Dedicado y detallista, aunque también un poco silencioso y aislado, así definen a Jorge Armando Ibadango quienes llegan a su taller que más bien parece una galería de arte. Está ubicado en el barrio San Vicente dentro de la jurisdicción de la parroquia San Antonio de Ibarra.

Es escultor, pintor y un apasionado por la anatomía humana y las formas variopintas que puede adquirir la madera. Fue el ganador de 2 de las 3 ediciones del Salón Nacional de Escultura. Su vocación empezó desde su niñez y se ha consolidado en la actualidad, a sus 50 años.

Estudió en los colegios Víctor Mideros (San Antonio) y Abelardo Moncayo (Atuntaqui).

Sin embargo, su verdadera escuela fue el taller de arte contemporáneo del maestro Rubén Potosí. Allí ingresó como aprendiz cuando tenía 20 años y no dejó de aprender durante la década siguiente. En ese proceso murió su maestro y eso consolidó su futuro cuando su senda apenas se abría. “Es un creativo nato. En la mente tiene decenas de diseños que casi no puede explicar con palabras. Pero que luego cobran formas y tallas impresionantes”, opina de él Angélica Tugumbango, profesora universitaria de Ibarra.

Con el tiempo se decidió a transformar su casa en un taller de escultura e incursionó en los concursos para este tipo de artistas que desarrolló el Gobierno Parroquial. Ganó trofeos y menciones de honor. Aunque el verdadero reconocimiento llegó con el primer Salón Nacional de Escultura Religiosa en 2011 y los años siguientes. “Él aplica las destrezas heredadas por los artistas locales”, dice Juan Carlos Salas, docente. (I)