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Homenaje

Peter Punk, fundador de Carnaby Street

Peter Punk, fundador de Carnaby Street
10 de marzo de 2014 - 00:00 - Javier Lara Santos, escritor.

“Yo no he estado loco en mi vida, sino que me dejé internar por mi madre. Hasta que empezó esta moda del golpe de Estado, yo no había visto a un psiquiatra en mi vida. En Barcelona, pacté con el diablo y dibujé una cosa en el espejo. Como decía Montaigne: ‘La vida depende de la voluntad de otros; la muerte, de la nuestra’. Yo lo que más odio son los zapatos estos. Me recuerdan a Fernando Pessoa y la poesía acabo por odiarla. Me voy a dedicar al esquizoanálisis”. Son las palabras de Leopoldo María Panero, el poeta español que falleció esta semana en un hospital de Las Palmas de Gran Canaria, a los 65 años, mientras dormía.

 

Ahora, ¿podríamos imaginar sus sueños? ¿En qué soñaría Panero mientras dormía? ¿Tendríamos la capacidad de la locura, esa flecha de la epifanía, para soportar las visiones del poeta y volver intactos a la vigilia? No lo sé, no lo creo, y no lo sabremos.

 

Los que lo conocieron -no los que lo vieron, o se lo encontraron, o se tomaron fotos con el personaje, sino los que tuvieron al menos el placer o el vértigo de una conversación con Panero en las calles de Barcelona a finales de los setenta, o los que pasaron algunas palabras con él en los pubs de Madrid por mediados de esa misma década, donde se lo encontró descalzo y buscando pelea a los camareros- sabían de sus obsesiones, notaron al menos un atisbo de su inmensa cabeza llena de abismos, de referencias literarias, de lecturas crípticas, de idiomas inventados bajo el signo de la locura, o bajo el signo de la iluminación, que es el mismo signo de los niños, esa transparencia que por ello puede ser cruel, porque no cabe ya en la maquinaria de los códigos con la queinteractuamos para llevar el mundo a los cánones requeridos, a la tan buscada pero falsa tranquilidad de la aceptación social, algo que a Panero le tenía sin el más mínimo cuidado.

 

 

El Peter Punk que se queda entre la memoria y la rabia

 

Leopoldo María Panero fue hijo de un escritor que llevaba su mismo nombre. De igual forma, fue hermano de Michi Panero, otro escritor, fallecido en 2004, y de Juan Luís Panero, también dedicado a las letras y muerto en 2013. Así, Panero tuvo influencias literarias desde su infancia, del lado paterno, más no del de su madre, como se aprecia en la cita del inicio de este texto.

 

Leopoldo María surgió en la escena literaria madrileña irrumpiendo con su originalidad y fuerza desde muy joven, cuando apareció en la antología de los Nueve novísimos poetas españoles, libro publicado en Barcelona, en 1970, a cargo del crítico español José María Castellet, quien falleció en enero de este mismo año, como otra coincidencia. El libro reunía textos de los poetas que se consideraban, en ese entonces, como los más renovadores de la década de 1960, y se convierte en un referente de la nueva poesía. Allí aparecieron nombres como el de Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Félix de Azúa, Manuel Vásquez Montalbán y Ana María Moix (fallecida hace poco días), entre otros.

 

A partir de esta publicación el nombre del joven Leopoldo María comienza a tornarse misterioso y mítico. Poco a poco sus trabajos empiezan a tornarse en un referente para las generaciones nuevas, los jóvenes de los setenta, la generación estrambóticamente ultra pop de los ochenta, hasta llegar a nuestros días, en los que aparece toda una horda de “frikis” siguiendo al “friki” mayor, al Peter Punk que se queda entre la memoria y la rabia; un fundador más de los lados oscuros de la creación, del demiurgo que se come a sí mismo para poder sobrevivirse, como sucede, por ejemplo, en la última antología de la editorial Visor.

 

 

Siempre se trató de su poesía

 

A Roberto Bolaño, en una de sus últimas entrevistas le preguntaron si alguna vez había tenido miedo de sus lectores, o de sus fans, a lo que él respondió que más que él tener miedo a un lector suyo, tenía miedo de los lectores de Panero. Contaba que en una ocasión le tocó compartir mesa en un evento literario con Panero, y lo que parecía una turba de maniacos, lunáticos, pintas de asesinos, yonkis, “súbditos de venus” -como dijera en un poema, Bolaño- era el público que venía estrictamente a ver al poeta español. Ciertamente, nadie salió herido, pues no se trataba de las pintas, sino de la poesía, como siempre debe ser, donde sea.

 

Así, la obra de este personaje nos llega atravesada por la leyenda, por el mito, fue el paradigma de un llamado malditismo cultivado, al igual que repudiado. De joven, Panero era un apasionado por la izquierda radical, un comprometido militante antifranquista, lo que lo llevó a prisión (también estuvo en la cárcel por diferentes razones menores: peleas callejeras, escándalo en la vía pública, etc.).

