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Poesía

Pop-Up de Kelver Ax

Pop-Up de Kelver Ax
29 de diciembre de 2014 - 00:00 - Andrés Villalba Becdach

La poesía ecuatoriana recibe un estupendo baño de frescura y revitalización con el poemario Pop-up, del joven lojano Kelver Ax, (Kleber Enrique Ajila), quien con humor dadá, inventiva envidiable y un lenguaje aparentemente sencillo —lo que resulta dificilísimo de lograr— cultiva un pensamiento paródico y anarquista que piensa contra sí mismo para aprender a vanagloriarnos de nuestras carencias: “Amo lo que no soy porque en ello radica mi riqueza”, dice Kelver, que a fuerza de versos cortos, precisos, haikús y aforismos escribió su libro. “En el aforismo, más aún que en el poema, es donde la palabra es dios”, decía Cioran; no es gratuita la cita que Kelver utiliza del pensador rumano: “Mi idea de escribir un libro es despertar a alguien, azotarle”.

 

En Pop-up, los contrastes entre enfermedad y riqueza funcionan a plenitud. Este juego no tiene límite. Cada uno de nuestros deseos recrea el mundo y cada uno de nuestros pensamientos lo devasta. La violencia se presenta contra quienes creen en la esperanza, por eso se critica el afán de los fanáticos del hombre, creyentes del optimismo. Aquí aprendemos a humillar al hombre: un animal arrogante al que hay que hacerlo entrar en razón para mostrarle con qué lodo fútil está amasado. Pero no podemos subestimar los peligros de la humillación.

 

Kelver también se burla de la solemnidad de cierta poesía, del oficio infructuoso de escribir poemas, sobre todo de la palabra ‘poeta’, del cliché, de la etiqueta barata y escribe:

 

nosotros los poetas

 

llegamos a grandes hoteles

 

de ciudades heliocéntricas

 

para amanecer en recepción

 

podridos de hambre

 

de frío (frío humano por supuesto)

 

sin dinero

 

escribiendo poemas

 

para tener el posterior cinismo

 

de ubicar debajo

 

ciudad y fecha en que fueron escritos

 

como si eso garantizara algo

 

y nosotros lo sabemos

 

por eso dormimos en el sofá

 

de un lujoso hotel

 

llamado Poesía.

 

Quizá sea necesaria la transición de la palabra poeta a escritor de poemas, ya que poeta es otra palabra que llegó a la cúspide de la ignominia. Seguramente porque la poesía sirve solo para esconderse: ¿quién engaña a quién en este juego delirante? ¿A quién le interesan los traumas y complejos del prójimo si son suficientes los propios? Es un ejercicio radicalmente etéreo, mezquino y onanista.

 

Pero en Pop-up sabemos de qué habla el poema porque es real, tiene su peso justo, gusta, viene de una necesidad, de una emergencia, uno se asombra y se reconoce ahí:

 

la poesía me lleva en su taxi

 

o mejor dicho/ la policía me lleva en su auto escribir es algo así como morir

 

(les digo)

 

escribir es algo así como ofender

 

(responden).

 

Además, en otro gesto irónico, hay una cita de la poeta estadounidense, suicida, Anne Sexton: “Mis admiradores creen que me he curado, pero no, sólo me he hecho poeta”.

 

Este osado crisol de licencias lingüísticas, transgresiones verbales y experimentos con la forma tradicional de lectura guardan estrecha relación con el otro oficio que Kelver ejerce: la pintura, en el reino visual. En sus dibujos irracionales y descabellados, la cromática se vuelca al detalle minucioso y milimétrico en el que el ojo gana su azar y nos dejamos vencer por obsequios visuales como un chorreo de iluminaciones.

 

De ahí la asociación de que cada verso sea un gatillazo fulminante, preciso como una pincelada con el dominio cabal de todas las imágenes logradas a lo largo del libro. “Sé que no voy a vivir de la literatura, pero con la pintura sí hago platita”, ha dicho y sentenciado Kelver Ax con absoluta razón.

 

De igual importancia, aquí asistimos a una capacidad admirable de asociar el engranaje poético con soportes técnicos como celulares, bluetooth y demás formas comunicacionales que el tecnicismo ha impuesto en la modernidad.

 

El escritor Juan José Rodinás afirma lo siguiente: “Kelver Ax ha inventado algo: ha tomado la tradición objetivista de la lírica occidental (Robert Creeley, por ejemplo) y las escrituras minimalistas, las ha convertido en una experiencia acumulativa y serial. Mediante una serie de artefactos visuales que intervienen sobre todo en la secuencia lineal del ojo, Kelver diseña mundos en miniatura que, más que la levedad del mirlo, semejan la ligereza del electrón. De hecho, este libro —formulado como una especie de poema único, a la manera de muchas obras poéticas contemporáneas— parte de entender la vida como un artefacto electrónico cuya vivacidad parece proceder de un lugar atávico, indistinguible de las pantallas apagadas de los ordenadores y de los black-outs de las experiencias místicas, alcohólicas o sicotrópicas. Siento que este libro consigue ampliar el escenario de la ultimísima poesía ecuatoriana (divirtiéndose y padeciendo los límites de las experiencias maquínicas), dentro de un despliegue estilístico bastante personal y un vuelo entre manso, paradójico y demencial”.

