Al final, la ilusión de la felicidad se arruina por la maldita política. Nunca sería la Primera Dama de nadie. La política es una perra que se revuelca con cada perro que le olisquea el rabo. Marilyn en el Caribe No importa cuánto tiempo haya pasado desde la Revolución, Cuba sigue siendo una isla cuya resonancia política no ha dejado de gravitar e incidir en la memoria afectiva, imaginarios culturales y campo social del mundo actual. Se trata de una geografía que acumula la huella de un deseo múltiple: aquel que pone -o puso- en movimiento la utopía revolucionaria, imágenes de sacrificio y resistencia, así como también de abandono y nostalgia de los años heroicos, en una ciudad de “esplendor olvidado”, como es calificada La Habana por Raúl Vallejo en su novela Marilyn en el Caribe, ganadora del Premio Nacional de Novela Corta (2014) de la Universidad Javeriana de Bogotá. En palabras de la voz narrativa: “Una Habana más parecida a la descrita con amargo desencanto en las novelas de Leonardo Padura, antes que a la pintada con deslumbrante luminosidad en los cuadros de René Portocarrero”. En La Habana de hoy, tras el final de la guerra fría, coinciden un jardinero yanqui, una mulata jinetera -Odalys- y un viejo negro santero, Usnavy Cruz. En el presente narrativo, el viejo jardinero es un extranjero solitario sin posibilidad alguna de volver al sitio donde había nacido. La escritura teje, sin apuro, la urdimbre de un texto que intercala fragmentos apócrifos del famoso y desaparecido diario de tapas rojas de Marilyn Monroe, con referentes de la historia contemporánea -el Mariel y los años del período especial, el archivo Wikileaks, Julian Assange-, escenas de una cotidianidad que remiten de manera persistente al arribo de John G. Greene, un viejo jardinero, a La Habana en 1963, tras el asesinato de John F. Kennedy. Conocemos que Greene supo capitalizar el diario robado (con cuyo original arribó a La Habana), según el relato de una laberíntica historia de agentes secretos y el recuerdo de una antigua pasión cuando era amigo del jardinero que trabajaba para Marilyn en el barrio de Beverley Hills. Sorprende en la novela el sutil manejo de un hecho histórico de enorme trascendencia e impacto mediático, la carga narrativa que moviliza el solo nombre propio de “aquella rubia que para dormir vestía tan solo una gota de Chanel N˚ 5”, el escenario contemporáneo de una ciudad, La Habana, cuyo rostro deja entrever los residuos, que sobreviven, de un proyecto comunista. Porque es también la novela sobre una ciudad, La Habana, percibida desde una sensibilidad extranjera que reconoce el deterioro y el hastío, el desamparo y el olor a tabaco negro. El motivo recurrente de una escritura incrustada en otra, la grafía en cursiva que revela la inserción de otro texto, es precisamente el recurso del que se vale el autor para iluminar esos dos ámbitos falsamente escindidos de la condición humana: la naturaleza sexual del deseo y la carga política que todo gesto de complicidad, o de traición, asume. No hay intersticio de intimidad ajeno al eco de la palabra que circula en los ámbitos de la escena pública. El clásico motivo cervantino del manuscrito encontrado es el recurso que Raúl Vallejo reinventa para acercar los vasos comunicantes de una historia nunca del todo olvidada: un ciclo de violencia que envuelve la muerte de Marilyn Monroe, la Cortina de Hierro, Fidel Castro, Playa Girón, los hermanos Kennedy, la CIA y la mafia gringa, Sinatra… Nombres propios que sitúan al lector entre los pliegues del tiempo histórico, allí en donde la ficción resignfica el mito y actualiza una memoria compartida: el referente Marilyn, su carga iconográfica y el relato que la envuelve, contamina la escritura e interpela el presente narrativo. Esa suerte de voz en off, en los textos que simulan el diario perdido, parodia/reinventa/reescribe la palabra escrita de Marilyn (una palabra de intensidad poética, que zigzaguea entre los encuentros sexuales, la lectura de Whitman, las siniestras alianzas de la política). En las páginas de escritura apócrifa no es difícil escuchar e imaginar a una mujer empoderada de su cuerpo, que rumia la fama pero también el miedo, acorralada por los hilos invisibles de la mafia política y una insaciable ansia de poder. La presencia de Marilyn crea un efecto de verdad justamente por la centralidad que ella ocupa en la cultura pop -norteamericana y mundial-, que la industria cinematográfica consolidó a mediados del siglo XX. El autor aprovecha la fuerza y la riqueza narrativa del icono Marilyn. Así, su sola evocación añade nuevos pliegues en el espesor del discurso de la historia: en el Caribe, Marilyn anuda de otra manera los hilos de un relato que no ha dejado de gravitar sobre el escenario de nuestra propia contemporaneidad. El archivo que sustenta la novela -aquel que registra fragmentos de la fisonomía, la escritura y la biografía de Marilyn-, evocado desde la pasión amorosa del jardinero Greene, erosiona el texto para abrirlo al terreno de la política. Marilyn es un icono, una diosa inmortalizada, cuya muerte no esclarecida sirvió -entre otros hechos- para amplificar las dimensiones del mito y la leyenda. La de Marilyn es una muerte cuyas resonancias e implicaciones en el ámbito político devienen horizonte de lectura en la novela: Vallejo fabula y localiza el original del diario de tapas rojas en Cuba, una geografía que -desde su presente- proyecta esa otra Cuba amenazada, a inicios de los años sesenta, al interior de un laberinto de hombres poderosos. Los mismos hombres que asediaron a la rubia más famosa del mundo en un sucio y obsceno juego de conspiraciones y lujurias de poder. Marilyn en el Caribe es un homenaje a una actriz de culto, cuando se conmemoraban los cincuenta años de su muerte. Un homenaje de enorme riqueza y resonancia intertextual, que explora y reinventa un rico archivo que apela a la memoria cinematográfica y visual de sus lectores: afiches, fotografías icónicas, episodios biográficos, secuencias fílmicas de Marilyn, construyen una escritura intervenida desde diversos dispositivos culturales. La historia, el cine, la escena política, la ficción, confluyen -con guiños al policial y al thriller- en el entramado de una novela cuya voz narrativa aúna el espacio vital de la intimidad y aquél destinado al ejercicio del poder y la política. Es también el homenaje a una ciudad y una apuesta por el amor en la vejez.