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Ponche suizo, el secreto más celosamente oculto

Ponche suizo, el secreto más celosamente oculto
07 de abril de 2013 - 00:00

Que tiene canela, algo de vainilla y huevo es lo que Yolanda piensa al probar el tradicional ponche suizo, pero enseguida recibe una posición contraria de su compañero Roberto. “No tiene nada de huevo, tal vez vainilla, pero huevo no”, aseguró Roberto, ambateño de sepa quién dice saber el secreto del conocido ponche.

Y como ellos decenas de personas han tratado de conocer uno de los secretos mejor guardados de esta urbe y que reposan en el local de las calles Sucre y Montalvo.

Este postre de consistencia espumosa, color amarillo y dulce sabor vino desde Europa de las manos del fallecido empresario pillareño Serafín Viera, quien consiguió que un chef suizo le compartiera la receta para traerla a tierras ecuatorianas.

Y fue hace 64 años en la primera Fiesta de la Fruta y de las Flores que el postre se repartió desde una de las pocas casas que quedaron en pie luego del terremoto de 1949, en las calles Bolívar y Martínez.

“Cuando mi padre llegó de Suiza nos reunió a todos los hijos, y nos dijo que nos iba hacer probar un postre. Yo tenía 11 años y a todos nos encantó el sabor, entonces mi padre supo que el ponche sería su mejor negocio”, indicó Rebeca Viera.

Y sin dudarlo que lo fue, hoy sus seis hijos han heredado la tradición y los secretos de la preparación, tanto celo hay alrededor de la receta que han decidió formar una compañía, tienen ya la patente y la propiedad intelectual del postre. Incluso piensan en efectuar franquicias una vez que el local de la calle Sucre y Montalvo adquiere una imagen única. 

Yolanda decide insistir y si bien no contó con suerte con la heredera de Serafín Viera, esta vez pregunta a Tania Chaguamate, empleada del negocio por 13 años.  “Yo sirvo el ponche, atiendo la caja, pero de recetas no sé nada, sé cómo preparar un pastel si eso le ayuda”, dijo entre risas Chaguamate.

Mientras Roberto acaba su pastel y Rebeca Viera, elabora otro ponche Yolanda escucha el ruido de la  batidora “¿Qué tipo de batidora es?” preguntó.

“Es una multimixer, pero ya no las hacen,  nos quedan dos, pero estamos con la dificultad de que ya no venden en ningún lado, y tampoco las reparas”, mencionó Rebeca Viera.

Tania señaló que han probado usar licuadoras, otras batidoras, pero el ponche no sale. “Tiene que ser en esta máquina, porque las revoluciones que da para batir son exactas para tener la consistencia, en otras no sale igual”

Y la búsqueda por la máquina batidora les ha llevado a los herederos a seguirle el rastro por  Europa  y  Estados Unidos pero la fábrica les dijo que ya no las fabrica.

“Estamos con este apuro pero por algún lado vamos a encontrar, el ponche suizo se seguirá haciendo”, sentenció Rebeca.

Y  lejos de los secretos culinarios, el ponche guarda  otras historias.
  En el local de la calle Bolívar Heydi Palacios y Paúl  Tamayo empezaron a contar su historia de amor, hace 19 años.

“Desde enamorados veníamos acá, y ahora lo seguimos haciendo, venimos con nuestros tres hijos que están encantados con el sabor del ponche”, dijo Tamayo.

La fama del postre ambateño es tal que Heydi comentó que incluso su tía  viene desde la capital exclusivamente a probar el ponche suizo. “Prácticamente hemos visto crecer algunos muchachos, que han venido de jóvenes y ya son ahora unos profesionales, con familia”, dijo Rebeca. 

En este lugar la clientela es variada van desde los más pequeños hasta adultos mayores, pero sigue siendo el punto de encuentro de los adolescentes.  “Los chicos de los colegios les gusta sentarse en el rinconsito del fondo,  donde no se les ve, para poder robarle besos a las chicas, o también es el sitio que escojen para declararse”, mencionó Tania Chaguamate.

Y como todo negocio tiene altos y bajos en las ventas, pero para sorpresa de muchos que quisieran esta suerte, el día bajo en ventas se expenden alrededor de 200 ponches suizos y en un buen día mil personas saborean esta delicia.

Quienes visitan Ambato no pueden pasar por alto probar el ponche suizo, cuyo costo varía entre un dólar el vaso grande y 80 centavos el vaso pequeño, que puede ir acompañado de pasteles, galletas o barquillos elaborados también en el lugar.

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