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El ritual y su hechizo vacante

 El ritual y su hechizo vacante
02 de febrero de 2015 - 08:55 - Jorge Luis Serrano, Sociólogo y docente universitario

¿Por qué en 2014 el cine ecuatoriano pasó de moda? Bajón. Bache. Fin de ciclo. Son expresiones que surgen al pensar en el desempeño del cine ecuatoriano y su pobre convocatoria de público en el año 2014. No así en términos de estrenos ya que, paradójicamente, el año pasado se alcanzó un récord en el circuito comercial: hubo más películas nacionales en salas, diecisiete en total (aunque al menos cinco de esas jamás debieron estrenarse por su triste factura y nula calidad). Pero hubo mucho menos público.

¿Qué está pasando con el cine ecuatoriano? La caída en la asistencia es tan fuerte que, incluso, algunos están tentados a pensar en un término más fuerte: debacle. Anticipo, siendo grave el declive no es el fin del cine nacional, al contrario.

Desde 2009 hasta 2013 el cine ecuatoriano vivió una efervescencia impulsada, sin duda, por la novedad que, sin llegar a convertirse en un fenómeno de masas por completo, generó, durante este período, promedios superiores a los 200.000 espectadores cada año, contando con varias películas que superaron los 100.000 tickets vendidos. Sin ir más lejos, el año 2013 se cerró con 231.000 espectadores para las películas ecuatorianas. En 2014, los 17 estrenos nacionales no suman 70.000 espectadores entre todos. La caída de algo más de dos tercios es, en verdad, muy pronunciada. ¿Cómo se explica?

Se han elaborado varios artículos que buscan descifrar e interpretar el porqué de lo sucedido y que señalan como principales responsables a los propios cineastas lo cual, aunque tenga una base de razón, resulta fácil y apresurado. Si bien la actitud del cineasta nacional hacia su obra y hacia el público es parte del problema, no es la única causa del impresionante bajón de público durante el año que terminó. Todo esto se trata, en realidad, de una problemática propia de una dinámica cada vez más compleja con una sumatoria de variables que configuran un escenario al cual podemos calificar, positivamente, como una ‘crisis de crecimiento’. Arte e industria. Trascendencia histórica versus éxito comercial. En efecto, todo parece indicar que el cine ecuatoriano ha entrado en su pubertad artística.

Varios elementos han jugado un rol importante en la configuración de este escenario. Veamos cuáles son:

1. Es innegable que la marcada inclinación a la autorreferencia en las historias y la repetida búsqueda y exploración autobiográfica de las películas, especialmente en el cine de ficción —aunque también en el documental— ha generado una tendencia o corriente principal que ha saturado la oferta, encasillándola bajo una misma etiqueta: sin ser un género como tal, porque no lo es, el cine ecuatoriano aparece como una sola cosa ante el espectador, dado que las películas se parecen entre sí. Es como si se hubiesen sincronizado mentes y espíritus para configurar el retrato colectivo de una generación. Desde una perspectiva histórica y curatorial, esto resulta interesante, por las posibles lecturas e interpretaciones, incluso psicoanalíticas, pero comercialmente esto es un problema. De hecho, si miramos las películas de ficción del último quinquenio como un álbum de familia, con historias de los cineastas de cuando eran niños y adolescentes durante los años 70, 80 y 90, la sensación es abrumadora.

De cualquier forma, encuentro al menos dos explicaciones para ello. Primero, la inexistencia de políticas de apoyo durante el siglo XX e inicios del XXI en un país agobiado y vaciado de institucionalidad produjo la acumulación de historias que han encontrado un cauce de desfogue a medida que los proyectos recibían apoyo económico. En segundo lugar, hay que pensar que hacer cine en el país sigue siendo muy difícil a pesar de contar desde 2007 con un fondo de fomento.

En promedio, los proyectos tardan en cristalizar entre cuatro o cinco años y en ocasiones más. Para perseverar, el cineasta en Ecuador tiene que estar muy comprometido con la historia que quiere contar y es razonable que, para que eso suceda, el proyecto sea muy personal. De ahí la insistencia en la raíz biográfica y autorreferencial de las historias. Es de esperar que, una vez que han sido evacuadas esas primeras historias, literalmente atoradas durante muchos años, se dé paso, ahora, a una etapa más arriesgada y diversa en cuanto a las temáticas por tratar. Este nuevo ciclo debe sorprender al público.

2. Hay que notar que si bien se cuenta con artistas conceptualmente sólidos en lo individual, la contraparte colectiva acusa una notable inmadurez organizacional. Inexplicablemente, asociaciones y organizaciones gremiales del sector, como la Copae (Corporación de Productores Audiovisuales del Ecuador), han jugado, sin querer, un rol contrario a los intereses de sus propios agremiados y del cine nacional en su conjunto al avalar, mediante una equivocada y timorata política de organización de fechas, el estreno indiscriminado de algunas películas que no cumplen estándares mínimos de calidad técnica, dramática ni estética para llegar al circuito comercial por tratarse de verdaderos insultos a la inteligencia del espectador.

