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Diálogo

Rock nacional en tiempos de chicos hiperconectados y reguetón

Foto: Eduardo Naranjo
Foto: Eduardo Naranjo
23 de febrero de 2015 - 00:00 - Xavier Gómez Muñoz, Periodista

Cuenta la leyenda que el mítico Jorge Martínez —vocalista de Ilegales, de España—, después de algunas copas y varias canciones, le dijo: “Tú lo tienes”. Era el after del after de un concierto salvaje en Guayaquil. Estaban en el estudio musical de Luis Rueda. Fue como “ser coronado caballero de la corte del rock en español”, recuerda entusiasta el exvocalista de La Trifullka, el cantante del ‘Pelo quinto’ (que en realidad se llama ‘Los maestros del amor’), ‘Mala reputación’, ‘Velo de Maya’ y algunos temas insignes del rock nacional.

Hoy Luis tiene 42 años, la barba cana, usa un chaleco negro y una camiseta de Ernesto Guevara con la leyenda Che FC. Es guayaquileño, pero nació en Quito. Se embarcó en los andariveles de la música desde los 13 años. Desde entonces, se ha cruzado en la vida, como en los escenarios, con grandes como Enrique Bunbury, Gustavo Cerati y Charly García. Estamos en la segunda planta de un centro comercial. Guayaquil vibra como las cuerdas de una furiosa guitarra. El termómetro marca 29 ºC.

¿Acabas de volver de Buenos Aires?

Sí. Estuve 50 días. Me la pasé vacacionando con mi hija, que tiene 8 años. Ya sabes, en plan de padre. Enero no es un buen mes para estar en Buenos Aires, por el calor salvaje, pero nos la pasamos muy bien. El año anterior fui tres veces a Buenos Aires. Tuve la oportunidad de ver a Foo Fighters y también a bandas de adentro.

En teoría fui a recargar energías, pero regresé y estoy desde hace cuatro días con una gripe que no me deja. Ya sabes, salir del aire acondicionado al clima húmedo te mata.

Los nuevos cambios sociales, gente cada vez más interconectada y los estilos musicales modernos, ¿cómo han influenciado en el rock?

Me gustaría creer que el rock se mantiene contestatario. Quizás antes éramos más salvajes. Quizás muchas cosas han cambiado. Quizás fenómenos como el bullying, por darte un ejemplo, formaban a un muchacho. Si tú no aprendías a defenderte en el colegio no ibas a poder defenderte en la vida. Pero ahora hay una especie de sobreprotección a todo. Fíjate que los chicos se están criando bajo otros parámetros y cuando sean adultos van a tener una personalidad diferente a la de nosotros. No sé si necesariamente mejor. Y no sé dónde va a acabar este experimento. 

Pero siempre está ahí el rock, como para agarrar esas cosas reprimidas, esa ‘cabreadez’ con la que puedes ir por la vida y que, como en mi caso, puedes volcar hacia la música o hacia ciertas canciones.

¿El rock pierde espacio frente a otros estilos musicales?

Lo que pasa es que el rock no puede ser una moda. No puedes ser roquero porque es lo que suena en ese momento. El rock es una necesidad, un estilo de vida. Es tener 42 años y ponerme una correa con tachas, porque así te nace. Que el rock en este momento no pegue, digámoslo así, creo que es lo mejor que le puede pasar, porque no se queda en lo mainstream, como en los noventa, cuando en la fiesta más ‘perruña’ la gente hacía mosh con Nirvana.

El que descubre su camino y lo que el rock tiene para darle se va a sentir unificado. Y mira que no estoy hablando de géneros ni de movimientos, sino de un camino personal. Sobre el tema de lo multitudinario, en Ecuador el rock nunca lo ha sido. Además está lo demográfico. Ecuador es un país que tiene casi la misma cantidad de habitantes que Buenos Aires (la provincia de Buenos Aires) o que el D.F. (Ciudad de México). Esto hace que en esas ciudades se den movimientos de rock gigantescos. Son movimientos enormes, sí. Pero en relación al porcentaje de la población de sus países, tampoco son tan grandes.

Entendiendo la música como un espejo de su tiempo y las sociedades, ¿qué tipo de música crees que refleje mejor la sociedad actual?

(Silencio corto) Creo que la fusión es el reflejo de la sociedad de ahora. Todo está mezclado con todo, tanto así que se puede mezclar hasta el mal gusto y transformarlo en buen gusto, y viceversa. A la final para mí todo se trata de ambientes. De la sensación que puedes generar con tu música.

