Fernando Nieto Cadena (1947) quizá es el más guayaquileño de nuestros poetas, aunque se defina como ecua-mex. Mejor deberíamos decir que él es un guayaco de cepa, con todo lo que la palabra implica. Mi relación con Nieto se inició con la lectura de sus libros por los ochenta y el seguimiento a su carrera, aun cuando desde 1978 reside en tierras aztecas, primero en el D.F., luego en Ciudad del Carmen (Campeche, en la Riviera Maya) y, finalmente, en Villahermosa (Tabasco). ¿Cómo se hallaba el panorama de las letras cuando Fernando Nieto se iniciaba? ¿Cómo era el ambiente literario? Repitiendo un lugar común, el panorama era municipal y espeso. Mis inicios coincidieron con el nadaísmo colombiano. En Quito los tzántzicos iniciaban sus rituales para espantar al torvo pequeño-burguesito que anida aún en lo “mejor” de nuestra sinuosa sociedad con tufo literario bajo el marco musical de una de las tantas hilarantes dictaduras militares. Caí en la PUCE, amén. Por entonces la narrativa ecuatoriana viajaba en carreta mientras la del resto de los países lo hacía en jet. En poesía el ambiente era algo distinto. César Dávila Andrade, ninguneado en Ecuador se suicida en Caracas y da lugar al complejo de culpa de sus contemporáneos que lo endiosan tras el descubrimiento de su grandeza. Dominaban Hugo Salazar Tamariz, Carlos Eduardo Jaramillo, Francisco Tobar García, Efraín Jara Idrovo, Antonio Preciado, Rubén Astudillo, Euler Granda y Ana María Iza. Adoum estaba, pero, por sus Cuadernos de la tierra, de alguna manera era ya uno de los pilares de la nueva poesía ecuatoriana. A esto debo agregar las reuniones para hablar, discutir y canibalizarnos con Julio Pazos, Raúl Pérez Reyes y César Cabrera. Leía mucho y de todo mientras iba conformando mi particular lista de bateo de escritores, urbi et orbi, en la que irrumpieron de golpe y porrazo los poetas de la Generación Beat. Mi percepción estaba marcada por las discusiones en la PUCE cuyo centro intelectual era Paco Tobar. Regreso a Guayaquil en 1970 y me integro a la fauna de eso que Bourdieu llamó campo literario, que no es otra vaina que el quítate tú para ponerme yo en ritmo de guarachita sandunguera. ¿Qué es lo mínimo básico que se requiere para que un poema pueda ser llamado tal? Lo mínimo que se requiere es la complicidad del “hipócrita lector” que lee un texto que se le propone como poema y que por su eficacia comunicativa estética se le impone a su sensibilidad como texto literario. Lo menos que le pido a un texto es que tenga ritmo y me redescubra el mundo, la vida en cada uno de sus versos o párrafos, que me suene a “es la primera vez que leo algo parecido” y que al mismo tiempo me induzca o provoque pensar “yo también puedo hacerlo”. Por lo demás y como siempre la última palabra nunca sabremos quién la tiene así como nunca sabremos quién será el que apague la luz galáctica después de irnos. → Lo menos que le pido a un texto es que tenga ritmo y me redescubra el mundo, la vida en cada uno de sus versos o párrafos, que me suene a “es la primera vez que leo algo parecido” y que al mismo tiempo me induzca o provoque pensar “yotambién puedo hacerlo”. Por lo demás y como siempre la última palabra nunca sabremos quién la tiene...Latía por entonces la esperanza de un gran partido que aglutinara los movimientos de izquierda. ¿Cómo sortear los peligros en que se puede caer al recorrer las temáticas amorosa y/o políticas? Se vivía como siempre, de prestado, de lo que sucede fuera: la mítica revolución cubana, la experiencia chilena frustrada por el pinochetazo. En esos tiempos el peor enemigo de un militante de izquierda era otro militante de izquierda de una secta distinta. Como nunca le pedí permiso a nadie para escribir, si necesitaba expresarme a través de un texto amatorio (siempre me deslicé hacia lo erótico rayando en lo porno) lo hacía con la única preocupación de resolver el problema poético de escribir un texto que mediante una exploración lúdica del lenguaje me permita comunicar mi percepción/recuperación de una experiencia amatoria, fallida o feliz/orgásmicamente consumada. Cualquier otra prevención no la veía. A la política la asumo más allá del partidismo (me parece lo más pueril y vergonzoso del parasitismo y corrupción sociales). ¿Qué es Guayaquil? ¿Está esa ciudad diseñada o replanteada con igual fuerza en toda tu escritura? Guayaquil es una invención, una más, para alimentar