La comida típica, una tradición
Entre los rezos y sabores dominicales
Los domingos eran los días más festivos. La familia completa vestía sus mejores trajes para acudir a misa. Los curas eran muy reconocidos y, de acuerdo a la celebración, eran solicitados con anticipación. Así recuerda Alberto Guzmán los fines de semana en Quito: En aquellos tiempos, todos los curas se preparaban muy bien para ofrecer el sermón, que duraba 40 minutos.
En las familias adineradas, delante iban los padres, en el medio los hijos y detrás la servidumbre, llevando las viandas y ollas para dejarlas en los sitios de comida predilectos de sus patrones. Una de las comidas apetecidas por los quiteños era el mondongo, ahora conocido como el caldo de patas de res. Se llamaba así porque se vendían juntos cabeza, patas y vísceras.
El ganado se faenaba en la Plaza del Teatro y en La Marín, llamada El Toril. Las reses se las traía por la calle Ríos. Otros platos muy solicitados eran el caldo de 31, la chanfaina, las empanadas de morocho, los tamales con panela y un pedazo de cuero de chancho, la panela ‘jumbo’ que venía del Oriente, en forma de unas tapas grandes, envueltas en hojas de plátano.
Muchos eran los sitios preferidos de comida. La esposa del maestro Ediberto Bedoya, de la estudiantina Quito, era muy conocida por el rico sabor de los tamales, chigüiles y el mondongo que preparaba. Igual renombre tenía el salón El Criollo, de los Utreras.
En ese lugar se vendían tamales y caldo de patas. A la Montúfar, entre Olmedo y Manabí, acudían por los desayunos de Las Bermejas, que valían un sucre. Consistían en una palanqueta de agua, el café y el azúcar en una latita para que no se excedan; también se podía pedir la nata.