrónica robótica y Mecatrónica. Le motiva que los niños diseñen desde cero y aprendan matemáticas, ciencia y tecnología.

Robitz ya ha quebrado unas tres veces, pero él no desmaya en su obsesión por seguir innovando y creando. “No me veo haciendo otra cosa”, puntualiza. (I)

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