 

Por esos mismos tiempos de juventud, Panero estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y Filología Francesa en la Universidad de Barcelona, y, paralelamente, comenzaba su experimentación con las drogas: alcohol y heroína, entre muchas más. Incluso, tiene una colección de poemas, publicados en 1992, dedicados a la heroína, pero, como decía, no importa la pinta –ni la droga, en este caso- sino la poesía, su calidad.

 

Después de su aparición en la antología de José María Castellet, aparecieron trabajos suyos de una consistencia única, valorada por su espíritu borderline, o limítrofe, rozando siempre el delirio o la iluminación, tanto en poemas que llegan a una ternura que impresiona por desesperante, como algunos de una atmósfera de hieratismo terrenal.

 

El campo de trabajo de Panero no solo estuvo en la creación, sino en la traducción, como cuando tradujo la fábula de Matemática demente, del genio Lewis Carroll. También se desempeñó como ensayista y narrador, por ejemplo, El lugar del hijo es uno de los textos (narraciones largas) más extraños, oscuros y, al mismo tiempo, bellos que uno pueda encontrar en la obra del poeta español.

 

Ha publicado cerca de medio centenar de libros de poesía, pero destacan los siguientes: Así se fundó Carnaby Street (1970), Heroína y otros poemas (1992), Tensó (1996), El tarot del inconsciente anónimo (1997), y Guarida de un animal que no existe (1998). Luego vienen los que reúnen todo su trabajo: Poesía completa 1970 – 2000 y Poesía completa 2000 – 2010, ambas publicaciones en Visor. A su vez, Panero dejó un nuevo libro de poesía inédita, Rosa enferma, que lo publicarán en el otoño español de este año.

 

Antonio Huerga, responsable de la editorial Huerga & Fierro, dijo sobre Panero: “Ante todo era poeta. Vomitaba poesía. Era como su alimento natural, y eso hacía que no le prestara mucha importancia al lector, él escribía porque le nacía (...). Era un sencillo creador de poesía que tampoco se tomaba muy en serio. Aunque si algún lector le preguntaba qué libro suyo recomendaba, a veces, decía, entre enfadado y entusiasta: Teoría”.

 

Con la poesía de Panero estamos frente al ojo infinito de las iluminaciones a las que se refería Rimbaud, o las epifanías que tocaban a Claudel, pero en versión satánica y mucho más delirante. Un ángel de la piedra mesmérica posaba su espada sobre la pluma de este autor, y la vida no vuelve a ser igual cuando entra en ella la palabra y su vicio, su altar y sus albañales. Panero es un ser que más que morir, se va quedando entre nosotros como un Horla, como una entidad que nos supera y nos hace libres al mismo tiempo. Su ojo es el ojo enfermo de libertad por donde entró toda la luz de la locura y dejó manchas de divinidad sobre la tinta con la que intentaba volverse invisible para siempre.

 

 

 

 

Poesía de Leopoldo María Panero

 

 

El que no ve

 

II

 

Padre, estoy muerto, ya, y qué oscuro

 

es todo esto:

 

no hay luna aquí, no hay sol ni tierras,

 

padre, estoy muerto.

 

Somos los muertos como enfermos

 

y el cementerio el hospital

 

para jugar aquí a los médicos

 

sábana blanca y bisturí

 

y tantas tumbas como lechos

 

para soñar: y son tan blancos esos

 


huesos padre tan blancos: como soñar.

 

Dicen los otros, los más muertos

 

los que ya llevan tiempo y tiempo

 

aquí vengándose de Dios

 

que vendrá el diablo, el buen diablo

 

que vendrá el diablo con más flores

 

De las que nadie pueda traer.

 

padre, estoy muerto, no estoy solo

 

padre, estoy muerto, tengo amigos

 

con quien jugar.

 

III

 

Madre, esos besos que en la tumba

 

aún me das

 

son despertar, son nuevo frío;

 

estuve vivo, ya lo supe

 

ahora

 

déjame olvidar.

 

IV

 

Padre, estoy muerto, y es la tumba

 

una cuna mucho mejor

 

padre, no hay nadie, ya estoy solo

 

padre, si alguna vez de nuevo

 

vuelvo a vosotros, padre si otra

 

vez yo vivo

 

no sé con que voy a soñar.

 

 

Poema inédito*

 

En cuanto a la tristeza como modo de
venerar la libertad no libre del delirio

 

Diré lo mismo de otra forma porque la repetición es un señuelo casi inteligente

 

Ciertamente la mano polvorienta de un enano

 

Enseña a los hombres un pez

 

Significando la poesía

 

Que se opone bastardamente a la verdad

 

Que rumia aforismos en pie sobre las tumbas

 

Sobre las que llora el ruiseñor

 

Como una bruja significando el silencio

 

Con un vaso de placenta enemiga de la verdad

 

La poesía como un hombre enemigo


del hombre

 

Azuzando a sus perros

Para que persigan la eternidad que
venden los relojeros.

 

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