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Verso

La poesía: esa chica precaria víctima de feminicidio

La poesía: esa chica precaria víctima de feminicidio
21 de marzo de 2016 - 00:00 - Andrés Villalba Becdach

¿De qué habla el poema? ¿Es real? ¿Viene de una necesidad sincera? ¿Es una emergencia? ¿Te asombra, te gusta, te tuerce, te sacude, te hiperventila, te flagela, te hace jadear, te reconoces en el poema que acabas de leer? ¿Como te habla un poema no te habla nadie en el mundo? ¿Es mentira que bajo la inmensidad todo pierde importancia? Es importante ir en contra de lo que sale como escritura natural. Ya no hay derecho de escribir cuando uno dice tanto y no se dice nada. No hay derecho de escribir. Ya se dijo todo. No hay derecho para ganarse el salvoconducto que arremete contra el mundo de la escritura.

El horizonte del mundo es desolador. Pero está tapado de mercancías. Y uno sucumbe al espejismo fantasioso. El momento es difícil para el mundo. Y puede empeorar. Pero no va a empeorar. Lo que hay es una fiebredelirio, unas resedas enroscadas en los pies fríos de la niña de Guatemala. Pero aclara. El día aclara. La Patagonia aclara toda confusión.

Hay una fiebredelirio, una necesidad superlativa de designar/decir la realidad de otra forma. Es evidente que se llega a la poesía por carencia y precariedad existencial. Todos vivimos esa precariedad y hondonada ontológica, pero el que se expresa evidencia de una manera muy aguda sus propias carencias. Hay una fiebredelirio con infinidad de festivales de poesía que se multiplican en Ecuador, América y el mundo. La poesía es absoluta discontinuidad, un lenguaje que pone en crisis la sintaxis de una forma radical con capas y sedimentos lingüísticos de variada procedencia, quizá y precisamente por la época en la que vivimos resulta una lengua atractiva: “mi caos es sagrado” dijo Rimbaud. Lo curioso es que no se venden los libros de poesía. Nunca se vendieron los libros: esa es la importancia de su destino. En la inexistencia del poeta radica su sentido. Es el género que más se escribe en el mundo y el que menos se lee. Eso también es un lugar común. Yo dirijo una editorial donde hasta el momento solo hemos publicado libros de poesía y es una pérdida absoluta económicamente. Hay un valor simbólico en la publicación de cada libro, claro. Sin embargo, no deja de ser curioso que a pesar de que los poetas son absolutamente inofensivos y marginales en una sociedad —la mayoría ni si quiera existen ni son necesarios en las librerías—, no exagero al afirmar que de los grupos artísticos que conozco son los que más se destruyen entre ellos para decir cuál es peor y cuál es mejor, lo que desemboca en las amistades más inquebrantables y en los odios más aberrantes. Pero se pierde, siempre se pierde igual. Antonio Cisneros decía que: “a veces te basas en simpatías porque has conocido la obra de este y no la del otro, porque hay una cosita que te interesó de este y no del otro. Hay que crecer. La poesía es muy graciosa cuando eres muchacho, luego es muy difícil, tienes que estar décadas y décadas hecho un idiota haciendo versitos”.

Es evidente: a nadie le sirven los traumas del prójimo cuando son suficientes los propios. A veces la poesía solo lleva al esnobismo, la inutilidad, a sublimar el onanismo, justificar las limitaciones, a la autodestrucción o la falsa locura. ¿Cómo se entiende el fenómeno de que la poesía es cada vez más relegada pese a la abundancia de poetas? Cito a Eduardo Milán: “La metafísica invertida de la creación que patentó el humilde Borges (nadie escribe, todos leemos) fue arrinconada por la realidad en el centro mismo de la paradoja: los que escriben son exactamente los que leen”. Es verdad, pero como nos habla un poema no nos habla nadie en el planeta. El poema es el único lugar donde la lengua no miente, existe mucha poesía mentirosa, pero cuando te interesa un poema, esa lengua no miente jamás.

