Muy alto.  De una estatura descomunal. Muy delgado, vestido con traje y corbata negra y con un rostro sin facciones.  Así se describe a Slender Man. Habita y se esconde en los bosques y sería el responsable de las desapariciones de niños y jóvenes. Es un personaje siniestro y ficticio que protagoniza modernos cuentos de suspenso. Su historia nació en junio de 2009, cuando una página web invitó a reunir ideas para crear historias de terror. Uno de los colaboradores del proyecto fue Eric Knudsen, usando el seudónimo de Víctor Surge, quien participó publicando una fotografía manipulada en la que un grupo de jóvenes era observado desde lejos por un personaje borroso que se escondía entre los árboles.  Knudsen agregó un comentario en el que sugería que las personas de la fotografía habrían desaparecido poco después. Los ingredientes de la trama eran buenos: misterio, un personaje sombrío y unos jóvenes que no dejaron rastro. La historia gustó y poco a poco más colaboradores fueron aportando con rasgos y características que iban dando forma a Slender Man. Un caso exitoso de creación colectiva que fue mucho más allá de la web. Pronto aparecieron juguetes y videojuegos personificados por el hombre sin rostro. Hasta ahí todos sabían que era una ficción y nadie decía lo contrario, hasta que la historia fue pescada por el portal creepypasta.com,  un portal dirigido a público juvenil en el que se comparten cuentos de terror. Allí se contó la historia como si fuese verdadera. Ahí empezó el mito de Slender Man. Un mito nacido y esparcido por internet, pero que toma características de personajes anteriores, como el lobo feroz de  Caperucita, que se esconde en los bosques;  Jack, de Una pesadilla antes de Navidad;  y hasta de los villanos de la saga The Matrix, que visten de traje y corbata negra. Una amalgama de personajes que contaron una buena historia que debió quedarse siempre donde pertenecía:  en el ámbito de las historias de ficción, pero que lamentablemente no fue así y un par de chicas de Wisconsin no pudieron distinguir  dónde terminaba la fantasía y dónde comenzaba la realidad. (continúa)