Las fuerzas del presidente Bashar al Asad anunciaron ayer la toma del último bastión de Estado Islámico (EI) en Siria, Deir Ezzor, en el este del país, una zona extremadamente desértica atravesada por el Éufrates y que cuenta con importantes reservas de petróleo.

El Gobierno retomó la ciudad tras una lucha que duró dos meses y que contó con el apoyo de Rusia por aire y de las milicias chíis comandadas por Irán por tierra.

Con esta pérdida, el Estado Islámico se quedó sin ciudades bajo su control, sin embargo sigue controlando algún territorio entre la frontera siria e iraquí.

Durante el último año, todos los actores de la región, paso a paso, han mermado al grupo yihadista: primero, Asad les arrebató Palmira. Después, tras meses de lucha, en julio, perdieron Mosul —la segunda ciudad más grande de Irak, después de Bagdad—, reconquistada por las tropas iraquíes y kurdas; apoyadas, ambas, por la coalición internacional liderada por Estados Unidos.

Luego vino Hawija, una ciudad al oeste de Irak, tomada por Bagdad con la ayuda de las milicias comandadas por Irán. La última en caer —y la más importante— fue Raqqa, hace un par de semanas. Cuando estaban a punto de perderla, los líderes del Estado Islámico movieron su centro de operaciones a Deir Ezzor: esta pasó a ser su capital. Pero justo entonces, hace dos meses, la ofensiva para arrebatarles la ciudad empezó; y, desde entonces, la lucha ha sido muy cruenta.

Pero, ayer, las pérdidas no han sido solo en Siria. El ejército iraquí anunció que entró y controla algunos barrios de Al-Qaim, una ciudad a diez kilómetros de la frontera con Siria: Al-Qaim es la última ciudad del EI en territorio iraquí.

Según fuentes de la coalición internacional, quedan unos pocos combatientes del EI entre los barrios de Boukamal y Al-Qaim. (I)