En 2003, el cineasta quiteño Javier Izquierdo llevó su documental Augusto San Miguel ha muerto ayer a los EDOC. La cinta reconstruye la figura de —suspenso— Augusto San Miguel, un hombre que produjo, dirigió y protagonizó en la década de los veinte las primeras películas de ficción en Ecuador. Películas que, de paso, ya no existen. Y así como esas cintas inexistentes, la historia del cineasta estaba llena de vacíos inexplicables. Esa intención de sacar del olvido al primer cineasta ecuatoriano es como un buen preámbulo de la obra que ahora estrena Izquierdo: Un secreto en la caja, en la que reconstruye la vida y desventuras del escritor riobambeño Marcelo Chiriboga. Chiriboga es, según el escritor chileno José Donoso y Carlos Fuentes, el único exponente de Ecuador en el Boom latinoamericano, pero —¿spoiler alert?— nunca existió. Ante la presentación de este falso documental, pareciera que Izquierdo intentara recuperar, por entregas, la memoria del Ecuador. Salvo que, en esta ocasión, es un esfuerzo para preservar el olvido. La explicación del arte de borrar los propios pasos. El recurso de la deficiencia Un secreto en la caja se propone explicar por qué en Ecuador no hemos leído ningún libro de Marcelo Chiriboga. Aquí ya estamos entrando en la ficción que propone el documental de Izquierdo: en 1941, Ecuador perdió la mitad de su territorio, pero durante décadas los gobernantes se negaron a aceptarlo. El único ecuatoriano que alzó su voz en protesta contra la cruzada imposible de desconocer el Protocolo de Río de Janeiro fue —sí— Chiriboga. Entonces, cayó en desgracia: ni José María Velasco Ibarra ni las dictaduras querían que sus escritos circularan (suficiente para callarlo durante unos veinte años). Cuando por fin acabaron las dictaduras nacionalistas y la editorial de Chiriboga se preparaba para lanzar por primera vez su libro en el país, estalló, en 1981, la guerra del Cenepa, y no era un buen momento. A cualquier posibilidad de que su obra se conociera en Ecuador la mató —como al amor— el mal timing. Y esa fatalidad es lo que le da a la película —como a las sitcoms— humor. La presentación de Un secreto en la caja no se realiza con una gran difusión en salas de cine comercial, gala de preestreno ni alfombras rojas porque, dada la precariedad de su elaboración, será transmitida donde debe ser: vía streaming y, durante abril, en las salas de Ochoymedio, que es el lugar de las películas de culto. Pedro Orellana, de Vaivem, la distribuidora del documental, decía a EL TELÉGRAFO que la cinta, realizada con recursos superlimitados, “es muy espontánea”: aunque el guion se trabajó durante un par de años, las tomas se rodaron en cuatro días. La intención es “exhibirla de acuerdo a eso”. En este falso documental, la falsa vida de Marcelo Chiriboga se recrea con falsos datos que gritan “¡falso!” todo el tiempo. A veces, recuerda esas producciones de video universitarias en las que el micrófono boom asoma en el cuadro. Ya en la introducción, a la voz en off se le escucha dubitativa mientras lee el guion. Algunas de las interpretaciones de los actores no acaban de redondear el artificio. Dos antiguos amigos de Chiriboga mantienen una conversación en la que el uso de la locución “acuérdate que” (sic) es excesivo, lo que desemboca en un apilamiento de datos sin un acompañamiento apropiado de la imagen. Cuando el experto en literatura ecuatoriana habla de Chiriboga, lo llama “the broom of the Boom” (“la escoba del Boom”) sin explicar por qué, algo que no termina de cerrar, tratándose de un guion que se había esmerado hasta en escribir el párrafo de la obra mayor de Chiriboga, La línea imaginaria. Tal vez una imagen resume estos detalles: un montaje de la cara de Chiriboga (interpretado por el actor quiteño Alfredo Espinosa) en una fotografía en la que se notan (porque saltan a la vista) las diferencias entre la iluminación y el granulado. Aquel montaje que parece hecho por un principiante de Photoshop (aunque con buen pulso para la herramienta pluma) define bien en qué tono estamos hablando. La decisión de abrazar esas deficiencias como recurso es graciosa pero arriesgada. Por un lado, la precariedad intencional siempre ha servido para hacer reír (o las parodias gringas no habrían llegado a sus segundas partes). Pero así como esos recursos funcionan bajo la filosofía de Tyrion Lannister, el enano de Game of Thrones (abraza tu debilidad y así será tu fortaleza), aquella intención peligra en una producción que pretende atar cabos sueltos y darle verosimilitud a la historia de este personaje ficticio: ¿tendríamos que llamarla comedia en lugar de falso documental? Hay un esfuerzo muy importante de encontrarle un sentido a hechos dispersos, de explicar con datos históricos muy precisos y pertinentes la vida de Chiriboga: la existencia de una guerrilla subversiva en Toachi en los sesenta o la negación política del Protocolo de Río de Janeiro... Y aquella idea poderosísima entra en conflicto cuando finalmente se decide hacerle una pequeña finta a la historia (y aquí se omite un gran spoiler). Ojo al dato: hasta el final de la película, la madre de un colega que veía el documental estaba convencida de que Marcelo Chiriboga era el Reinaldo Arenas ecuatoriano: borrado de su propio país por razones políticas. Decía el argentino Roberto Fontanarrosa, conocido por sus libros de fútbol y de humor: “Yo me doy por bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: ‘Me cagué de risa con tu libro’”. Ese es, más o menos, el espíritu de Un secreto en la caja.