Ecuador, 26 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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¿Quiénes son los señores de negro?

A inicios de siglo se hizo una protesta religiosa frente al concierto de una banda cuyo nombre resulta diabólico a ojos del cristianismo. En realidad era una banda que tomó el nombre de una pandilla de motociclistas sin heredar sus vicios del todo: Ángeles del Infierno (ADI). Los fieles encendieron velas y oraron por quienes asistieron al Coliseo General Rumiñahui.

En los noventa el fanatismo religioso apuntó sus rezos hacia Bon Jovi, un artista mucho más edulcorado. Risible. El artificio que montan estos músicos genera interpretaciones que no solo los hacen parecer villanos sino blancos de censura. Pero dejemos de reír: Ecuador es un país sin políticas públicas para las artes, en el que es más fácil levantar una iglesia que gestionar espacios para la música, el teatro, la danza o el cine.

Un país en el que la cartera de Estado dedicada a la cultura asigna fondos concursables para festivales que llama “emblemáticos” (con diez ediciones) y desata una pugna entre los postulantes, que presentan objeciones al concurso y buscan un veredicto en el que puedan acomodarse.

Un país en el que la Iglesia católica mantiene frecuencias radioeléctricas que, según la ley, deberían ser para medios comunitarios. Un Estado laico que no ha retirado el nombre de Dios de su Constitución, excluyendo del debate público -y de los derechos ciudadanos- a la eutanasia o la interrupción de embarazos no deseados. Todo por la fe de unos señores que dan misa y pontifican.

Su mandato ahora es que los músicos suecos de Marduk son unos “satánicos” -son satanistas- a quienes se debe rechazar porque van a pervertir a la juventud y comerse los valores evangélicos que los señores parecen olvidar porque las cifras de abusos en sus templos crecen y crecen.

El infierno, Bon Jovi o Marduk no son el problema y hasta deben ignorar que nuestra conservadora aldea los recibe recelosa. El problema es que los cuestionables señores quieren erigirse como censores a punta de sermones que nadie ha pedido. Que anhelen negarle la libertad de expresión y pensamiento no se debe tolerar.

Señores, mantengan sus frecuencias y silencios cómplices -ojalá no por mucho tiempo-, pero si no les gusta la música que otros escuchan, ni modo. Desde antes del siglo XXI el negro ha sido el color de la libertad. (O)

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