Pero volviendo a tu pregunta, creo que la fusión de todo con todo, todos contra todos, es el sinónimo de nuestros tiempos. Aunque hay aún personas que pertenecemos a la generación anterior y que somos un poco más necios.  

Ahora que hay tantos estilos y subgéneros, ¿cómo defines al rock? O más fácil aún: ¿qué es el rock para ti?

A esa pregunta le he estado dando vueltas muchas veces. Jorge Martínez decía que “el rock es un ejercicio de fanfarronería”. Y tenía razón. Aunque, por otro lado, yo creo que el rock también es la búsqueda de tu propio camino, la posibilidad de cuestionar, de elegir y de no aceptar así nomás lo que te imponen.

Es, entonces, inconformidad, rebeldía.

Sí. En mi caso, sí. Soy un tipo de 42 años, joven para alguien de 60, pero no para un man de 20. Y cuando me encuentro con mis amigos de la universidad o del colegio son la figura del viejo que yo me imaginaba cuando era más joven. Yo no sé si me veo tan juvenil, pero me siento en otra (edad).

En otras palabras, ¿el rock ha alargado tu juventud?

Yo diría que sí, porque a pesar del tiempo a mí todavía me gusta hacer ciertas cosas. Andar en bicicleta, por ejemplo. Y estoy súper al día con lo que pasa en el cine, con lo que pasa en la música a través de las redes (sociales). Estoy buscando, buscando, buscando, cosas. Y cada descubrimiento se expresa para mí en una alegría enorme, porque quizás mi vida se basa en ese descubrimiento que me nutre para componer y estar en este círculo.

Hace un momento decías que Ecuador es un mercado pequeño, sumándole a eso la piratería y el Internet, ¿cómo ha cambiado el negocio de la música?

Lo que pasa es que había que entender desde el principio de los tiempos que el disco no es el producto final. O sea, yo recuerdo que cuando era chico había un fenómeno al que le decíamos ‘la maldición del disco’, porque muchas bandas acá en Guayaquil sacaban un disco y después se separaban. Y todos nos preguntábamos: ‘¿Qué pasa?’ Y claro, como veíamos películas en las que un tipo se acercaba a las bandas con una tarjeta y les decía “llámame el lunes”, y después aparecían tocando frente a un estadio repleto y vendiendo millones de discos… Pero hoy en día la música no es así.

Sacar un disco antes lo veíamos como una meta, y resulta que es recién el primer paso. Luego viene la parte más horrible, que es la promoción. Y yo me he dado cuenta de que el negocio, por llamarlo así, no se trata de hacer buena música, sino de convencer al resto de que lo que tú haces es bueno. Y por eso es que hay por ahí tanta música pedorra, porque logran convencer al incauto que no lleva tan afinada su intuición que le están vendiendo un buen producto y que lo tiene que consumir por donde pueda.

Bueno, pero ahora también hay muchísimas más herramientas de acceso y de difusión.

Por supuesto. Yo tengo un blog, por ejemplo, en el que he subido toda mi discografía para libre descarga. Y no sufro ni un poquito por el tema de la piratería, porque si quieres seguir en este mercado el tema ya no es vender discos. O sea, los discos en la música hoy en día son información binaria. De hecho el concepto del álbum ya es medio retrógrado. Hoy por hoy se venden canciones. Lastimosamente yo vengo de una escuela vieja, y tengo que seguir haciendo discos. Aunque sacar temas es mucho más sencillo para cualquiera que empiece en este camino.

Pero en definitiva, la cuestión es así: no nos podemos quedar lamentándonos y diciendo ‘qué bonito’, cuando se vendían miles de discos. ¡Los mundos cambian! Y lo bueno de las nuevas tecnologías son las posibilidades de acceso y difusión que tenemos. Y que las propuestas independientes pueden hacerse escuchar a través de las redes sociales, sin necesidad de las discográficas que, por lo general, son algo retrógradas. Y también lo bueno es que el reino de los Ricky Martin (estrellas pop) se está terminado para estas empresas, porque ya no es tan buen  negocio. Y cuando deje de rendir frutos, simplemente se dedicarán a vender llantas, chicles o cualquier otro producto.   

El otro día, escarbando en tu Facebook, me encontré con un post que decía algo así: “Romeo Santos y su voz de pelada que convence a la amiga para que sea infiel. Ahí está el verdadero secreto de su éxito”. ¿Qué dice la gente cuando subes ese tipo de cosas?

