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La inestabilidad política ha sido constante en 40 años de democracia

En estos 40 años se recuerdan hechos en el órgano Legislativo como disputas con agresiones físicas o aprobaciones de leyes controversiales por capítulos.
En estos 40 años se recuerdan hechos en el órgano Legislativo como disputas con agresiones físicas o aprobaciones de leyes controversiales por capítulos.
Foto: Fernando Machado / El Telégrafo
18 de agosto de 2019 - 00:00 - César Ulloa

A 40 años del retorno a la democracia en Ecuador, el balance es más desfavorable en el sentido de que la inestabilidad del sistema político ha sido constante, debido a varias causas como la incapacidad de consolidar un Estado de derecho y derechos en el cual la ley esté sobre el interés del poder de turno.

La evidente falta de independencia de las funciones del Estado, una descomposición permanente del sistema de partidos y la refundación de la patria concretada en tres constituciones (1979, 1998 y 2008).

Desde 1830, el país contabiliza 21 cartas magnas. En cuanto a la representación, el cambio de las reglas para la competencia electoral entre las organizaciones políticas suma el mayor número de reformas en la región.

La idea de modernización del sistema político con la cual se produjo la transición en 1979 se truncó en poco tiempo, puesto que los partidos no lograron convertirse en puentes entre el Estado y la sociedad, ni tampoco pudieron ampliarse al ámbito nacional.

Los cuatro jinetes que disputaron el poder hasta el 2003 (Partido Social Cristiano, Partido Roldosista Ecuatoriano, Izquierda Democrática y Democracia Popular) se localizaron en la Costa y la Sierra y con el tiempo redujeron su campo de acción a las provincias de Guayas y Pichincha, más concretamente a las ciudades de Guayaquil y Quito.

Eso agudizó el clivaje entre las dos regiones e imposibilitó liderazgos nacionales, cuando sí prosperó la proliferación de caudillos locales que aprendieron a ejercer como operadores políticos con amplio margen de negociación con los gobernantes de turno.

Ningún partido político desde 1979 hasta el 2003 repitió en el poder, lo cual demuestra que la gestión de quienes llegaron a Carondelet fue calificada negativamente a su término.

La estrategia más común del partido saliente de la administración central fue convertirse, gratuitamente, en oposición del siguiente Gobierno.

Eso significa que no se consolidó la figura del legítimo contradictor en la política ecuatoriana o la de quien hace las funciones de contrapeso porque tiene los argumentos para rebatir al adversario sin caer en la práctica canibalesca de descalificar a las personas.

Hasta ahora se recuerda las sesiones del Congreso Nacional donde volaban los ceniceros en 1990 o la aprobación de leyes como la de Comunicación por capítulos en la década de la revolución ciudadana.

Década de crisis, 1995-2005

La década de crisis (1995-2005) marca un antes y un después en la democracia de Ecuador. Todo comenzó en el juicio político en contra el exvicepresidente, Alberto Dahik, por el uso de los gastos reservados del cual salió airoso, pero que devino en su posterior exilio en Costa Rica.

Desde este año se produjeron tres golpes de Estado con el aval del poder legislativo y el tutelaje de las Fuerzas Armadas en contextos de movilización y protesta social. La consecuencia fue la salida anticipada de los exmandatarios Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2005).

La salida de Bucaram fue procesada con la creación de la figura de una presidencia interina que recayó en Fabián Alarcón y que fue avalada en consulta popular. A manera anecdótica, el protagonista del golpe contra Mahuad llegó a ser presidente, pero abandonó el poder con la misma receta que utilizó para llegar.

Outsiders y populistas

El mal desempeño gubernamental de los partidos entre 1979 y 2002 propició un ambiente de antipolítica y desafección por la actividad partidaria. La población desencantada favoreció en las elecciones a personajes “nuevos” que, bajo la idea de ser apolíticos, lograrían mejor aceptación.

En 2003 llegaba al poder el coronel protagonista del golpe contra Mahuad, Lucio Gutiérrez y en 2007, el economista Rafael Correa. La región vivía el giro a la izquierda con líderes carismáticos, populares y antisistema.

El saldo del experimento es la fragilidad de las instituciones combinada con una economía en terapia injustificada después de la mayor bonanza petrolera vivida en el país, además de altos niveles de corrupción e impunidad. Tarea pendiente, pensar la democracia que tenemos versus la que queremos.

Entre otra de las herencias de una democracia inconclusa, porque no ha terminado de cimentar los elementos mínimos de un Estado republicano, está la sobredimensión de las cualidades histriónicas, carismáticas y caudillescas de los líderes políticos en distintas etapas desde la constitución de la República en su proceso de separación de la Gran Colombia en 1830.

Debido a este antecedente, no es gratuito que los estudiosos de las ciencias sociales hablen hasta ahora del floreanismo por Juan José Flores, el garcianismo por Gabriel García Moreno, el velasquismo por José María Velasco Ibarra y ahora el correísmo por Rafael Correa.

Entonces, otra de las tareas pendientes es salir de la personalización de la política y fomentar que la sociedad organizada active una participación concienzuda en pos de una ciudadanía que integre lo intergeneracional, el diálogo intertemático y las nuevas causas que el siglo XXI exige: cambio climático, animales, diversidades sexo genéricas, movilidad, hábitat, lucha contra todo tipo de fobias, democratización de las tecnologías de la información y comunicación y las libertades. (O)

César Ulloa para El Telégrafo
Catedrático de la U. de las Américas

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