 

Pop-up es un mundo alucinado, alejado de la impostura del yo plenamente empírico, goza de la recreación del mundo de la memoria, suenan zarpazos en las páginas, con escisión y mordedura, no se detiene porque no hay fronteras: hay paréntesis de realidad en sus múltiples universos simbólicos.

 

Reflexionamos que existir es un vicio y un eco triste de algo terrible, vacuo y absurdo que ya sucedió. Como privilegio de incoherencia, el ejercicio negativo se erige como posibilidad de dignificación, lo que equivale a decir que el proyecto de los individuos es la extinción de sus posibilidades, una sensación de escarbar sin éxito en las ruinas y pavesas del pensamiento y de la historia para sobrevivir en tiempos de hecatombe:

 

que alguien detenga el deshielo de mi cabeza

 

siento miedo a colgar la pluma

 

ese cuaderno mal escrito que es la vida

 

pueda que el sol llegue a mi ventana convertido en colibrí

 

pero muere como todos: hediondo y sin orgullo.

 

La palabra sale purificada desde el tuétano del lenguaje y desde los intersticios del inconsciente, pero la esencia engaña porque nada está quieto: la agilidad textual escapa y rehúye a ser aprehendida. La mente carece de valor si no constituye un acto vertiginoso y arriesgado, caemos en cuenta que somos animales bochornosos, herederos de una existencia gratuita.

 

En Pop-up, la mente sale de su laberinto trivial para encontrarse fracturada por la complejidad de otra posición: tomamos partido y perdemos porque nuestras enfermedades destruyen todo lo que tocan. No hay vuelta a la inocencia y no hay sosiego en la destrucción.

 

Hay también en esta obra una obsesión con el mundo bucólico, pastoral, con las sombras tutoriales y difuminadas de la madre y el abuelo de nuestro autor a lo largo del libro. Elucubrar sobre el tema de la infancia es difícil, delicado y muchas veces doloroso.

 

La niñez es como la patria y la patria a veces es una infamia: “Infancia, pero no quería nombrarla/ quería encontrar tan solo el arte/ en que ella misma se escudaba”, escribe el poeta argentino Arturo Carrera.

 

Resulta admirable el ejercicio y desvelo de melancolía de Kelver para reconquistar el pasado y saldar cuentas con el pequeño Kelvercito que fue. No podemos soslayar la crudeza y tristeza de la infancia, pues esta es el territorio donde todo sucede y sucede para siempre. El mito de la infancia es global, lo cifra un mundo. Y hay que volverse niño desde la escritura para restaurar y corregir la infancia de ese mundo, acaso siempre diáfano y nuevo:

 

antes era un niño mezquino y acomplejado

 

ahora recojo los huesos de niños huérfanos

 

y cuidadosamente los disperso en el patio

 

para verlos resplandecer con el primer rayo proyectar sus sombras de silenciosa fe y letales

 

en una silla me espero

 

y nunca llego

 

el niño que sonríe en mis viejas fotos

 

es el mismo que me estrangula.

 

Me detengo en otro poema: Y si detrás de cada letra/ hubiese un soldado que nos apunta/ Y si detrás de estas palabras: / una bala que se aproxima. Este breve texto es un claro ejemplo de cómo Kelver Ax soluciona de una forma particular muchos de sus poemas: toda una historia es sintetizada y desplegada de forma lacónica y contundente.

 

El encantamiento de contar más diciendo menos, un arte en fuga para una mirada en fuga hasta respirar por piel ajena. Universalizar la propia anécdota _—lo cual también es un vicio triste—, hasta que sea apoderada y quede como una aguja en el cerebro. El estupor de la primera lectura es conciso, su chirlazo es contundente y se polariza: pasa súbitamente de una carcajada a la irradiación de una lágrima.

 

Poesía como encuentro entre el flujo barroco, impronta entre el español y la explosión del surrealismo, con hermetismo y subversión referencial: para qué escribir si el tachón supera al poema.

 

El cubano José Lezama Lima decía: “Solo lo difícil es estimulante, solo la resistencia que nos reta es capaz de enarcar”. Sin duda, dedicarse a escribir o leer poesía es un acto de resistencia, pero como nos habla un poema, no nos habla nadie en el planeta.

 

El poema es el único lugar donde la lengua no miente, existen libros de poemas mentirosos, pero cuando te sacude un poema, esa lengua no miente jamás. Pop-up no miente y comulga de forma porfiada con gustar y gustarse, el mejor principio posible. Para no herir más la fiesta de este fabuloso libro desde la pobreza de mis palabras, termino con un verso 1apidario: //lo terrible es no morir en cuerpo ajeno//.

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