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De las palabras a los hechos

Palabra y prejuicio

Palabra y prejuicio
25 de enero de 2016 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Profesora de redacción y lexicógrafa

La semana pasada analicé cómo con las palabras se puede ejercer una violencia simbólica, en el caso concreto de un video ‘educativo’ sobre el sida. En realidad este no es el único caso en el que se ejerce esta violencia, somos testigos de la violencia simbólica a través del lenguaje en todo momento. Esta violencia está escondida tras muchas frases que usamos constantemente para referirnos al ‘otro’, a todo aquel que no cabe dentro de nuestros parámetros. Estas frases esconden los prejuicios que hemos alimentado desde siempre, pues es mucho más fácil criticar que abrir la mente.

Por ejemplo, en el reciente debate que se abrió debido a la propuesta de incluir el género en la cédula de identidad (próximamente DNI) en lugar del sexo, empezaron a llover frases que tildaban a los grupos que hacían la propuesta de ‘indefinidos’, ‘raros’, ‘locas’ y tantos otros epítetos violentos. Obviamente, estos epítetos esconden lo que la sociedad conserva de prejuiciosa, sin tomar en cuenta que la identidad no está definida por los documentos o por las imposiciones, sino por las cuestiones que hacen que cada ser humano se defina a sí mismo.

Seguramente, muchos de quienes critican este asunto se habrán definido como blancos en el último censo, aunque nuestra historia demuestre lo contrario.

El prejuicio también se encuentra en la cuestión ‘racial’. Al tildar al otro de ‘cholo’, ‘indio’, ‘longo’, etc., se están violando las identidades de los diversos grupos. Al asociar características como el color de piel o la procedencia con otras que no guardan relación (como ‘indio vago’ o ‘negro ladrón’), se está deslegitimando lo que cada grupo es y guarda dentro de su identidad, lo que configura su cultura y su riqueza. Es también una muestra de violencia y de prejuicio absurdo cuando se resaltan estas cuestiones para establecer algo relevante que ha hecho una persona. ¿Nos importa acaso que el deportista destacado sea negro? ¿Tiene algún valor extraordinario que un investigador exitoso sea indígena? ¿Por qué, con nuestras palabras, tenemos que destacar estos hechos? Simplemente porque nuestras palabras son el reflejo de nuestros prejuicios.

También el prejuicio suele estar escondido en los tonos que usamos para referirnos a las personas que consideramos ‘diferentes’, como cuando se recurre al diminutivo para referirse al ‘cieguito’, al ‘mudito’, a la ‘pobrecita’. Con estas palabras, lo que hacemos no es demostrar solidaridad con las diferencias —como podemos creer— sino una falsa superioridad, una demostración de que el otro es menos y por eso debemos referirnos a él o a ella con un tono especial.

La solidaridad y el respeto se manifiestan cuando tratamos al ‘otro’, al de al lado, por su nombre, cuando nos atrevemos a nombrar las características que los hacen y nos hacen únicos sin juzgar. Solo en ese momento las palabras legitiman, validan lo que somos. Solo cuando somos capaces de dejar a un lado los prejuicios y cambiamos positivamente la manera de nombrar podemos crear, acercarnos de verdad y enriquecernos.

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