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Reseña

Viaje al fin de la noche: la soledad como vicio

 Viaje al fin de la noche: la soledad como vicio
14 de julio de 2014 - 00:00 - Marcelo Recalde, Catedrático y escritor

Sabes que si me marcho es porque te estorbo. No soy un ser normal… soy fiel, te lo aseguro, a mi manera, atrozmente fiel, hasta reventar. Pero me agobia la regularidad de la vida, la realidad… me siento mucho más cerca de la gente cuando la dejo.

Louis- Ferdinand Céline,Carta a Lucienne Daforge.

 

Viaje al fin de la noche se publicó en 1932, cuando Louis-Ferdinand Céline, su autor, estaba cerca de cumplir 40 años. En el contexto de su aparición desató los comentarios más apasionados. Sin  embargo, tanto los críticos de Izquierda como de Derecha, llegaron a un consenso: se trataba de una obra maestra.

 Son los años de entre-guerra, las vanguardias están en su eclosión. Los surrealistas saludan la novela con entusiasmo; Camus y Sartre la idolatran. En realidad es la obra que ellos hubiesen querido escribir: un libro que se levantó como la bandera de una generación; una novela desencantada, cínica  y con cierta dosis de existencialismo, cuya importancia, como emblema de esos años, solo podría compararse a la Condición humana, que André Malraux publicó en 1933.

Su autora, pues todos piensan que se trata de una mujer (Céline es el seudónimo femenino con el que la novela llegó a Robert Denoël, el editor que la publicó), se ha convertido, para una generación, y por antonomasia, en un hito literario. Todos están intrigados por conocerla. ¿Será guapa, rica o misteriosa? Quizá sea una académica, quizá una integrante del Partido Comunista Francés. Pues bien, en lugar de la estrella literaria que imaginan, la irónica realidad les entrega al doctor Destouches. Ja ja. El doctor Destouches, un médico desgarbado y huraño, un perdedor consciente de serlo; un buscavidas al que los salones literarios le importan un comino… Ese es el hombre que ha edificado un mundo. Ese es el hombre que, después de siglos, ha transformado la prosa francesa.

No obstante, y a pesar de la apariencia de su autor, Viaje al fin de la noche se impone, en medio del esnobismo de esos años, por su garra. Quien la escribe se preocupa menos de los convencionalismos literarios de la época que de aclarar cuentas consigo mismo. Esta novela no es una obra para el público tanto como la respuesta a una vida: un espejo oscuro en el que se refleja el rostro de un hombre.

Y quizá, o precisamente por ello (por su indiferencia ante el discurso oficial de la Academia y los prejuicios de la moda), es que esta narración revela, por su honestidad y como ninguna otra, el angustioso sentimiento que invadió a los europeos de entreguerras. El cinismo que de ella se desprende, coincide con el de esos acontecimientos históricos que evidenciaban una gran verdad: todo es inútil. El racionalismo no pudo hacer frente a la muerte y a la irracionalidad de la conducta humana. El clima enloquecido de principios de siglo XX es la prueba inobjetable.

Ferdinand Bardamu, álter ego evidente de Céline y protagonista de la novela, narra, en un tono descarnado, sus vicisitudes en la Primera guerra mundial; sus viajes al África colonizada y a Estados Unidos; su regreso a París para trabajar como médico de barrio. Todos estos hechos los describe, sin embargo, con la violencia de un torbellino. El narrador se hunde, como un pesado yunque echado a un río, en el vértigo violento de una etapa de su existencia: la juventud.

Novela de aprendizaje, Viaje al fin de la noche evidencia un recorrido espiritual por tales años. Un misticismo oscuro acompaña a Bardamu en cada una de sus experiencias. Un anhelo imposible lo anima a querer encontrar algo, que ni el mismo sabe bien qué es, en cada uno de los viajes que emprende. Es un soñador, y en el fondo insiste en obtener de la vida algo que esta no puede darle (y que algunos llamarían Dios).

Comprobemos que tan cierto es esto; comprobemos cómo nace el cinismo de un hombre cuando renuncia a lo que más anhela.

