Nuevos climas literarios Este capítulo está dedicado, al igual que el anterior, a los autores que empezaron a desarrollaron su obra a partir de los años sesenta. Se apreciarán en las siguientes citas, barrios populares instalados en la nostalgia de los quiteños que migraron a Norteamérica a conseguir dinero para construir residencias en los nuevos y pujantes sectores de Quito, el clima invernal y las cordilleras que nos acorralan y determinan nuestra idiosincrasia.Los cuatro autores que forman parte de la presente selección, también miran al Centro con maravilla y espanto y buscan en el norte, entre sus avenidas y edificios, bares y burdeles, nuevos escenarios literarios.Nos enfrentamos en esta páginas a las visiones de los burócratas y las personas de provincia que han construido la ciudad, pero también a suicidas y a asesinos seriales, es decir, a personajes y situaciones nunca antes sospechadas bajo los badajos de la ciudad campanario. Marco Antonio Rodríguez: Quito manzana agusanada Marco Antonio Rodríguez vivió los años que determinan las obsesiones de los escritores en el barrio La Victoria y sus espesas inmediaciones, lo que lo lleva a desarrollar una obra narrativa que presenta a Quito como a los círculos de La Comedia. En Historia de un intruso, cuento que da título a su obra más representativa, se lee: “Forzosamente tengo que pasar por la 24. Es una avenida clavada en el perro corazón de la miseria. Veo a las pobres putas fugándose del frío y los gendarmes con pasos excitados pero lánguidos. (…) En el andén central de la avenida, se instalan negocios. Salchichas que bullen en las sartenes, hediondas como lombrices achicharradas. Tazas con chocolate negro y frío como el lodo de las noches. Raquíticos cadáveres de lisas pescadas en las alturas”.En este mismo cuento la pluma del autor llega a La Marín y deja al Molino El Censo en nuestras letras para siempre. Dice el escritor: “A disgusto de los más Antero se convirtió en mi mejor amigo. Íbamos de bracete a todas partes. A El Censo, a las peleas de gallos de La Marín, al Instituto Nacional».   En Mambrú el escenario es La Salle, colegio que por entonces estaba en la calle Caldas: “Mudó el tiempo. Nos absorbió la etapa seria de la vida. Los primeros pugilatos obligatorios en El Cebollar, las lecciones de Geometría, el pulpo del sexo”. En el cuento Un pez cerca del río, “El Feo tomaba su boina de lana, la bufanda grande y un por siaca la pluma y salía de inmediato. Iba a El Ejido a contar estrellas hasta quedarse dormido en un bancón de cemento”.En el cuento La caza aparece el patrimonial camposanto de la ciudad: “La casa está unida al cementerio de San Diego, da la impresión de ser un apéndice de éste, tal vez su local de administración y registro”. En este cuento se menciona también la plaza de San Diego, El Panecillo y la calle Calicuchima con su esquina del hornado. En el cuento Resplandor, el escritor lleva al lector de la mano por la ciudad: “Mama dispuso un paseo (…) en el automóvil del norte. Este partía de la Plaza Grande, atravesaba Guangacalle, se detenía en La Alameda y El Ejido y llegaba al puente de la 18 de Septiembre donde finalizaba el viaje.  Una vez en el puente, se nos antojó cruzar la línea urbana e ir a los potreros de la Colón”. En Hueco profundo, el autor mira al sur de la ciudad, hacia el barrio creado por los trabajadores del Ferrocarril y las textileras: “El Botón y la Novia comenzaron a salir juntos. Tomados de la mano paseaban por las laderas de Cruz Loma o por los atajos de Chimbacalle, siempre escoltados por nosotros”. En este mismo texto, una poética comparación de la Plaza de San Francisco: “… nos pareció una inmensa manzana agusanada”. En Sangre de pichón, habla de un cine que ya no existe: “Le invitamos al Cumandá a ver Sueños de Gloria”. En el mismo cuento aparece san Juan Alto y la cárcel municipal. En Sótano, un vistazo a las profundidades de esos primeros barrios que brotaron a un costado del norte de la ciudad: “Visitamos todos los burdeles de Quito, desde los de arroz quebrado donde las venéreas tienen su nido preferido hasta los pitucos del norte, pasando por los de La Vicentina y La Floresta. Concluimos la cacería en El Volga, pero el lego se negó a entrar”. En Esquina, el