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Hablan mucho, dicen más

Hablan mucho, dicen más
10 de marzo de 2014 - 00:00 - Juan Zabala, Historiador del cómic

En diciembre de 1964, el comediante Lenny Bruce fue encontrado culpable de cargos de obscenidad tras haber sido arrestado por policías infiltrados en el Café Au Go Go en Manhattan.

 

A pesar del testimonio y apoyo de ciudadanos de la talla de Woody Allen, Bob Dylan, Allen Ginsberg, James Baldwin o el sociólogo Herbert Gans, Bruce fue sentenciado junto a Howard Solomon, dueño del local. ¿En qué consistía exactamente la obscenidad de la que se le acusaba? Principalmente, en decir groserías y vulgaridades.

 

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El uso de malas palabras y/o lenguaje obsceno (asumamos aquí que me refiero a temas escatológicos, sexuales, religiosos y tantos otros de variada delicadeza) polariza en la actualidad el tipo de show que hacen los stand up comedians o comediantes de a pie. Mientras Bruce sirvió de inspiración a genios de la talla de George Carlin, Richard Pryor, Bill Hicks o Louis Ck, una cantidad igual o mayor de comediantes escoge mantener lo que se conoce como un acto limpio: sin groserías, sin vulgaridades, sin faltas a esa noción imprecisa que ofende cada vez a menos y que llamamos decencia. Entre estos podemos mencionar a Bob Hope, Don Rickles, Bill Cosby, Larry The Cable Guy o Jerry Seinfeld.

 

Considerada por excelencia la encarnación mínima de las artes escénicas, el stand up (me quedo con el inglés, ya que hasta comienzos del siglo XX, la escena se desarrolla casi exclusivamente en Reino Unido y EE.UU.) elimina todos los recursos enunciativos del tablado, o mejor dicho, impone esos roles sobre una sola persona. Despojado de escenografía, iluminación, maquillaje y vestuario, el cómico evoca un sinnúmero de situaciones y circunstancias espacio-temporales típicas del teatro usando exclusivamente su voz, el lenguaje corporal y los pocos objetos que tiene a mano: su propio atuendo, el micrófono y su soporte, un taburete en el que a veces se sienta o el agua que bebe. Como invocados por arte de magia, frente al público se materializan uniformes, penes que llegan hasta el suelo, el volante de un auto, o un san bernardo cuyo ladrido salpica el escenario y, a veces, a la misma audiencia ¡Es comedia sin censura!

 

Me consta que en Quito (y me encantaría empaparme de la movida en el Puerto Principal) el stand up existe desde que recuerdo. En el parque El Ejido se ha producido ininterrumpidamente y de manera gratuita el mejor acto de la ciudad: con la cara pintada de blanco, descalzo, sin taburete, agua o micrófono, Carlos Michelena predica al aire libre su monólogo a los ‘desocupados’ que transitan por los senderos.

 

Michelena expone el sinsentido de la existencia contemporánea a través de una meticulosa recreación de los personajes más vistosos, representantes de nuestra condición humana desde la realidad local: las vecinas envidiosas, los profesores con delirios de grandeza, el Señor Presidente de la República de turno, los jóvenes apáticos… incluso ha logrado incluir en el acto a los inevitables vendedores informales que recorren la periferia del escenario llamándoles “mamita”, “mijito”o “ñaño”.

 

Sé que Carlos repudia las etiquetas y respeto mucho su postura y ejercicio ideológicos, pero aunque él se autodenomine teatrero, mi mentalidad televisiva descubrió en él a un Eddie Murphy criollo, a un maestro del stand up. Mi favorito no deja de ser el sketch en el que encarna a un curandero urbano, quien luego de hablar sobre las maravillas de la orinoterapia se dirige a un asistente preguntándole si quiere probar el amarillo contenido de una botella para arranchársela inmediatamente anunciando: “Esta no vale, ¿no ve que tiene que ser la propia?”.

 

A lo largo de una mañana con Michelena, las malas palabras se presentan como pronunciaciones exageradas pero silenciosas. Todos saben lo que dijo, pero nunca se escuchó. Sin embargo, no tiene problema en explorar ese otro aspecto de la obscenidad: el humor escatológico. Asimilada en el imaginario popular está ya la pantomima del pequeño cantante de bus callejero quien extrae, enrolla, tinga y finalmente le dedica un tema... a los mocos.