No exagero. Siempre he defendido una idea: no se trata de apoyar la producción nacional por el simple hecho de serlo, sino porque tiene calidad. Es verdad asimismo, que lo dicho se asienta en un terreno subjetivo delicado y sinuoso ya que cada quien entiende por calidad lo que desee, pero es necesario abrir un debate serio sobre aquellos mínimos estándares que una obra debe alcanzar para llegar a la percha de exhibición y, por tanto, debemos hablar si todo aquello que se produce merece ser estrenado. Pienso en aquella estúpida frase atribuida a Plinio el Viejo de “no hay libro tan malo” y aplicada al cine me parece inaplicable ante obras que directamente deben ser echadas al tacho de la basura. Lamentablemente, algunas de ellas se estrenaron en 2014, avaladas por la organización de los productores ecuatorianos al concederles una fecha, contribuyendo a etiquetar negativamente el cine nacional y aniquilando su incipiente mercado de exhibición. . Insisto, se trata de un problema de subjetividades, pero también es verdad que se puede y se deben establecer unos criterios técnicos mínimos que permitan garantizar al público obras que respeten su inteligencia y merezcan el valor de la entrada que va a pagar.

A su vez, si bien es verdad que estas organizaciones se encuentran en una etapa de formación, maduración y consolidación —y no dudo de su buena fe y voluntad—, se hace evidente la carencia de un liderazgo que establezca y defienda parámetros que permitan no solo conservar sino incrementar el capital simbólico ganado estos años por el cine nacional: su calidad. Las organizaciones del sector, en lugar de defender un naciente espacio en el difícil mercado de la exhibición comercial, cumpliendo estándares comunes al cine mundial, han avalado ingenuamente la confusión de la gente gracias a no pocos indiscriminados e infelices estrenos.

De cualquier forma, la debilidad organizacional del sector es un problema que se arrastra desde hace muchos años y que queda graficada de cuerpo entero en la silla vacante de los actores y técnicos, por más de tres años, en el directorio del Consejo Nacional de Cine (CNCine). La gente está más preocupada del proyecto personal, mientras el valor e importancia de la organización, como potencial articulador de un grupo de presión social y de defensa de intereses colectivos, todavía no se ve ni asume con claridad. Por otra parte, si bien al CNCine no le corresponde actuar directamente sobre estos asuntos, tampoco ha asumido proactivamente la facilitación de soluciones innovadoras. No es suficiente que esta institución haga lo que ya ha estado haciendo desde su fundación y, en general, sus políticas de fomento requieren una profunda vuelta de tuerca y un replanteamiento del propio fondo.

3. Los complejos de exhibición han estado, callada y sagazmente, pescando a río revuelto. Después del escándalo por la no programación del documental sobre Roldós en la principal cadena de exhibición nacional, ninguna le va a negar el estreno a una película local por la potencial mala prensa que eso acarrea. Pero esto no significa, a su vez, que no se organicen sutiles mecanismos de desplazamiento una vez la película está en cartelera: cambios de horario, errores técnicos, salidas de programación, problemas en la exhibición, etc. El cine ecuatoriano es una molestia con la que las cadenas comerciales deben convivir, especialmente en la actual coyuntura de las salas tras la forzosa digitalización de todas las pantallas del circuito. Como se sabe, en el mundo del cine el formato original, después de más de 100 años de vigencia, pasó, finalmente, a mejor vida. Muchas pantallas en el Ecuador contaban con equipos nuevos de proyección de 35 mm que debieron ser cambiados sin terminar de pagarlos para dar paso a los nuevos formatos digitales. Esto ha significado una inversión cercana a los $ 15’000.000 para las cadenas, dinero que ha salido de sus bolsillos. Hay que entender que no existe una política pública de apoyo y financiamiento a los exhibidores y, por tanto, ese dinero es enteramente privado. Son inversiones de riesgo. Es lógico que las salas necesiten recuperar lo gastado en el menor tiempo posible y la amortización viene más rápido con los blockbusters norteamericanos que garantizan un alto porcentaje de ocupación de butacas. En ese contexto el superávit de películas ecuatorianas }llegaba en el peor momento.

Poco tiempo atrás era posible pensar en películas nacionales que alcanzaran un promedio de diez semanas, o más, de permanencia. Hoy, difícilmente superan las cuatro semanas. La combinación de cine de autor y cine de muy baja calidad, que fue la oferta ecuatoriana en 2014, se encontraba condenada de antemano a tener poco espacio y visibilidad.

En conclusión, la vocación autobiográfica del cineasta nacional y el consecuente cansancio del público, la inmadurez organizacional que impide asumir posiciones firmes de defensa del sector, lo cual, entre otras cosas, abrió las puertas a estrenos indiscriminados, sumado a las urgencias del circuito comercial por amortizar inversiones millonarias en nuevas tecnologías, provocaron un escenario propicio para la reducción de dos tercios del público que, en promedio, el cine nacional había generado durante cada año del quinquenio anterior a 2014.

Ahora esperamos con ansia el nuevo filme ecuatoriano que reconquiste la atención del público y abra las puertas de una nueva etapa. O levante la tapa de la caja de Pandora, es decir, cualquier cosa puede suceder porque, también hay que señalarlo, el ecuatoriano no es un público sofisticado, al contrario, es predecible y muy comercial en sus gustos.

¿Tendremos sorpresas en 2015 o el bajón también continuará este año? El cine nacional es entendido como una suerte de sujeto fantasmal en los imaginarios de la historia del cine. Construye su espacio lentamente y puede desaparecer con facilidad por una simple decisión política. Su ecuación no puede prescindir de la relación con el público por tratarse de un fenómeno de masas aunque, finalmente, serán el juicio de la historia y el tiempo los que digan qué obras deben perdurar.

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