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¿Somos altruistas o egoístas?

¿Somos altruistas o egoístas?
03 de agosto de 2014 - 00:00 - María Eulalia Silva

Esta es una pregunta que lleva siglos -por no decir milenios- sin una respuesta definitiva. ¿Qué pesa más en los seres humanos: su lado egoísta o sus acciones solidarias con otras personas? ¿Nacemos buenos y nos dañamos, o viceversa?

Sabemos que las leyes evolutivas de la naturaleza llevan a las especies y a los individuos de cada especie a ser competitivos. Se preocupan por sus propios intereses sin importar los del resto porque así garantizan sobrevivir y transmitir sus genes a su descendencia. El mejor competidor es el que tiene éxito a largo plazo, el que logra acaparar recursos para alimentarse, el que logra acoplarse con más parejas y heredar sus genes. La evolución, entonces, nos habría hecho nacer egoístas y, como somos parte de la naturaleza, también los humanos estaríamos programados como seres competitivos, preocupados solo por aprovechar al máximo lo que nos beneficia. Y entonces, ¿por qué existen las acciones humanas solidarias?, ¿qué nos hace preocuparnos por las injusticias sociales, por el hambre en el mundo o la vida de los animales?

Biólogos como Richard Dawkins han explicado esta conducta como un egoísmo encubierto, es decir, somos solidarios porque de alguna manera obtendremos un beneficio. Y para entenderlo debemos regresar en el tiempo, cuando los humanos éramos pocos y terriblemente débiles al lado de las grandes bestias con las que compartíamos hábitat. Sin garras, cuernos o venenos, teníamos pocas defensas contra ellos. Entonces nos vimos forzados a cooperar con el resto de la manada como manera de garantizar la supervivencia.

Dawkins va aún más allá y asegura que la idea fundamental de la evolución no es la supervivencia de la especie y ni siquiera del individuo en sí, sino la supervivencia de sus genes. Buena parte de lo que hacemos es para propagar nuestros genes y para proteger a aquellos individuos que, aunque sea parcialmente, comparten nuestros genes, y de allí la existencia de los lazos de parentesco. Nuestras acciones solidarias con un grupo más amplio que nuestros descendientes redundaría en mayores posibilidades de supervivencia y éxito reproductivo para nuestros genes egoístas.

Pero el biólogo holandés Frans de Waal no piensa igual. Para él la empatía surgió desde el inicio de la evolución humana: un truco de la naturaleza para lograr que las madres cuiden de sus hijos; posteriormente se extendió a la unión de grupos sociales. Luego estas conductas se fueron instaurando en nuestro cerebro y pasaron a ser un instinto que se manifiesta más allá del grado de parentesco. Eso explicaría por qué a la gran mayoría de los humanos nos apenan las viudas, los huérfanos y, en general, los indefensos, aunque no los conozcamos.

Según de Waal, no habríamos nacido con un instinto codicioso y cruel sino con una profunda predisposición a la empatía y la solidaridad desinteresada. Recientemente un grupo de investigadores alemanes habría encontrado las evidencias: cierta variante del gen COMT -que regula el placer que nos proporciona la dopamina- hace a las personas el doble de generosas que el resto. Así, el altruismo tendría también una base genética que nos habría ayudado a vivir en manada.

Pero cada una de estas teorías necesita más pruebas para confirmarse o desmentirse. Hasta ahora no se sabe con certeza qué explica que seamos competitivos y al mismo tiempo solidarios. Quizás la respuesta esté en el cortex de nuestro cerebro, esa parte que no tienen los animales y que tiende a moderar nuestros impulsos más salvajes.

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