 

No tan lejos del parque, en el teatro de la Casa Humboldt, un brillante trío de comediantes explora (¡sin red de protección!) los límites de lo obsceno en un autodefinido “show no apto para curuchupas”, a la vez que establece su espacio y encuentra su propio estilo.

 

Hablan mucho, no dicen nada, show sin censura junta al experimentado ‘Ave’ Jaramillo con Pancho Viñachi y Juan Rhon, 3 cómplices multidisciplinarios del humor que hacen de las suyas desde la universidad (el equipo está detrás del colectivo de cine experimental Sapo Inc. y del comentado documental ¿Quién es X Moscoso?). Aunque a lo largo de múltiples shows Jaramillo ha sido quien se las juega con el público, Viñachi se ha desempeñado como coescritor, tramoyista y eventual patiño del acto desde sus inicios. Rhon, por otra parte, debuta tras el micrófono sin por eso aparentar menos experiencia. En entregas previas, el concepto escénico incluía múltiples apoyos audiovisuales, un poco en la onda del colombiano Andrés López y su Pelota de Letras, pero para la Humboldt prepararon un stand up “puro y duro”: solo con un micrófono y una mesita con agua.

 

Viñachi comenta que lo de “Sin censura” fue pensado desde el comienzo para atraer otro tipo de público. Rohn complementa: “Funciona como marketing, la gente no quiere ser curuchupa, entonces viene”. Aunque recibieron excelente acogida durante las temporadas en el Patio de Comedias, el contenido de los shows previos se orientaba a un público más familiar. Es en el último En eso quedemos, en el que Viñachi y Jaramillo empiezan a experimentar con material más para adultos, descubriendo que es en ese espacio donde se expresan mejor. Rohn incluso admite que su material funciona exclusivamente en este formato, razón por la que no había subido al escenario hasta ahora. Viñachi agrega que desde En eso... se quedó con la pica de trascender el “acto pop” y considera importante “quitar el velo que a la gente le pusieron sus papás, la escuela, los abuelos, las autoridades al respecto de la censura (a la obscenidad)”.

 

A la hora de escribir el contenido, Viñachi dice que las influencias culturales sobre la audiencia son a veces muy divergentes e impredecibles, lo que le lleva a una resolución: “Me voy a sentar a escribir lo que yo creo que es chistoso no para mí, sino para todo el mundo. Es un juego súper difícil entre egocentrismo y humildad que tienes que manejar. Tienes que ser humilde para percibir algo de lo que todo el mundo se ría. Y tienes que ser egocéntrico para tomar la posta y decir ‘yo voy a escribir ese chiste’. Hay que encontrar el equilibrio entre las dos huevadas”. Rhon reflexiona sobre su proceso y admite que para él todo se trata de conocerse a uno mismo y ser completamente honesto. Su parte del show gira mucho alrededor de su vida personal, más en la onda de Louis CK, aunque reconoce tener una gran admiración por Mitch Hedberg, a quien llama “El Big Lebowsky del stand up” y “un cómico de culto”; durante el show incluso nos obsequia una perla del norteamericano: “Solía ser adicto. Soy adicto ahora, pero también solía serlo”.

 

Rhon y Viñachi confiesan que si bien en los primeros shows del Ave censuraban cierto tipo de material por considerarlo inapropiado, en Hablan mucho…, el único filtro por el que pasa el material es la posible respuesta del público. Su temática busca reflejar la condición humana, por lo tanto, es importante la familiaridad de la gente con el tema que se analiza; durante las sesiones de lluvia de ideas la accesibilidad de un chiste se mide en libros. Dice Viñachi: “En el stand up hemos inventado unas frases clásicas para determinar que algo no va a pegar. Y una de las frases es ‘Loco, para cachar ese chiste tiene que leerse dos libros. Chao, chao’ (al chiste). Porque de la gente no sabes quién se leyó el libro, capaz se leyó uno, capaz no se leyó ninguno.” Ya en la práctica, la frase se emplea así: “Loco, ese por lo menos tres libros. Ese si ya no va”.

