Ecuador, 26 de Abril de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

En Colombia, el Andén Pacífico aún espera la paz ante el narcotráfico

Una habitante se transporta en una canoa por el río del municipio de Santa Bárbara de Iscuandé, en el departamento de Nariño, atrás de Buenaventura, el mayor puerto de Colombia en el Pacífico y polo clave de desarrollo.
Una habitante se transporta en una canoa por el río del municipio de Santa Bárbara de Iscuandé, en el departamento de Nariño, atrás de Buenaventura, el mayor puerto de Colombia en el Pacífico y polo clave de desarrollo.
EFE
19 de noviembre de 2018 - 00:00 - Redacción y Agencia EFE

A la espalda de Buenaventura, el mayor puerto de Colombia en el Pacífico y polo clave de desarrollo para el país, se extiende una línea costera en la que se gesta una tormenta perfecta de narcotráfico, minería y conflicto que amenaza con extender la violencia por el resto del territorio.

Es el llamado Andén Pacífico que abarca parte de los departamentos de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, todos con costas al océano, que se extiende desde la frontera con Panamá hasta la de Ecuador, y cuya superficie supone cerca de 7% de Colombia.

Pero para tomar perspectiva de la magnitud que se extiende por el litoral es necesario elevarse unos metros y observar el tapete verde y denso de selva que va a lo largo de la línea costera en el que emergen unos pueblos a los que solo se llega navegando por los ríos.

Son los ríos Naya, Micay, Timbiquí e Iscuandé que, en ocasiones, dan nombre a los municipios que los vecinos se atrevieron a fundar y cuyo control, por parte de las bandas que dominan el territorio, marcan auténticas fronteras muy visibles.

“El Pacífico hace muchos años es una bomba de tiempo (...) Hace dos años por varios meses hubo la tan anhelada paz, pero nos demoramos en ocupar los espacios y quienes lo hicieron fueron los disidentes -de la antigua guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN)-, razón por la cual lo que hicieron fue el control territorial, pero además generar un control económico de la zona”, explica el defensor del Pueblo, Carlos Negret.

Esos dos meses son los que siguieron a la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y la desmovilizada guerrilla FARC, que dominaba gran parte del territorio. Con su salida, en ese tiempo de tregua la fuerza pública no llegó a una zona sembrada de coca y atraídos por esta se acercaron también los grupos herederos del paramilitarismo y los carteles mexicanos.

Los habitantes se acostaron soñando con la paz y se levantaron en medio de una pesadilla. Y los monstruos no paran de crecer, bien dice Negret al afirmar: “ninguno de los grupos armados en Colombia son unas monjitas”, puesto que “están dedicados al comercio ilegal de oro y de la hoja de coca”.

Todos ellos luchan por controlar los ríos por los que sacan la cocaína e introducen armas, claves para mantenerse vivos en una región a la que muchos llegan por el Naya y desembarcan en Puerto Merizalde, uno de los caseríos que forman parte de Buenaventura.

El aspecto de Puerto Merizalde es el de la mayoría de las poblaciones desgranadas por el Pacífico.

Sin la más mínima infraestructura los cerca de 3.000 habitantes viven en casas palafíticas de madera que se asoman a una descomunal iglesia de 1938, ya dañada por la lluvia inclemente y el calor que asaetea a los visitantes.

Este era el punto de llegada para muchos narcotraficantes y contrabandistas que ahora se internan más todavía en la selva para hacer sus contactos.

En la zona, tanto en el Puerto Merizalde como en los poblados que le siguen, la tensión es palpable.

Se percibe en miradas huidizas, paseantes que se alejan, sonrisas tímidas y, sobre todo, la absoluta negación a hablar frente a un micrófono o una grabadora encendida.

Es preciso ganarse la confianza de los habitantes para que confiesen que el comercio a duras penas puede sostenerse por las extorsiones.

Así lo explica un comerciante de Santa Bárbara de Iscuandé, que comenta que en ocasiones llega un grupo a exigir una cantidad, a continuación lo hace otro para pedir incluso más y, si no tienen suerte, la situación se reproduce con un tercero.
Por eso muchos se ven obligados a marcharse o buscar ingresos adicionales.

Estos ingresos proceden de la minería ilegal, que envenena los ríos con cianuro, y, sobre todo, de la coca, que crece en este clima con facilidad.

El mejor ejemplo se percibe en Tumaco, fronterizo con Ecuador, el municipio con más hectáreas de coca sembradas de Colombia y donde el sanguinario Walter Patricio Arizala, alias “Guacho”, impone su ley al mando de uno de los grupos disidentes de las FARC que se hace llamar Frente Óliver Sinisterra.

La magnitud del negocio puede verse en su puerto, donde un grupo de semisumergibles artesanales permanecen anclados bajo el control de los militares que los incautaron.

La construcción de cada uno de los sumergibles cuesta entre uno y dos millones de dólares y puede transportar hasta siete toneladas de cocaína. Todo un atractivo para quienes se quedan sin alternativas.

¿Y cuál es la solución? Para Negret es clara: “es importante” que la fuerza pública esté presente, “pero si no llega la inversión social será imposible que haya paz”.

Cada minuto que esa inversión se demora los habitantes de este vergel a orillas del Pacífico se preguntan cómo ganarse la vida. Y sus respuestas continúan enriqueciendo a las bandas criminales.

El monseñor Rubén Darío Jaramillo, obispo del puerto, también está preocupado por la violencia en Buenaventura, ya que los feligreses viven en zozobra, pues temen salir después de las 19:00.

“Esperamos que las autoridades solucionen el asunto para que la población esté tranquila y esta situación no estigmatice a Buenaventura”, dice el religioso.

Pero no solo están afectadas las actividades religiosas, sino también la educación, ya que se suspendieron las clases en los 41 colegios públicos de la ciudad mientras se normaliza la situación.

Mientras tanto, las autoridades piensan cómo ganarle la guerra al narcotráfico, desde la próxima semana la ciudadanía hará “vigilias de paz” en los barrios afectados por la violencia.

“Estaremos con velitas, procesiones y oración para que las personas recobren la confianza en sus barrios”, indica el monseñor Jaramillo. (I)

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

El Telégrafo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media