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Después de su apogeo la ‘primavera árabe’ pasa de la esperanza a la desilusión

Después de su apogeo la ‘primavera árabe’ pasa de la esperanza a la desilusión
22 de junio de 2014 - 00:00 - Tristan Ustyanowski

Todo empezó el 17 de diciembre de 2010 en la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro de Túnez, cuando la policía confiscó a Mohamed Bouazizi la mercancía que estaba vendiendo en la calle por no tener permiso. El vendedor ambulante, de 26 años,  fue entonces a quejarse a la sede de las autoridades locales, quienes rechazaron darle audiencia. Humillado y desesperado, el joven se inmoló frente al edificio gubernamental y murió unas semanas después. Una muerte que fue la chispa que inflamó a toda Túnez, convirtiéndose en el símbolo de los abusos del Estado policial entonces dirigido durante 23 años por Zine el-Abidine Ben Ali.

Partiendo de Sidi Bouzid, las manifestaciones se propagaron muy rápidamente a todo el país. Al grito de ‘Dégage!’(‘!Fuera!’) miles de ciudadanos salieron a las calles para pedir un cambio de régimen. La violenta represión que sucedió hizo sobre todo ampliar el movimiento.

Ben Ali simbolizaba entonces la vieja oligarquía colgada en el poder desde la independencia con la venia de los países occidentales. Empezando con Francia, que siempre mantuvo una relación estrecha con su antigua colonia apoyando a lo largo de las décadas la dictadura. Una relación que se ilustró en las palabras de la entonces ministra de los asuntos exteriores, Michelle Alliot-Marie, quien mientras que el régimen reprimía a sangre la revuelta, propuso compartir “la experiencia de las fuerzas de seguridad francesas para arreglar la situación”.

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Efecto bola de nieve en la región

Tras 4 semanas de protestas pacíficas, los tunecinos consiguieron echar al presidente, quien se fugó en Arabia Saudita. Una ‘revolución de la dignidad’ que provocó un efecto bola de nieve en toda la región, que siguió por el vecino grande, Egipto.

Tras la caída de Ben Ali, los jóvenes, los activistas, los desempleados egipcios empezaron a reunirse para denunciar, entre otras cosas, la corrupción y el estado de emergencia permanente. El 25 de enero de 2011 se convocó el ‘día de la ira’ en varias partes del país, la Plaza Tahrir de El Cairo se llenó de una multitud y se convirtió entonces en el símbolo de la revuelta. Hosni Mubarak, el presidente en el poder por 29 años, trató la situación con dureza y sacó a las calles hasta al Ejército a reprimir a los manifestantes.

De hecho, el ‘raïs’ no aguantó tampoco la presión popular y abandonó su mandato el 11 de febrero de 2011 en un contexto donde Egipto estaba al borde del caos.

Un descontento que llegó después hasta Libia, uno de los países más cerrados de la región, dirigido entonces con una mano de hierro: Muamar el Gadafi, desde más de 4 décadas. La llegada de la ‘primavera árabe’ en Libia se caracterizó con la intervención de las potencias extranjeras, lo que impactó considerablemente al resto de los sucesos.

Después de más de un mes de protestas y de violenta represión, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó una resolución en marzo de 2011 que permitió una intervención militar para ‘proteger a los civiles’. Encabezada por Francia y Reino Unido, esta iniciativa llevó a bombardeos intensos y también a una ayuda directa a los rebeldes del régimen con el envío de armas. Se produjo luego una guerra civil durante meses que concluyó con la derrota de las fuerzas gubernamentales y la muerte del propio Gadafi  (en circunstancias que quedan vagas).

Se trató de una ‘cruzada por la democracia’ por parte de las potencias occidentales que no vinieron llegar los primeros acontecimientos de la ‘primavera’ y que querían borrar la imagen de aliados de los regímenes dictatoriales. Sin embargo, la intervención extranjera sufrió de bastantes críticas, sobre todo desde Rusia y China. Los 2 países que se abstuvieron durante la votación a la ONU estimaron que la acción militar no se limitó a ‘proteger los civiles’ e intervino directamente en el conflicto, ultrapasando el mandato otorgado por la resolución.

Se criticó también el ‘camisetazo’ de los países que intervinieron quienes afianzaron durante décadas el régimen que hicieron caer. El entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, antes de ponerse en jefe de fila durante la guerra en Libia, recibió en París a Gadafi al comienzo de su mandato para firmar contratos. Una relación turbia con el exdictador que tienen ecos hasta hoy con la apertura de un caso judicial que lleva la sospecha de un financiamiento por parte de la dictadura a la campaña de 2007 de Sarkozy.    

La ‘primavera árabe’ no se limitó a esos países, los movimientos populares se extendieron a todos los países de la cuenca mediterránea y también hacía las viejas monarquías del golfo, pero quedaron efímeras o rápidamente silenciadas por las autoridades. La experiencia libia puso un freno a la idea que se podía sacar pacíficamente del poder a los dictadores. En Siria también empezaron las protestas, pero se convirtieron rápidamente en un conflicto armado. El país dirigido desde 1970 por la familia Assad forma un sistema autoritario bien implementado y difícil de desestabilizar.

Los disturbios internos se transformaron en una guerra abierta sujeta a injerencias y peleas diplomáticas entre grandes potencias. Aliado histórico de Moscú, el régimen sirio está a salvo de cualquier posibilidad de intervención militar. Rusia respaldada por China tomó lecciones de la guerra en Libia. Los 2 países constituyen el ‘doble veto’ que protegen al actual presidente sirio, Bashar al-Assad, en la ONU. Desde entonces, la situación está estancada hasta lo que conocemos hoy en día. El país está destruido y la matanza dejó más de 130.000 muertos, mientras Bashar al-Assad fue reelecto el 3 de junio tras un sufragio calificado de ‘farsa’ por la comunidad internacional.

Al menos 3 años de violencia golpearon también a Egipto desde su revolución. Mohamed Morsi, el primer presidente elegido en una votación libre no pudo hacer frente al antiguo régimen encarnado por el ejército, que lo destituyó con un golpe de Estado. Desde entonces, se observó un retroceso importante en términos de derechos humanos y una represión política sin precedentes hacia los Hermanos Musulmanes (partido de Morsi), que dejó cientos de muertos. El principal instigador de esta política intransigente, el general Al-Sissi, se convirtió en el nuevo hombre fuerte del país tras una elección sin suspenso que marca la restauración del antiguo orden.

En Libia, después de la ‘liberación’, ahora el caos reina. El Estado nunca consiguió desarmar las numerosas milicias y la rivalidad entre las tribus ha sido un factor de inestabilidad en un país petrolero que ha bajado sus niveles de exportación.

En tanto, en Túnez, tras más de 2 años de pelea política el país aprobó recientemente una Constitución que protege los derechos fundamentales de los ciudadanos e implementa grandes avances innovadores como la garantía a los derechos de la mujer y a la libertad religiosa.

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