autor menciona Las gusaneras de La Libertad o La Colmena Alta, y en Negro de humo, su cuento más biográfico, se refiere a la Plaza mayor: “… en la Plaza de las Palomas Muertas como Mari llama a la Plaza Grande, frente al Palacio de Carondelet te sientas junto a los retirados, odiándoles por viejos y por oler a colonias baratas o a muerte, y tomas un baño de sol ponzoñoso, mientras la ciudad vibra a tu alrededor como cotorra parturienta”. Marco Antonio Rodríguez vive en la Sergio Játiva 136, entre Bossano y Bosemediano. Sector Bellavista. La ciudad lejana de Javier Vásconez Si bien el escritor Javier Vásconez ha mantenido a lo largo de su vida un vínculo con Europa es uno de los autores quiteños que ha trabajado el tema de la ciudad con mayor constancia y preocupación estética.    La carta inconclusa de su cuento se envía a Conocoto desde la residencia del narrador en la calle Carvajal: “Desde la tapia que separaba mi casa de la calle Carvajal, la veía aparecer casi todas las tardes por detrás de un ciprés”.   En Eva, la luna y la ciudad, Quito es el escenario. Empecemos por una descripción general: “…únicamente esta ciudad a la que pertenezco, esta ciudad con sus escaleras, laberintos, plazas, zaguanes y tejados recostándose bajo el cielo podía ofrecerme en aquel momento el interés suficiente como para seguir recorriéndola, para violarla sin piedad arrastrándome con Eva por sus calles a fin de descifrarla paso a paso mediante el ojo de mi cámara”. También en este cuento aparece el famoso bar El Madrilón, donde al atardecer se juntan los personajes a beber cerveza helada cerca de la puerta y hablar de la eterna desconfianza que sentimos los pobladores de esta ciudad lejana hacia los amenazantes extranjeros: “…hablábamos con indiferencia y desinterés sobre los mismos temas, las sequías de ese año, la invasión casi alarmante de chilenos y argentinos…”. En los primeros párrafos de Angelote amor mío, uno de sus cuentos más conmovedores e intensos, una referencia a uno de nuestros tradicionales parques y, de paso, a un cuento de Palacio: “Has sido la Diabla de mis abismos de la Alameda en esas noches donde aparece un hombre muerto a puntapiés, en el infierno de esta ciudad conventual”. En el mismo cuento se habla del vestíbulo del hotel Majestic; de un apartamento de San Juan, de la Dolorosa del colegio, de los “Rostros complacientes lujuriosos que parecían brotar del interior de una catedral de la Compañía bañada en oro”, y de la virgen del Panecillo: “De su agresiva Virgen de la Ciudad, —dice el narrador— aborreceré toda mi vida esa capacidad de disolverse como un arcángel en las sombras del callejón más cercano”. Hay también en Angelote amor mío, una poética descripción de Quito: “Doy a luz cadáveres en las tinieblas del sótano, mientras afuera la ciudad se incendia de turquesas. De colorrubí sobre el campanario de las iglesias. De amarillos damasco que revientan sobre el cuerpo de los muros». Y puesto que Javier Vásconez suele molestarse, y con razón, cuando se reduce su prolífica obra a su cuentística, es necesario señalar que en la nouvelle El Secreto, Quito es el escenario de una serie de homicidios. Se siente la presencia de la avenida América, de la cordillera, del Centro: “Mientras tanto había llegado a la plaza de San Blas. Con paso seguro entró en una tienda donde había un gato lamiéndose las patas sobre un frasco”. También en El Secreto hay referencias a una ciudad más moderna, incluido el bar mencionado en el cuento Eva, la luna y la ciudad: “Desconfío de esos hipócritas que llevan terno azul cruzado, y trabajan para el Ministerio de Finanzas, y van a tomar café con humitas en el Madrilón”. Y como me queda faltando obra y ciudad al hablar de Vásconez, es necesario señalar que en su libro Invitados de honor, el escritor recrea la presencia de Kafka, Colette, Conrad, Faulkner y Nabokov en Quito, y que cuando alguien le preguntó dónde podría estar el Dr. Kronz, personaje memorable en sus sagas novelescas, el autor respondió que dándole leche al gato en su casa de La Floresta. El escritor quiteño vive en un apacible rincón del Parque Santa Clara. Francisco Proaño Arandi: encierro y plazas, sofoco y añoranza En la obra narrativa de este orfebre de la palabra que es Francisco Proaño Arandi, la literatura se mueve entre las sombras de la ciudad, recuerda, a veces con alivio, a veces con nostalgia, recovecos y momentos. En su cuento Los otros, por ejemplo, el recuerdo y Quito se funden en una sola imagen: “...como atacado por la fiebre, solía recorrer con ojos alucinados los corredores de Palacio, llegando a veces hasta los más secretos pasadizos (…).  