Nada. Ya saben que me gusta payasear mucho en las redes. Tiene que ser algo muy grave para que yo esté bravo. Otra de las cosas que también han cambiado en estos tiempos es que tu mente intenta de alguna manera resumir pensamientos en 140 caracteres. Yo a veces, cuando voy por la calle, voy pensando en tuits. Y ese es el caso de la frase que tú dices.

Pero no te gusta la música de Romeo Santos ni la bachata.

Me disgusta, y a veces puedo ser hasta medio despectivo con ciertas cosas. Pero en general trato de escuchar de todo. Y a veces puedo percibir en estilos que no necesariamente me gustan propuestas interesantes.

Fue interesante, por ejemplo, ir a ver a Foo Fighters, porque más allá de que me encante, lo que me gusta muchísimo es lo que logró Dave Grohl, reinventarse después de estar en una banda como Nirvana. Pero es cierto, nunca encontré nada bueno ni en el reguetón ni en la bachata. 

Hablando de música ecuatoriana, ¿crees que se puede hablar de una identidad del rock nacional, algo que nos distinga del rock de otros lados?     

Hay cotidianidades que se manifiestan en lo que hacen ciertos artistas. Las cosas que hicieron los Sal y Mileto, por ejemplo, son cosas muy propias. O hay ahora en Guayaquil un grupo que se llama Espanta Ratas, que está haciendo cosas increíbles. Tengo un circuito de amigos, y cuando los escucho afuera siento un sabor guayaco único. Pero una identidad, yo creo que debería ser algo masivo. Y esa condición, esta música no la cumple.

Lo que sí pasa es que hay música que va generando cosas en la gente. Y hay gente que te escribe y te dice cosas como: ‘Escuché esta canción y me salí del trabajo’ o ‘tenía una novia a la que le dediqué una canción y ahora tenemos un hijo’.

Alguna vez escuché a un artista decir que prefería tocar en teatros y en espacios pequeños, más que en grandes escenarios. ¿Tú dónde te sientes más cómodo?

Es mucho más lindo para mí tocar en un lugar pequeño que se llena con 80 personas, que tocar en un estadio donde tengo que pelear con unos 20 mil manes. Quizás para el chico que empieza sea un sueño pararse en un estadio y tocar. Para mí es un reto y es un esfuerzo, en el que a veces ya no tengo tantas ganas de embarcarme. O sea, mientras todos sueñan con muchedumbres, yo soy feliz tocando para poquedumbres. Además, en este momento no te voy a decir que estoy totalmente satisfecho con lo que he hecho, pero estoy bastante agradecido de las cosas que he podido vivir.

Hablemos de tus proyectos musicales. ¿Qué estás haciendo ahora, y qué planes tienes para después?

Ahora estoy embarcado en tres proyectos: con unos amigos de Guayaquil vamos a hacer reversiones de canciones guayaquileñas y tengo otro proyecto en Quito con músicos de bandas grandes de los noventa. Estamos Igor Icaza, de los Sal y Mileto; Renato Zamora, de Sobrepeso, Ivis Flies, de La Grupa, y yo. Hicimos una banda que se llama Los Mala Junta. Tenemos ya las canciones para hacer un disco de cuatro temas. Y además es muy probable que en este año nos juntemos con La Trifullka, porque cumplimos 20 años de habernos formado.

Y por fin, y de una vez por todas, voy a terminar de grabar Adrede, mi noveno y más demorado disco. Me dedicaré a grabarlo por tercera vez, y no por perfeccionista, sino porque las canciones han cambiado en estos últimos 3 años, al igual que mi vida, y necesito que estén más acorde a mi realidad actual.

Llevas 42 años de vida y 28 de carrera artística, ¿cómo te ves en el futuro? ¿Tal vez cantando a los 70 años como los Rolling Stones?

No sé si como los Rolling Stones, pero sí como el viejo Napo, que se acerca más a nuestra realidad local (ríe).

Lo que te puedo decir es que mientras esto me dé alegría, lo voy a seguir haciendo. Pero no sé, puede que termine pintando o haciendo otra cosa que me ayude a expresarme, porque básicamente creo que de eso se trata todo esto.

Soy músico porque es lo más cómodo para mí, pero si apareciera de pronto otra cosa, quizás de aquí a algún tiempo me veas cocinando o en algo diferente.

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