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El niño en los Andes, mitos sobre el nacimiento en América indígena

El niño en los Andes, mitos sobre el nacimiento en América indígena
24 de mayo de 2015 - 00:00 - Juan Martínez Borrero, Cátedra Abierta de Historia, Universidad de Cuenca

Los mitos sobre el nacimiento en América precolombina varían grandemente y, de manera nada curiosa, si recordamos también la tradición judeocristiana, muy poco se refieren a los niños en el sentido que en occidente contemporáneo se da a esta palabra. En realidad, el reconocimiento del papel social del infante no es un elemento generalizado, por el contrario, el niño ha sido visto casi siempre como preadulto y su vida misma se ve explicada por la posibilidad de ser adulto, no por la presencia de su ser niño.

Lawrence E. Sullivan en su monumental obra Icanchu’s drum. An Orientation in Meaning in South American Religions se refiere a los mitos del surgimiento del hombre en diversas culturas de Sudamérica señalando cómo este puede constituirse por fenómenos vinculados con el fuego, con el tiempo, con el sonido y con el espacio en el intento de construcción de la significación del individuo. Pero al hablar del crecimiento y la creatividad del hombre indica que cada momento de la vida del sujeto debe ser concebido como un pasaje hacia otro estadio ya que el hombre “se convierte en lo que significa” así cada momento de su existencia es entendido como transición. La cualidad de ‘niño’ entonces debe entenderse como la posibilidad de ser, de asumir un significado en la escala de transformación que es la vida.

La propia concepción del niño, dirá Sullivan, se origina en poderosos referentes simbólicos como resultado de un proceso de experiencias que no son solamente carnales, sino fundamentalmente espirituales. Ningún acto de concepción puede ser ajeno a los procesos simbólicos de surgimiento del mundo y, específicamente, en los momentos en los que los hombres se originaron. Por ello, algún otro ser, sobrenatural, situado en los tiempos originarios, es el que dota a cada vida humana de significado y, en consecuencia, de símbolos comprensibles.

Suele ser frecuente creer que la concepción solamente es posible cuando un alma que vaga por el universo se introduce en el cuerpo de la mujer y decide permanecer dentro de ella. En ocasiones el uwishin o shamán debe llamar al alma apropiada para que entre en el cuerpo de la madre. Los tapirapé (Brasil) consideran que esta alma necesita de un cuerpo que esté formándose y que es el semen del hombre el que ayuda a que el espíritu encarne, pero no se trata necesariamente de un solo padre, aunque muchos pueden ser un problema.

En esta negociación con lo sobrenatural intervienen decisivamente elementos simbólicos fundamentales, así, si el padre se ha sometido exitosamente a las pruebas que marcan sus propios rituales de paso en su sociedad, los símbolos que utilice y maneje tendrán en el desarrollo del embarazo un efecto positivo, como ejemplo entre los shavante (Brasil) las orejeras rojas del padre ayudan a una exitosa procreación, porque tal como las orejeras han penetrado con éxito en los lóbulos del hombre, así su pene penetrará exitosamente en la vagina de la mujer hasta dar forma al niño.

La madre, sin embargo, no es indiferente a este proceso, algunas mujeres reciben en sueños la noticia de su embarazo y otras pueden, a causa de su embarazo, desarrollar capacidades curativas extraordinarias “entre las mujeres Guayaquí la saliva concentra un poder especial que viene de los habitantes del oscuro y profundo dominio acuático del vientre”.

El mundo se transforma alrededor del recién nacido, la realidad debe reordenarse en torno a los padres, al niño y sus parientes y cuajarse de símbolos que crean ese ser esencialmente simbólico que es hombre, esos elementos se orientan decididamente hacia la cualidad sagrada del nuevo ser.

Los rituales de nacimiento, aunque generalmente simples, poseen una importancia extraordinaria en especial por ser realizados por primera vez y anticipar todos los ritos en que los que actos del renacimiento son efectuados. El propio canal vaginal es explicado míticamente y en ocasiones se reportan mitos que hablan de que antiguamente los maridos debían abrir el camino de los niños matándolos frecuentemente en este proceso. El acto mismo del nacimiento requiere de un asistente, puede ser una madrina o un uwishin que se encarga de permitir que el alma del antepasado se fije definitivamente en el niño que nace.

Entre los elementos que se identifican por primera vez, la posición del niño en el espacio es fundamental. Antes ocupaba el espacio interior, oscuro y acuático del vientre, ahora se relaciona con la luz y la sociedad por lo que se presta gran atención a los detalles más mínimos de su ubicación en el mundo.

Este recién nacido puede identificarse con los antepasados míticos, con los primeros hombres y ser sometido a rituales que recuerden los pasos seguidos por los ancestros: bañarse en cierto río, recibir determinada pintura corporal, o incluso, levantarse desde la caída que representa el nacimiento hasta la posición erguida propia de los humanos. Pero también el estado de sus padres cambia, por ejemplo, el padre guayakí se encuentra en estado de bayja es decir que atrae los seres, en este estado se vuelve vulnerable a la acción de espíritus errantes como los del jaguar o la serpiente monstruosa (una doble serpiente que posee un cuerpo dentro del otro) que intenta tragárselo entero.

El valor simbólico es evidente en culturas que depositan al recién nacido en la tierra, porque de la tierra nace, —de ahí la necesidad de enterrar, quemar o arrojar a un río la placenta, o la costumbre de conservar el cordón umbilical seco, al que se considera fuente de poder—. Cuando el recién nacido coloca en el mundo, se someterá a una larga secuencia de iniciaciones entendidas como eventos rituales que duran toda la vida y que, mediante la participación en la progresión de los roles, permite al hombre participar de la modulación de lo sagrado.

En la realidad de lo sagrado está la disposición de la comprensión del ser humano y es por ello que puede ser vista como un momento en dramático en el que el conocimiento se logra por la experiencia directa de la comprensión de los símbolos que se insertan en el universo. (O)

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