y satisfacer nuestro imaginario colectivo y particular y no sentirnos huérfanos de historia. Lo que alguna vez vivimos y experimentamos como ciudad, en lo que a mí respecta, a fuerza de nostalgizarla se fue diluyendo entre saudades y recuerdos. De todas maneras, en algún momento la ciudad de México me asfixió precisamente por mi añoranza de muelles y puertos, por lo que a la primera oportunidad que se me presentó fui a dar a una isla, ciudad y puerto y después a esta ciudad Villahermosa, donde resido. La semejanza de esa isla y esta ciudad con Guayaquil tiene que ver con el mar, el calor y una cultura que no puede disimular su influencia caribe. Creo que esto hizo que poco a poco el recuerdo de Guayaquil se diluyera sobre todo al saber que ha cambiado, que ya no la reconoceré como me dicen que ha cambiado. Esto explica por qué el habla guayaquileña aparece en mis textos actuales más como referencia anecdótica que como vivencia. ¿Qué implicó el grupo Sicoseo, la publicación de su revista, las jornadas de charlas literarias y políticas? Me sigo preguntando y ahora con vergüenza si la utopía que efímeramente quiso ser Sicoseo se justificó cuando ahora se asiste al triste espectáculo de mirar y comprobar que el verso nerudiano es procazmente cierto, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, y ahora hacemos y decimos todo aquello contra todo lo que estuvimos en contra. Debemos luchar por envejecer con dignidad. Esa necesidad de mitificarlo todo ha hecho que Sicoseo se haya originado presuntamente en el café Montreal. Nos reuníamos en el café de la Casa de la Cultura, donde surgió la idea de implementar un taller, según el proyecto que Miguel Donoso me dio en México en 1974. La primera reunión fue en casa de Carlos Calderón Chico; después en casa de los hermanos Villavicencio, Solón y Gaitán. También en la casa de Hugo Salazar. En el grupo inicial estuvimos Edwin Ulloa, Héctor Alvarado, Fernando Artieda, Carlos Calderón y yo. Se integraron Jorge Velasco y Hugo Salazar, para entonces Carlos Calderón ya no iba a las reuniones. A casa de Solón iban también Fernando Balseca, Raúl Vallejo, Cecilia Ansaldo y más personas de la Católica. Además, José Luis Ortiz. Los 3 buscaron enderezar la nave hacia puertos políticos. Lo del Montreal fue después de salida la revista y cuando yo ya andaba por México. Iba Jorge Velasco y llegaban Balseca y Vallejo, luego se unieron Itúrburu (los Fernandos somos una plaga en la poesía guayaquileña). Los demás seguíamos en el café de la Casa. ¿Cómo eran las reuniones, concretamente en cuanto a las lecturas? Las lecturas, dispersas e individuales, sin sistematización y se discutieron poco: no buscamos construir una osamenta teórica para exhibirla sino asumirla de acuerdo a nuestras particulares necesidades expresivas. Esto nos llevó a revisar el pensamiento de Carlitos Marx. Para entonces Sicoseo estaba conformado por 2 tendencias, la politizadora (a su vez con varios polos) y la creadora. Uno de los imperialismos académicos ideologizantes de la época era el sociologismo como visión y explicación de la vida, la sociedad. Nos reunimos queriendo compaginar la interpretación sociologista con la elaboración de textos literarios. Había algunos que no aceptaban del todo esa invasión extra-literaria y deseaban menos política y más literatura. Las verdaderas discusiones e intercambio de lecturas se producían fuera de las sesiones cuando nos encontrábamos en el café o al amparo de unas costillas en un local sindical frente al parque Centenario. Cada vez me convenzo más de que Sicoseo fue una aspiración de utopizar el presente porque el futuro siempre estaba a la vuelta de la esquina. Es en estos años cuando estamos viendo la verdadera obra de Sicoseo en novelas como la de Jorge Velasco, o la de Raúl Vallejo sobre el poeta Silva. → No estoy seguro que la única manera de vivir es a través del lenguaje por la necesidad gregaria de comunicarnos. Se reduce a una necesidad de expresión quedebemos verbalizar so pena de enmudecer sin que la historia nos absuelva. Hablo de la responsabilidad y compromiso esencial de quien se asume como escritor.El bar Montreal cerró. Y la última novela de Jorge Velasco, Tatuaje de náufragos, aborda esos personajes, espacios y tiempos de Guayaquil. ¿En qué se ha convertido ese ambiente evocado (no solo por dicho espacio, sino por lo que implicaba)? ¿Se cierran metas de esa