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Invisibles

Invisibles
12 de agosto de 2015 - 00:00 - Óscar Jara Albán

Hasta hace poco la migración estaba en todas partes, en los medios de comunicación, en los discursos políticos, en los locutorios, en las reivindicaciones: del pedido de papeles para todos al declarativo todos somos migrantes.

De pronto un parón, una desaparición, un lejano recuerdo, como cuando alguien se acuerda de un familiar que hace tiempo ha fallecido. Doloroso en su momento, pero ya lejano.

Y, por esta razón, ya no se habla de integración, de codesarrollo, de planes de retorno. Y en el caso de la migración en España, hace mucho que los pocos recursos europeos que existían para atender a la población migrante, se destinan a reforzar las fronteras, mientras se caducan los permisos de residencia y se retiran las tarjetas sanitarias, con las que se atendía las emergencias de las personas migrantes.

Hay un antes y un después de la crisis en materia de migración. El después es un agujero negro, esa materia oscura que es el tejido del que está hecho el cosmos y, sin embargo, es indetectable, lo mismo que la esperanza o la culpa, que siendo capaces de llenar un cuerpo, resultan invisibles.

No hay certidumbre cuando se emprende el viaje, sea de ida o de retorno. Lo único que puedes hacer es gestionar tu incertidumbre.

Por eso la necesidad de una brújula para al menos saber dónde está el norte. El resto son empeños personales procurando un horizonte, mientras el almanaque codifica el tiempo de las ausencias.

Las familias migrantes siguen existiendo, a veces con todos sus miembros juntos y otras veces separados. Continúan pujando, porfiando y apostando porque les vaya las cosas medianamente bien, y se aferran a su dignidad, mientras observan los apoyos arracimados en las ramas de las palabras, zarandeados por tiempos más turbulentos que saludables.

Los días se amontonan para los migrantes, con mil ocupaciones y cosas por hacer, hasta que se rompe la norma de la habitualidad tras vertientes, giros, recodos o caminos a seguir, y se decide retornar.

Retornar es querer combatir los sinsabores con una dosis de sabor ecuatoriano. No se trata de hurgar en las cicatrices, sino de seguir la huella vital de las personas migrantes ecuatorianas, que siguen fuera o que intentan regresar.

Las huellas, a diferencia de las cicatrices, no duelen sino que nos permiten andar y desandar caminos sobre ellas.

He conocido a miles de migrantes en mi estancia en España, y ahora he conocido y me han reconocido otros tantos, en mi vuelta a Ecuador.

Y siguen deseando lo mismo, dejar las inciertas zonas del abandono que invitan al desasosiego, y que puedan vivir aquí o allá, sin que ningún país les resulte de prestado. (O)

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