A veces se le veía pararse junto a la pila central del Palacio, y contemplar las estrellas reflejadas en el agua”.  En Reconstituciones del caos, el protagonista conduce hacía un desaparecido burdel ubicado entre la Vicentina y Guápulo: “Freddy manejando en la noche, iluminando los faros la blanca explanada que conduce a la puerta del Club 21, el neón de la entrada inundándonos en una brusca marejada azul-roja, las paredes blancas del Club elevándose como un promontorio contrapuesto al oleaje silente, nocturno, de la ciudad, allá lejos…”. En su cuento Retornos, se habla del barrio, ese rumor de la nostalgia que golpea a los quiteños en el destierro: “…pero el barrio es el mismo; Ítaca, una hora crepuscular, casi roja, los techos superpuestos en la falda del volcán que preside la ciudad, la ciudad que yace en su propio cuenco, luminosa, ondulante, el barrio, un cierto rumor que retorna, algo inmarcesible, esas voces, esos gritos, esas llamadas”. Continúa, más abajo, la ciudad vista desde los ojos del migrante, de aquel que al volver se inserta en un nuevo estrato social y no solo abandona el barrio de la infancia modesta, sino que ni siquiera vuelve hacia atrás los ojos temeroso, quizás, de quedar expuesto, ante los otros, de la raíz al tronco, sin flores:  “Me pregunto si alguien de los que conocí, permanecerá todavía en estas casas, tras los deteriorados visillos. Los demás, fuimos arrasados por la marea que nos llevó, a unos, a las ciudades del norte, a Nueva York, Chicago o Los Ángeles; a otros, a los barrios nuevos, a las casas más grandes y limpias y vastas, a las construcciones que una clase más poderosa sembraba como señuelo, como trampa que imitar y donde mimetizarse. En la resaca, unos pocos más desaparecieron, simplemente se los llevó el viento, o fueron tal vez los años, las viles argucias de la ciudad, sus dispersiones, su desmesura. El barrio sin embargo siguió, seguirá poblándose y repoblándose, en una creciente, renovada superposición de restos; con distintos, si bien análogos oficios”. Hay en la obra de Proaño Arandi, mucho más Quito. En el cuento Caronte consta, por ejemplo, la dirección exacta de una librería de viejos que determinó a los escritores de la generación: “Era un día tranquilo, me hallaba, como casi siempre, en la librería de la calle Chile, entre Venezuela y García Moreno, absorto en un recurrente, ahora olvidado ejercicio: la búsqueda, en los escaparates, de nuevos y viejos títulos”. Y no quiero concluir este capítulo dedicado a la ciudad de Proaño Arandi, sin referirme a Cantuña, cuento que ofrece una vertiente oculta de la tradicional leyenda quiteña y que nos remite, naturalmente, al atrio de San Francisco, pero además a varios sitios del casco colonial: “Sobre la Plaza Mayor se abisma la niebla. El monumento que se yergue en el centro de la plaza es sólo un espectro, y el reflector que nos ilumina acentúa el electo, la confusión, el brusco entrecruzamiento de sombras. Al fondo la fachada del Palacio Presidencial se vuelve fantasmagórico, como si levitara en fragmentos más allá de los árboles, de los faroles, y el frío es atroz”.  Francisco Proaño Arandi vive en la Avenida González Suárez. Abdón Ubidia: El pulso de la ciudad No es posible hablar de Quito ni de Abdón Ubidia sin mencionar Ciudad de invierno, novela que más allá de cuadros amorosos, habla de Quito de los años setenta, aquel que empezaba a crecer con el dinero del petróleo recién descubierto; que dejaba en el centro el pasado, lo indígena, lo gastado; que empezaba a extenderse hacia el norte, hacia lo moderno e importado, y que estaba representado por la avenida Amazonas, esa calle, en opinión de Marco Villaquirán, creada para dotar a los quiteños de un boulevard con bares y restaurantes en el cual pudieran pasearse a bordo de sus autos nuevos. Pero no es en Ciudad de Invierno y tampoco