manera? En lo que a mí me concierne la desaparición del Montreal no significa la pérdida de nada que no sea una carencia para el devoto trasiego de cervezas en que se convirtió para algunos escritores ese lugar. La novela no la he leído, ya estoy amenazado de que me la van a enviar. Sé que aparezco como personaje y que más de alguno de los integrantes de Sicoseo salen mal parados en la novela. Supongo es la versión personal de Jorge sobre eso, lo cual me parece respetable. Esos tiempos vividos bajo el aura cada vez más mítica de lo que fue, quiso ser y apresuradamente pudo ser Sicoseo, son pasto de nostalgias donde hoy cada uno, a lo mejor, busca encontrar sus huellas para empezar la cuenta regresiva rumbo a la nada. Quienes participamos en Sicoseo, la mayoría, estábamos convencidos e imbuidos de que a través de esas reuniones se estaba haciendo (escribiendo) algo distinto y diferente a lo que se estaba haciendo do manso lame el caudaloso Guayas. Tal vez pecamos de ilusos y de mesiánicos, pero creo que actuamos de buena fe. Que no supimos o no quisimos o no pudimos concretar esos ensueños ya es otro bolero que suena desafinado y eso, cada uno deberá responder y asumir las consecuencias. ¿Está de acuerdo en que su poesía puede ser leída como una épica de lo cotidiano? Dentro de esta, ¿cómo se proyecta la música salsa? Se trata de una épica intimista para describir/testimoniar la espacio-temporalidad que tuve y tengo la suerte de vivir. De la exterioridad de mis primeros libros hay un salto no mortal pero sin red hacia la intimidad con una exacerbada y a ratos farragosa obsesión por el yo que en mi caso, y no es ninguna novedad, es un yo colectivo y también muy personal, vaina que de tan obvia hasta da vergüenza decirlo. Lo de la salsa surge de la búsqueda de una identidad. La música afrocaribe ha sido y es una de mis obsesiones y tiene mucho que ver con ese nudo gordiano que es la guayaquileñidad –si existe algo que pueda y deba llamarse así. Los puertos son emporios de influencias multiculturales y Guayaquil no escapa a eso. La salsa, además, me ayudó a encontrar un ritmo expresivo, una tensión comunicacional en la que la forma y el contenido son una realidad evidente más allá de cualquier teoricismo de manual estético. Tiene que ver con lo popular (nunca pretendí llegar a ser un poeta popular, conste) y lo popular tiene que ver con lo estético-ideológico propio de todo lenguaje. ¿Cómo llegan a amalgamarse en su poesía los distintos elementos a los que se remite? No estoy seguro que la única manera de vivir es a través del lenguaje por la necesidad gregaria de comunicarnos. Se reduce a una necesidad de expresión que debemos verbalizar so pena de enmudecer sin que la historia nos absuelva. Hablo de la responsabilidad y compromiso esencial de quien se asume como escritor. Supongo que pude realizar eso que llamas amalgamar haciendo lo que hace todo narrador y aquí entro en una de las posibles características de mi trabajo poético, eso que antes mencionamos como épica de la cotidianidad. Mi poesía tiene una fuerte atmósfera narrativa: me permite hacer frankensteincitos (mis textos) en los que selecciono y disecciono fragmentos de nuestras cotidianidades. ¿Qué cambios se dieron en el paso a México? En esta faceta mexicana también ha habido traslaciones, ¿qué surcos dejaron estas últimas? Los cambios, sospecho, son especialmente formales. Son asunto de muchísimas personas, es la suma de lo que estaba escribiendo luego de De buenas a primeras y lo que empecé a escribir ya radicado en la ciudad de México que mostraba, pienso yo, los andariveles por donde iba a discurrir en lo futuro. Como si me hubiera dicho ya estuvo suave con la puta nostalgia, ahora estás aquí y no en Guayaquil, y por más que la nombres y añores no pasearás por los malecones, bulevares ni te perderás en la Villa Nati, o en Casa de las Muñecas ni frecuentarás la cantina de Tiburón ni la del capitán Pedro. No hay más saudade. Ese fue mi aullido del cisne (esto es un homenaje a Mario Santiago). Después vino Contra las difamaciones de la carne, en la que asumo de una vez por todas que mi lugar de residencia es México, y que Guayaquil solo era ya el escombro de ese amor de lejos. No he asumido todo el habla mexicano, pero irremediablemente va apareciendo con unas cuantas regresiones al habla guayaquileña de hace 30 años. ¿Qué actividades relacionadas con la literatura