Esta idea empezó a surgir con fuerza desde la tragedia ocurrida en 1999 en la escuela estadounidense de Columbine, Colorado, donde dos adolescentes aparentemente despreciados por sus compañeros, mataron a 12 estudiantes y un profesor, y luego se suicidaron. Este hecho hizo que muchos psicólogos atribuyan a la baja autoestima todos los comportamientos violentos, agresivos, suicidas y depresivos de las personas, y también sus adicciones. Pero en 2003 el psicólogo Roy Baumeister y su equipo hicieron un trabajo monumental revisando 15.000 estudios de lo publicado sobre autoestima, y llegaron a conclusiones interesantes. Encontraron que la autoestima está poco relacionada con el éxito interpersonal, es decir, con ser alguien “popular” y, además, que no es que la autoestima mejore el rendimiento escolar, sino que es al revés: las buenas notas hacen que los chicos se quieran más. Lo más importante: la baja autoestima no es la que arrastra a las personas a ser violentas, viciosas o depresivas. Un ejemplo: los adolescentes que intentan ser aceptados por un grupo se sienten obligados a imitar conductas: fumar, tomar o tener relaciones sexuales prematuras. En algunos casos, eso puede desembocar en trastornos psicológicos, baja en el rendimiento escolar, malas relaciones familiares y, por lo tanto, una baja autoestima. Es decir que la autoestima suele ser consecuencia y no causa, y por sí sola no es tan dañina como ahora se cree. Se convierte en problema si se suman otros factores como la herencia genética y el ambiente social en el que las personas se desenvuelven. Además hay que saber que los trastornos mentales suceden cuando han colapsado por lo menos 15 sistemas de control neuronal y la autoestima es uno de estos. Eso es lo que sucede con las personas que cometen asesinatos múltiples: tienen un cúmulo de trastornos que las llevan a ejecutar estos actos terribles. (I)1