 

Una vez seleccionado el contenido, lo prueban con gente cercana. Viñachi: “Unas dos semanas antes ensayamos en la sala de mi casa con unas bielas y nos presentamos ante gente que no sabe nada del show”. Rhon simplifica: “Un día cayó al ensayo el Ave con la novia y otros panas y bueno, tocaf. Como se dio de manera inesperada fue rico.” Y le encantan las analogías futbolísticas: “Tú puedes ser un crack cuando estás solo, pero cuando sales a la cancha es otra huevada. Y cuando la cancha está llena es otra huevada.” Y es que para Juan, “El fútbol es todo, pues ñaño.”

 

A la hora de salir al escenario la experiencia es diferente para cada uno. Para Rohn, es un espacio sagrado. “Todos los problemas de tu vida personal que puedan afectar tu actuación se quedan ahí, tras la cortina, una vez que das ese primer paso hacia el escenario. En este sitio debes ser completamente honesto contigo mismo y así poder cagarte de risa de cómo ves la vida junto a la gente. Asumir cualquier pose arruina esa honestidad y por ende el show. Todo lo que digo en escena es ciento por ciento verdad”.

 

Para Pancho se da un proceso más teatral. Considera que el personaje que encarna sobre las tablas constituye “una exageración de nosotros mismos. Es un proceso que sucede incluso antes de que empieces a querer construirte conceptualmente”. A diferencia de Rhon, el ‘Ave’ y Viñachi gozan de formación teatral. “La idea es cachar qué interpretación logra hacer que la gente se ría más pero que a la vez a mí me incomode menos. Si sobreactúas se pierde lo genuino”.

 

En una función de stand up tradicional normalmente se presentan varios cómicos a lo largo de la noche. Los que abren suelen gozar de menos reconocimiento y el acto principal se presenta al final. Este no es el caso en Hablan Mucho… pues, desde los primeros intentos, los 3 creadores han mantenido una jerarquía escénica horizontal. Atestigua Viñachi que originalmente “en el Ocho y Medio hicimos otro orden, el Juan iba al final. Como el Ave tiene más experiencia escénica y su show es más amigable para el público, es mejor que el man vaya primero para que caliente a la gente.” Ya para los shows en la casa Humboldt “decidimos ponerle en medio al Juan que tiene un estilo diferente y completamente auténtico, luego cierro yo. La idea es tratar de dar un buen espectáculo a la gente para que al final terminen con un buen sabor de boca”.

 

La incuestionable preparación y minuciosidad de estos cómicos se ha visto recompensada con creces. Hasta el momento de escribir este artículo el pequeño teatro de la Casa Humboldt se llena a desbordar de jueves a sábado. En el show al que asistí la gente incluso aplaudió de pie las ocurrencias de los 3 artistas. Y creo que este éxito no depende del morbo popular por escuchar groserías o vulgaridad. Es la actitud de respeto hacia el público que irradian Ave, Pancho y Juan.

 

Y no son los únicos en el negocio. Según Rhon hay por lo menos otros 7 u 8 aspirantes que esporádicamente presentan sus actos a lo largo del año. Ninguno quizás ha logrado cruzar la barrera de la obscenidad con estos resultados. “Meterte en una aventura como esta es estar en un campo minado a fin de cuentas”, concluye Pancho, “nosotros no sabíamos si iba a pegar o no, pero sabíamos que íbamos hacerlo, que queríamos hacerlo y cómo queríamos hacerlo. La idea esencial para mí es quitarle lo ofensivo al humor… Eliminar la necesidad de humillar.”

 

 

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Lenny Bruce murió en 1966, después de haber pagado su fianza y mientras esperaba los resultados de su apelación a la condena de 4 meses de trabajos forzados que le impusiera el juez. Apenas 2 años después de su muerte se suspendió la ley de censura de espectáculos escénicos que Bruce osó romper tantas veces sobre el escenario a fin de honrar a su talento. En 2003, el gobernador de Nueva York, George Pataki, concedió a Bruce un perdón póstumo por sus “crímenes de obscenidad”. Me reconforta saber que hoy por hoy esa necesidad de controlar la libertad de expresión ha sido superada.

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