 

La música de un hombre solo

Muchos de los estudios que se han  dedicado a esta novela no consideran un aspecto esencial: Viaje al fin de la noche es la historia de un hombre solo. Este hombre, en su intimidad más profunda, añora encontrar a alguien que lo comprenda, anhela hallar a ese ser que esté lleno de las mismas contradicciones y tristezas que a él lo atormentan. En lo profundo de su corazón, alberga un deseo inocente, pueril, casi infantil: quiere tener un amigo.

Es un monstruo, sí: quisiera al mundo destruido. Es un misántropo, sí: se halla muy lejos del hombre común y gregario. Y sin embargo, a pesar del desprecio, que a lo largo de la novela exhibe por la gente, no ha perdido la ligera esperanza de encontrar en algún rincón de este deplorable mundo un ser que desmienta su teoría sobre la naturaleza humana: esa persona que no se mienta a sí misma y tenga el valor de admitir lo absurdo de todo esto. 

Aclaremos una cosa: el cinismo significa insistir en una acción reprobable e injusta. ¿Pero qué pasa cuando un individuo, en este caso Bardamu, comprende que es la existencia humana la cínica, es decir que son la misma naturaleza del mundo y la propia vida las que emanan injusticia desde su parte más íntima?

Vivir para morir, por ejemplo, es un amargo silogismo de cinismo de la existencia. No haber elegido nacer, es otro. Pues bien, Bardamu, a través de todas sus experiencias, ha llegado a una conclusión: es la Naturaleza la cínica. Es la estructura del universo la injusta. No se puede hacer nada contra eso. Millones de hombres pueden morir —pensemos en una peste— para que sobrevivan otros millones. Frente a esto qué puede estar bien y qué puede estar mal. Los actos se vuelven insignificantes, intrascendentes y relativos: da lo mismo actuar de una manera como de otra, da lo mismo ser héroe que traidor, pues de todas maneras siempre se fracasa.

Conclusiones llenas de ironía, será precisamente de ellas de las que Bardamu derive su conducta y su actitud ante la vida. Día a día el hombre y el mundo le desencantan. ¡Cómo creer en éxito alguno! Cuando ve a uno de esos sujetos que la gente llama ‘triunfadores’, el narrador dice: “tenía unas ganas irreprimibles de vomitar sobre la vulgaridad de su éxito”. Y a pesar de todo esto, repetimos, Bardamu insiste en buscar a alguien que lo comprenda, aunque fuera por un momento.

Posiblemente por esta razón, una de las escenas más memorables de la novela sea aquella en que Bardamu se encuentra con Robinson Léon, esa especie de doble que aparece y desaparece de su vida y que a modo de un espejo lo refleja en su intimidad más profunda. El encuentro tiene como escenario una noche en que ambos han decidido desertar del ejército. Lobos de la misma especie. Los dos comparten el mismo sentimiento de fracaso, los dos saben de la inutilidad de los actos y de la mentira de los hombres. Cómplices en su visión de la vida, justo cuando más se estrechan los lazos de su amistad, la historia da un giro inesperado: Ferdinand traiciona a Robinson (mantiene un flirteo con la novia de este).

Apesar de la ruindad de este acto, el lector no puede despreciar a Bardamu, después de todo, su obrar es consecuente: en su corazón no existe esperanza y ya es muy tarde como para tener amigos. Su vicio es la soledad y tiene adicción a traicionar a las personas, pues está seguro de que todo lazo se arruina. Precisamente por esto, como sugiere Mario Vargas Llosa, lo que más impacta en esta novela es la “ferocidad de una postura”. El cinismo extremo que no tiene reparos en “esbozar la imagen de la sociedad y la vida como un verdadero infierno de malvados, imbéciles, locos y oportunistas” en la que todos se venden y traicionan.

No obstante, no podríamos afirmar que todo en la novela sea de ese tono, ni que Céline sea tan desesperanzado como se suele pensar. Por el contrario, a pesar de que las sombras de novela son muy intensas, permiten que podamos observar y sentir hacia su final —cuando muere Robinson—, el resplandor de una luz, la sensación de  una calidez que abriga el corazón de quien ha terminado de leer el libro y con una sonrisa amarga lo cierra. Y es que si bien es cierto Viaje al fin de la noche es una descripción sin contemplaciones de la vileza del corazón, es también la descripción de lo más profundo e íntimo que tiene un hombre: su dolor. 

 

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