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Hay quienes se limitan a preguntar a los longevos el secreto para vivir tanto, sin buscar el valor de su vida

María Hortensia habla con la experiencia y transparencia del ‘alma’ de sus 102 años

María Hortensia, con su hijo Luis Alberto (78 años), en la puerta de su casa. Ellos son compañeros inseparables. Foto: Cortesía de Palabra Mayor.
María Hortensia, con su hijo Luis Alberto (78 años), en la puerta de su casa. Ellos son compañeros inseparables. Foto: Cortesía de Palabra Mayor.
20 de diciembre de 2014 - 00:00 - Kléver Paredes B.

No es el hecho de que tenga 102 años y todavía pueda valerse por sí sola; tampoco el secreto de su alimentación para vivir tanto y menos aún el número de sus hijos, nietos o bisnietos. Eso es lo de menos. Aunque su cumpleaños, el mes pasado, por primera vez, fue festejado hasta con banda de pueblo, el verdadero valor y legado de María Hortensia Sotamín Coyago está en sus palabras, que nacen de la experiencia del tiempo vivido y del corazón de quien no debe nada a nadie.

Desde su niñez hasta su vejez, la vida de María Hortensia estuvo acompañada de la adversidad, esto no fue suficiente para robarle la alegría por la vida y el empeño por seguir adelante cada día. Si hay algo que guarda como secreto es su fe en lo posible, el sacar tanta fortaleza para salir adelante. Debe ser por eso que no reniega de su pobreza.

En María Hortensia también  está presente un siglo de historia. Nació el 29 de noviembre de 1912, en Cochasquí, comuna perteneciente a la parroquia de Tocachi,  cantón Pedro Moncayo, provincia de Pichincha. Una época donde los hacendados proliferaban en la zona y para los campesinos su única opción para sobrevivir era ser huasipungueros (recibir un pedazo de terreno prestado para cultivar y vivir, a cambio de trabajar, sin horario, en las haciendas).

La escuela no existía para los niños, sino el trabajo. A las 05:00, María Hortensia salía con su padre, Paulino Sotamín, a los páramos del Mojanda, Santa Rosa y Matiquilcana con el ganado de la hacienda. Prefería aguantar el frío, el hambre y el cansancio a los maltratos que recibía en su casa por parte de su madre Jertrudis.

“Feo pegaba mi mamá, creo que no me quería. Todo lo que ve, donde ahora son las pirámides de Cochasquí, todo era sembrado de trigo, cebada, papas, lenteja, maíz… Esto era de los patrones Calisto. De aquí los huasipungueros llevaban en caballos a Quito los granos y caminando las vacas, borregos, chanchos, gallinas. Eran dos días de viaje por La Josefina se trastornaba hasta el río para luego subir por unos arenales hasta la mitad del mundo. No se descansaba, peor si era noche de luna. Con el trabajo de nosotros se alimentaba a la ciudad. Los patrones obligaban a las mujeres solteras a servirles en sus casas de Quito, un mes, un mes”.

“Cuando se salía a pastar el ganado, a más del frío, se prendían las espinas en los pies descalzos. Mi papá me dio unas alpargatas de cabuya, para mí fue una alegría, porque podía correr por donde yo quería sin ningún temor”.

Luis Alberto, quien tiene 78 años, es uno de sus cuatro hijos vivos (Ramón, Esther, Humberto), tres fallecieron. Él vive con María Hortensia en una casa con paredes de adobe, cubierta de tejas y el piso  de tierra. Está cerca del complejo arqueológico de Cochasquí, administrado por el Consejo Provincial de Pichincha.

La muerte de uno de sus hijos, a causa de un rayo, todavía está latente en los recuerdos de María Hortensia. Sucedió un día en que cayó una tempestad. En busca de refugio se colocó bajo unas chilcas con su pequeño en brazos. Fue cuando sucedió la desgracia. A los dos días su hijo dejó de existir.

En la parcela donde viven, que fuera entregada por los dueños de la hacienda una vez que se aplicó la Reforma Agraria en la década del 70, siembran de todo, especialmente maíz y papas para su alimentación.

Una ayuda para María Hortensia es el bono de desarrollo humano que es entregado por el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) a los adultos mayores que no cuentan con ningún seguro. De igual manera, una comida diaria del proyecto llamado Cecuida que lleva adelante la Junta Parroquial de Tocachi y que beneficia a cientos de adultos mayores de la zona. Este proyecto fue el que le festejó su cumpleaños. Todavía en su casa cuelgan las cintas de colores y los globos.

“Ya no producen las tierras como era antes, están flacas de tanto trabajo, pero todavía dan el maíz que es lo principal. Antes se preparaba la jora para la chicha en las fiestas de San Pedro. Todos los huasipungueros se reunían en la hacienda, los patrones también ofrecían los ‘chanes’ (pedazos de carne cocida) con papas. Nosotras llegábamos cargadas las maltas de chicha que se vaciaban en una paila grandota ubicada en medio de la plaza de la hacienda. El que quería se acercaba a tomar con un ‘pilche’. Se bailaba con la música de las cajas (tambores) y flautas junto a las partidas de diablohumas. También se hacían las entradas de las ramas de gallinas. Dos días duraba la fiesta y luego se volvía al trabajo, desde la madrugada hasta que anochecía, de lunes a domingo”.

“A Cochasquí vino gente de todas partes, muchos dejaron su vida en estas tierras; en esa época la única forma de curarse era con hierbas y la voluntad de Dios”.

Hoy María Hortensia se levanta igual que de niña, ganándole al sol. No ha perdido esa costumbre obligada desde su niñez. Ya no realiza las grandes caminatas de antes. Sus pasos lentos no van más allá de su parcela. Le gusta sentarse las tardes en un banco de madera en el patio de su casa para “calentarse con el sol”. Cuando mira el regreso de su hijo Luis Alberto, dedicado al cuidado de los sembríos, las arrugas de su rostro dibujan una sonrisa. Se siente tranquila de tenerlo a su lado. ¿102 años es mucho tiempo de vida? “Es lo que Dios ha querido y le agradezco por levantarme cada mañana, hasta cuando él lo quiera”. María Hortensia y Luis Alberto se quedan sentados junto a la puerta de su casa. Recibir una visita aleja en algo su soledad, pero sobre todo alienta más su ánimo por la vida.

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