No tengo que ser cursi. No tengo que ser cursi. No tengo que ser cursi. No. Tengo que ser cursi. Porque ha muerto él, ella, que dijo “Soy tan cursi que soy irrepetiblemente Lemebel”, y de quien se dice que fue —que es— una madre chamana, el mejor poeta de su generación, la voz aflautada de los proletarios, una reina de otro cielo, la iracunda yegua apocalíptica que habló, entre tantas otras cicatrices, por la diferencia de los niños y las niñas que nacieron —que nacerán— con una alita rota.

Ha muerto, a los 62 años, Lemebel. Pedro Lemebel.

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Las fotos lo muestran en silla de ruedas: las botas altas, el cuerpo flaco, de blanco. La cabeza calva, como siempre, cubierta; esta vez con un gorro bicolor de lana. No se escucha, pero por sus gestos —los brazos abiertos en cruz y después las manos juntas bajo la quijada— se sabe: la gente, de pie, una vez más, lo ovacionó. Lemebel, hasta ese momento, en la noche del 7 de enero de 2015 en que fue empujado al escenario del Centro Cultural Gabriel Mistral (GAM), en Santiago de Chile, no había dicho ni iba a decir nada. “Puto cáncer de laringe”, escribió por estos días el filósofo español y activista queer, Paul B. Preciado (antes llamada Beatriz), en un texto(1) de despedida para su diosa trans-andina, su madre travesti y chamana. “Puto tu cuerpo que ha perdido. Y puta tu alma que no perderá nunca”. Cómo es la vida, había dicho Lemebel en 2011, “yo arrancando del sida y me agarra el cáncer”.

La del GAM fue la última aparición pública del performer maricueca. Fue un homenaje sin crespones de seda como los que había pedido, para su despedida, Loba Lamar, una de las tantas locas memorables que él, que ella hizo taconear en sus crónicas. Ni falta que hicieron los crespones, la polvera Angel Face ni el pálido labial mortuorio, mi niña, porque quién iba a pensar que la Loca del Frente, tan arrebatada, se nos iba a ir así, tan prontito la maricona, con tanto loco afán.  

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El viernes 23 de enero, los aullidos de los hijos y las hijas de Lemebel resonaron en la capilla ardiente de las pantallas. La cronista peruana Gabriela Wiener fue una de las huérfanas que encendió una vela en el altar global de los likes dolidos: “Nos quedamos, matriarcado sin matriarca, solas en este valle de lágrimas. Pero vivimos en un mundo nuevo gracias a seres como Pedro Lemebel. Pedro Lemebel. Dan ganas de repetir su nombre hasta que su nombre sea un brillo más en la frente perlada de los niños”(2).

Ha muerto un poeta —el mejor de su generación, según Roberto Bolaño— y el duelo, de qué otra forma sino, se vive en verso. No tengo que ser cursi. No tengo que ser cursi. No tengo que ser cursi. No. Tengo que ser cursi.

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En el muro, que ocupa casi una cuadra de un poblado santiaguino, se lee: “Lemebel, al Premio Nac. de Literatura 2014”. El pedido popular, escrito con adolescente amor aerosol, no bastó para que la literatura molotov del autor mapuche consiguiera la venia oficial. El aplauso mojigato del poder no le hizo ni le hará falta. “Lemebel —escribió su compatriota Alejandro Zambra en julio de 2014— ha logrado lo que poquísimos consiguen: construir un público, crear lectores, muchos de ellos jóvenes poco o nada interesados en las lecturas obligatorias. Pienso en quienes salieron del clóset gracias a Lemebel, pero no me refiero solamente —lo que ya sería bastante— a los que después de leerlo se atrevieron a enfrentar su identidad sexual, sino también a quienes, homosexuales o no, gracias a él descubrieron o redescubrieron el brillo y el poderío de las palabras, la necesidad de una escritura, su urgencia”(3).

Ahora, con más fe-hervor, ese público callejero, gay friendly, progre, homo, hetero, punk, ambidiestro, acude hacia el Pedro aterciopelado de La esquina es mi corazón (1995), hacia el Pedro virulento de Loco afán (1996); hacia el Pedro pop star y trovador de Serenata Cafiola (2008), hacia el Pedro colibrí de Háblame de amores (2012) o hacia el Pedro piroclástico y cortopunzante en De perlas y cicatrices (1998), mi favorito. Ahora, con lascivia, esperamos a que se publiquen, este año, las obras inéditas. Josefina Alemparte, editora de Lemebel en Planeta, dice que son dos. Una es Mi amiga Gladys, la recopilación de textos sobre la dirigente comunista Gladys Marín (†), y la otra es su segunda novela titulada El éxtasis de delinquir, basada en la vida de Patricio Egaña, delincuente, homosexual y escritor.

Ambos personajes, como tantos otros amantes y cómplices de Lemebel, fueron, como él, reinas de otro cielo.

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Fue en la iglesia Recoleta Franciscana, en Santiago; quizá un sitio al que no entrabas ni para escampar. El video muestra que tu velorio fue en la noche y fue una fiesta. Tus locas (¿habrán estado ahí, Magdalenas postizas junto al féretro, La María Silicona, La Bambi, La Frun-Sida, La Nomeolvides, La Freno de Mano, La Maricombo o La Teté?), tus bolleras, tus panaderos, las lavanderas, los cabros pendejos, el delincuente de tu noche payasa, un milico emocional, los piratitos que vendían tus libros, las abortistas, todos, todas, te despidieron bailando, cantando, sudorosos.

Yo no los vi llorar, pero lloraban. Yo nos los vi comulgar, pero comulgaban. Hasta las vecinas que fruncían la nariz a tu paso se asomaron curiosas a ese jolgorio de saturday nigth fever y se quedaron un ratito más espiando las flores tímidas, los arcoíris de tela, las velas tristes, los porros familiares, tus fotos, las calacas encueradas. Esa noche, compañero, compañera, la pobla —tu pobla— te arrulló forever con una cumbia militante y coquetísima.

Yo no los vi rezar, pero rezaban.

Notas

1.- http://www.elestadomental.com/diario/perlas-y-cicatrices-para-pedro-lemebel

2.- http://www.revistaanfibia.com/madre-excentrica-abuela-tierna/

3.- http://www.quepasa.cl/articulo/opinion---posteos/2014/07/20-14923-9-un-premio-colectivo.shtml