en sus cuentos que Ubidia le rinde tributo a la ciudad, sino en Sueño de lobos, acaso la mayor novela que se haya escrito sobre esta ciudad.En esta obra magnífica, todo lo quiteño encuentra cabida; el pasacalle balcón quiteño, la loma del Itchimbía; La Libertad; San Roque; la plazoleta Victoria; La Mariscal; San Blas; El Girón; la vía Occidental aún en construcción; los antiguos y desaparecidos burdeles de ciudad prohibida: “En el Mirador no la admitieron. Tampoco en el Internacional. Sus cicatrices despertaban sospechas. Pasó un tiempo en la Villa Fabiola y otro en la calle, vagando por los parques de El Ejido y La Alameda”. Y como la literatura, hemos dicho, es un ejercicio de la nostalgia, hay en Sueño de lobos remembranzas, postales de otros tiempos… “…el pequeño Sergio corría por la ciudad de los años cincuenta (las calles empedradas con cantos de río, las casas mal pintadas con calcomanías baratas, los policías municipales con enormes remiendos en los uniformes de tela caqui, los postes de eucalipto sosteniendo una maraña de alambres musgosos) y llegaba a una casa de la parte alta de san Blas”. En la medida en que la ciudad es vista, en esta obra, desde los ojos maravillados de un migrante, abundan los recorridos plagados de detalles: “Como otras veces, habían iniciado el paseo en la Plaza del Teatro. Bajarse del bus. Curiosear en las revistas del portal del Sucre. Avanzar por la Guayaquil hacia San Agustín, asomándose a las vitrinas…”.  Hay en esta novela de Ubidia, imágenes de Quito captadas desde lugares nunca antes convertidos en escenarios de nuestra literatura: “El Volkswagen trepaba por las escarpadas curvas que llevan a los tanques de El Placer. Y aquello era como un vuelo en un avión antiguo. La ciudad, allá abajo, parecía girar sobre sí misma, oscura, también escarpada, a cada momento un paisaje diferente, colmado de luces ásperas, blancas, amarillas, azules, rosadas, que huían como a saltos, en bruscos zigzags por entre las colinas y las hondonadas”. Hay en la obra de Ubidia, como en la de todos los autores de su generación, descripciones que remiten a la ciudad que escapa de los limites conventuales de la ciudad campanario y busca consolidarse en nuevos espacios: “La Gasca es un barrio de clase media equivalente a La Floresta, el barrio de mis padres. Considerando que la ciudad se alarga de sur a norte (avanza sería la palabra justa), La Floresta y La Gasca se encuentran a la misma altura, en los extremos oriental y occidental de la ciudad, respectivamente. ¡Qué simetría! ‘Sergio, no has progresado nada’, me digo de tarde en tarde”. El variable clima de Quito es en Sueño de lobos, tema literario: “Tal y como lo había supuesto, descubrió, del lado del Pichincha, una enorme nube alargada. ‘No. Tampoco es una nube de lluvias. Aunque en este Quito loco nunca se sabe’, pensó”. Ni siquiera la niebla que por las mañanas y la noches desciende a cierto sector elegante y montañoso de nuestra ciudad, escapa de las visiones de Ubidia. De hecho, es en estas donde el personaje tiene un delirio que sustenta el nombre de la novela: “El bofetón de aire frío me dio en el rostro. Las luces de la colina del Hotel Quito, manchando la niebla de anaranjado y azul pálido. Más allá de la ciudad, en lo negro, más allá de lo que no se alcanzaba a ver, se erguían los montes de la serranía, enormes, compactos, negros en su noche. En uno de esos parajes aullaría un lobo solitario. Creí escuchar su lejano aullido”. La residencia del escritor quiteño se encuentra en la Colón y Reina Victoria. BIBLIOGRAFÍA:- Vásconez, Javier. El Secreto y otros cuentos. Campaña de lectura Eugenio Espejo. Quito, 2004.  - Vásconez, Javier. Invitados de honor. Ediciones El Búho Narrativa. Quito. 2002. - Rodríguez, Marco Antonio. Jaula. Noción Imprenta. Duodécima edición. Edición especial 15 años. - Rodríguez, Marco Antonio. Historia de un Intruso. Imprenta Mariscal. Edición Especial 30 años.- Ubidia, Abdón. Sueño de lobos. Publicaciones de la Biblioteca de la Ilustre Municipalidad de Guayaquil. Guayaquil, 2007. - Proaño Arandi, Francisco. Perfil Inacabado. Campaña de Lectura Eugenio Espejo. Quito, 2004.- Peter, Thomas, Quito sueño y laberinto en la narrativa ecuatoriana. La Palabra Editores. Quito, 2005.