Hablo de la fatalidad que existe en todo proyecto poético. “Todo proyecto es una forma encubierta de esclavitud”, escribe Cioran. Se entiende que la poesía se nutre siempre de algo muerto. Lo que se busca es que un poema nos permita trabajar en zonas introspectivas y afectivas —no necesariamente la ñoñería impúber de la poesía de la experiencia— que desconocíamos de nosotros mismos. Cuando un poema de entrada nos dice qué va a suceder, seguro interesa menos. “Un mal poema no es dramático, pero ensucia el mundo”, dice Joan Margarit. No hablo de la complejidad entendida como artificio, sino del poema que goza de varias aristas de la realidad: una poesía que merece ser exprimida con una relectura para asirla en su totalidad, que sea como una vaca, que debe ser ordeñada, que dé leche como la diosa Juno amamantando a su hijo, la Vía Láctea. Pero creo que la poesía es ese proyecto del que nadie habla, como dijo John Ashbery, porque nadie lo volvió asequible, nadie lo alcanzó y eso es lo esencial: esa distancia, esa querella tácita, esa guerrilla cifrada contra el otro cuchicheo de las Parcas. Aunque en ese proyecto esté tantas veces incluido uno mismo —a despecho de sus sentimientos— si no de lo sentimental, que uno siempre detesta en la realidad pero colma de emoción en cada sílaba. La poesía como lo nunca alcanzado, como lo distante-imposible, como eso de lo que se dice siempre sin jamás moverle un vello a su pelambre ni una púa a su erizo. Esa es su belleza, la rozadura de una concreción que jamás se entrega a nadie: “la adusta perfección jamás se entrega/ y el secreto ideal duerme en la sombra” escribe Rubén Darío; quizá todas las palabras están mal, pero lo que quiere decir y con la sobriedad con que lo dice resulta absolutamente conmovedor. La ensayista Susan Howe afirma: “en cierto sentido, el tema de cualquier poema refleja el estado mental del autor en el momento en que fue escrito, pero los sucesos de la vida del artista jamás explicarán esa verdad particular. Los poemas y los poetas de mayor rango siempre serán un misterio. La vida de Emily Dickinson (quien sentía que la poesía le llegaba solo cuando le arrancaban la cabeza) era el lenguaje y el léxico su paisaje. La distinción vital entre encubrimiento y revelación es la esencia de su obra”.

El lenguaje es un sistema de citas. Por eso, todo poema es un poema sobre un muerto. Hay poetas que se acercan a una tradición coloquial, bucólica, pastoril, existen propuestas que parten del lirismo hacia textos experimentales, otros con un barroco preciosista o un lirismo expresionista hasta llegar a un dietario distópico o un diario barroco, otros a un lirismo con lenguaje intercultural de memoria personal e histórica. Sobre las vicisitudes y el devenir de las corrientes e ismos poéticos existen: poesía coloquial, conversacional, surrealismo, experimentación, pensamiento visionario, culteranismo, simbolismo, poesía de la experiencia, erotismo, antipoesía, objetivismo, poesía visual, vanguardia contemporánea, mirada fractal, cubista, herencias del concretismo brasileño, el neobarroco y demás. Uno de los orígenes de esta diversidad es la relación que los autores establecen con la tradición para situarse en un lugar y en un espacio respecto al de un orden: en búsqueda de nuevas revelaciones dentro de un discurso ya interpretado. En algunos autores existe plena identificación entre el yo poético y el yo autoral —la persona que escribe sus poemas—, lo que significa una dimensión completamente romántica del hecho literario: el personaje poético se identifica con el personaje real, es decir, el poeta no se acaba cuando acaba de escribir el poema. En otros autores el protagonista es el lenguaje. Por ejemplo en el sistema poético ideado por Lezama Lima y pontificado por Néstor Perlongher que derivaba el uso radical de la poesía como conocimiento absoluto que puede sustituir a la religión, es una religión, capaz de hilvanar las ruinas y rotulaciones de los más variados monumentos de la literatura y de la historia, alucinándolos con una calidad iluminada del hermetismo: sedición por seducción, lo confusional opuesto a lo confesional, la destrucción de la lengua con metáforas al cuadrado. La poesía labura las contorsiones del lenguaje y oxida su engranaje, mediante los fulgores se adquiere una poética del lenguaje que abandona su función plenamente comunicativa, elevando su posibilidad de torsión.

Leopoldo María Panero escribió que: “solo es hermoso el pájaro cuando muere destruido por la poesía”. Eso es preciso.

Auténtico manual del derrotero: sobrevivir por el camino de piedras pisadas por la victoria de los otros. Piedras con las que nos identificamos. En el principio fue la piedra. Y en seguida los cristales rotos. Pero ya no se espera nada, claro. Estoy convencido que para todos los que nos dedicamos a este oficio infructuoso de escribir poemas el sentido de un destino se resume en este texto de Blanca Varela:

Curriculum vitae

digamos que ganaste la carrera

y que el premio era otra carrera

que no bebiste el vino de la victoria

sino tu propia sal

que jamás escuchaste vítores

sino ladridos de perros

y que tu sombra tu propia sombra

fue tu única

y desleal competidora.

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