mantiene en México? Trabajo y vivo en el olor de la literaturalidad.Doy clases relacionadas siempre con la escritura; incursiono por el terreno editorial, publico de vez en cuando en diarios o revistas hasta que la censura pretenda coartarme. En este momento coordino un taller de novela corta, imparto 3 talleres individuales de poesía y según los calendarios de la Escuela de Escritores local me soportan con los módulos de Teoría literaria, Corrientes literarias contemporáneas y Ensayo en los diversos diplomados de la escuela, donde además coordinó su Centro de Investigaciones Literarias y doy cursos para titulación, en verano, en universidades cercanas a Tabasco. ¿Cuán productivos son los encuentros literarios? No sé si haya cambiado la medida, pero si de un taller literario sale un solo escritor la tarea está cumplida. No sé cuánto tiempo dura el proceso de taller en Ecuador. Aquí, cuando Miguel Donoso era el coordinador nacional de talleres, duraban 3 años con sesiones quincenales. Los talleres que imparto son semanales con un mínimo de 3 horas por sesión. Si no hay personalidad literaria no se podrán romper los cordones umbilicales con que algunos viven atados al coordinador. Si uno, como coordinador, se percata que no hay distanciamiento, pues uno mismo debe provocarlo. Se habla cada año del asunto: ¿está en tus planes regresar al Ecuador? Tanto Ecuador como yo hemos podido sobrevivir sin reencontrarnos así que unos años más sin vernos no nos conducirá al martirologio. Con sinceridad no sé qué podría ir a hacer allá. Tengo la impresión de que tienen la misma información que se puede tener por acá, el mismo acceso a libros, al margen de que ya existen editoriales privadas que, por lo que veo en las carteleras de libros de los periódicos, tienen un trabajo consistente y permanente. ¿Qué rumbos toma la poesía latinoamericana contemporánea? ¿Hacia dónde se dirige? No tengo idea de los rumbos que puede tomar la poesía latinoamericana. No sé si la presencia, post mórtem, castrante de Octavio Paz prevalezca. Presiento que durará esa pereza mental disfrazada de minimalismo (pensando en el lector, dicen, debe ir a trabajar y le queda poco tiempo para leer). Espero que no sea el rumbo marcado por las transnacionales editoriales que se empeñan con denuedo y entusiasmo en vendernos gatos y ratas por liebre. Desde hace mucho dejé de creer en los concursos, sobre todo de grandes editoriales que premian al autor de turno para promover la venta de sus libros. Mi confianza es que la poesía siga siendo lo que fue y es: el reino donde las burocracias culturales nunca fueron tomadas en cuenta para dictaminar lo que va a trascender, donde los santones se mean de susto cada vez que la poesía incursiona como ángel exterminador por los nichos de la fama lograda a pulso de mercadotecnia y televisión. Cada poeta sabrá escoger su andarivel y treparse a los trenes subterráneos de su discurso para sorprendernos con la restauración del caos original que habita en nosotros. ¿En qué nos hallamos embarcados en estos momentos? ¿Qué hay de los proyectos narrativos de Fernando Nieto? Ya que no me preocupa saber si lo que escribo es poesía o es narrativa. Cuando leí Entre Marx y una Mujer Desnuda sospeché que a eso de ‘texto con personajes’ se reduce la escritura con un levísimo aporte que hago de que lo que escribo son textos con y sin personajes. El vehículo cada vez más absorbente es el verso largo, que incluso rompe con la dialéctica versicular y coquetea con la narrativa. Esta ausencia de puntuación ya la trasladé a textos pensados como narrativos como un cuento, Sonido Bestial, publicado en un diario de Villahermosa. Ahora exploro mis ensayos también sin puntuación, tal vez como un anacrónico homenaje a John Cage. Escribo mucho, publico poco. Tengo más de 30 poemarios, 3 novelas. Ningún editor se interesa en esos textos. Alguno de mis amigos me dijo que se estaba preparando una antología de mi poesía para publicarla en Ecuador. Mi preocupación es que lo que se conoce de mi obra es lo que se publicó en Guayaquil, algo así como la cuarte parte de todo lo que llevo escrito como poesía; ergo, ¿qué clase de antología será. Lo último que escribí se llama Rumores de Yatuvés.Ahora empecé Memorial del Nómada. De paso, escribo mucho y corrijo muchísimo más, 5 páginas las reduzco a 1 en promedio. En fin, solo una certeza final: ¡POESÍA O MUERTE, ESCRIBIREMOS!