El médico griego Ctesias fue el primero en mencionar esta mítica criatura, tras realizar un viaje a la India, en el siglo IV antes de Cristo. Lo describe como un animal silvestre de esa región y le atribuye a su cuerno poderes mágicos para curar enfermedades.

Al describir a los rinocerontes, Ctesias no encontró mejor manera de hacer entender a sus contemporáneos que compararlos con caballos y llamarlos unicornios.

Luego, los unicornios fueron descritos como animales con  barba de chivo y cola de jabalí, y con un cuerno en la frente. Eran solitarios y agresivos, como los rinocerontes actuales.

Marco Polo, el viajero veneciano que vivió en Oriente en el siglo XIII, cuenta que él pudo verlos y -como Colón con las sirenas- aseguró que no tenían nada que ver con la idea que había en Europa acerca de su supuesta apariencia de caballo.

En realidad, decía, “es una bestia de presencia horrible y de ningún modo como las que recordamos y mencionamos en nuestros países. Os aseguro que es completamente opuesta de lo que decimos de ella”. El unicornio al que se refiere Marco Polo es el rinoceronte de Sumatra, sitio por donde pasó de regreso a su patria.

Para los europeos de la época que jamás habían visto un animal tan grande, seguramente debía tratarse de una bestia de apariencia horrible.

También lo mencionan los mitos de pueblos indígenas de la Rusia actual y de Asia Central, aunque en este caso es casi seguro que se basaban en un animal llamado elasmoterio, que habitó en toda esa región y se extinguió hace unos 10 mil años. Era una especie de bisonte gigante cuyo cuerno llegaba a medir hasta dos metros de longitud.

Y en América tuvimos nuestro propio unicornio. Se lo ha bautizado como ‘hippidion’ y fue un pequeño antepasado del caballo que se extinguió antes de la llegada de los humanos a nuestro continente. En su cráneo fósil sobresale un hueso que semeja un cuerno. (I)