Ecuador, 01 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Cine

El cine ecuatoriano: De la autorrepresentación a la renovación

El cine ecuatoriano: De la autorrepresentación a la renovación
08 de febrero de 2016 - 00:00 - Rocío Carpio. Periodista y crítica cultural

Cuando se trata de clasificar, las etiquetas suelen ser inexactas. Las valoraciones generales nunca son del todo justas, sin embargo para hablar de la producción cinematográfica hecha en el país en los últimos años, es necesario entenderla como un proceso. Una cosa sí está clara: Ecuador abrió el nuevo milenio con cine. Y desde entonces, la producción es continua.

Empecemos por el final, 2015 no fue un año particularmente notable para el cine nacional. Aunque se estrenaron 14 largometrajes (incluido documentales), la mayoría de títulos de ficción no trascendieron. Vengo Volviendo, de Gabriel Páez, un ejercicio cinematográfico coral escrito y rodado a varias manos, es quizás el estreno de ficción más relevante del año pasado.

Y es que luego del pequeño boom de los tres años anteriores, 2015 se proyectaba más bien como un año de perfil bajo en lo referente a estrenos sobre todo de ficción, que es en lo que se centra este artículo. La gran razón de esto es que había una larga cola de filmes en etapa de producción y posproducción —algunos de ellos en stand by desde hace varios años— que este año verán la luz.

Y aquí comienza lo verdaderamente interesante de esta historia. 2016 será un año destacado para el cine local. Más allá de la cantidad de estrenos —al menos veintidós filmes ya tienen programada su fecha de exhibición— lo que sin duda llama la atención es la diversidad de propuestas que llegan a 46, según datos del CnCine. Este, sin duda, será un año de expansión del concepto de cine ecuatoriano.

¿Por qué? Antes de responder a esa pregunta, haré un breve repaso de la producción cinematográfica de ficción de los últimos 15 años. Sebastián Cordero inaugura a fines de los noventa el cine contemporáneo ecuatoriano, y desde entonces se instala la producción continua, por un lado gracias al acceso a la tecnología y a la formación profesional, y por otro, a la creación del Consejo Nacional de Cine, cuya canalización de fondos multiplicó las producciones a partir de 2007.

La entrada al nuevo milenio trajo filmes de corte social y la necesidad de representación surgida de una especie de deuda con lo “no dicho”. Esa urgencia de representar la realidad social e idiosincrasia local, se debe en gran medida a cuestionamientos de una generación con compromisos políticos por un lado (algo que ya se había visto con Camilo Luzuriaga), y por otro, a contextualizaciones propias del momento social. De esos escenarios surgen filmes como Ratas, ratones, rateros (1999) y Crónicas (2004), de Sebastián Cordero; Fuera de juego (2002) de Víctor Arregui; Un titán en el ring (2002) de Viviana Cordero; Mientras llega el día (2004) de Luzuriaga, y Qué tan lejos (2006) de Tania Hermida.

En estos años emergen narrativas alternas como Alegría de una vez (2002), de Mateo Herrera, filme centrado en personajes adolescentes que sería el precursor de esa temática. Otra cinta que puede considerarse al margen del discurso audiovisual de la primera mitad de esa década es Maldita sea (2001) de Adolfo Macías, que se acerca por primera vez a lo queer desde una trama intrincada, lo cual la vuelve inclasificable, más cercana al cine B, si se quiere.

Con la película Esas no son penas (2007), de Anahí Hoeneisen, se abre la posibilidad dramática de la problemática subjetiva: un cine menos social y más introspectivo, aunque no deja de lado la crítica al statu quo y lo idiosincrático. En la misma línea y quizás más evidente, está Cuando me toque a mí (2008), de Víctor Arregui, película que explora el conflicto existencial desde la relación entre la vida y la muerte, dentro de un contexto de crítica social. Estos filmes se constituyen en una especie de cine de transición entre lo colectivo y lo íntimo, que de algún modo se va acercando al discurso narrativo de la generación X.

Los años siguientes, si bien no siguen una línea homogénea en cuanto a temáticas, continúan abordando los mismos cuestionamientos que ahora se debaten entre el sujeto, su entorno social, y las inquietudes identitarias, siempre con la necesidad de representar una realidad emplazada en un contexto localista. También se empieza a ver ya la intención de la autorrepresentación desde la esfera de lo íntimo-subjetivo.

Los lenguajes y géneros de este período son variados. Impulso (2009) de Herrera, es un thriller que se ubica entre la búsqueda de identidad y el descubrimiento del yo, en el tiempo en el que surgen esos primeros cuestionamientos: la adolescencia. Blak Mama (2009), de Miguel Alvear y Patricio Andrade, sigue una línea experimental más cercana al videoarte, mediante la cual cuestiona nuestros fundamentos identitarios a través de una confrontación con lo simbólico y la representación alegórica de la realidad. Prometeo deportado (2010), dirigida por Fernando Mieles, por su parte, mezcla la sátira y el realismo fantástico para retratar la ecuatorianidad.

En el nombre de la hija (2011), de Hermida, es un filme intimista y a la vez político que continúa con “los pendientes” del cine nacional, pero les da otro tratamiento: sus protagonistas son niños y hay una clara intención de autorrepresentación. A tus espaldas (2011), de Tito Jara, por el contrario, es una película de corte realista que pretende ser un reflejo de la sociedad quiteña desde el conflicto de clases. Pescador (2012), es por su parte una especie de secuela refinada del cine realista-social de Cordero, que aún refiere al choque de clases, aunque hace uso de un lenguaje audiovisual y una narrativa más simple.

El 2012 marca la entrada de una nueva voz generacional y los cuestionamientos derivados de ella: La generación X. Surgen filmes de tinte autobiográfico e intimista, cuyos protagonistas son jóvenes o adolescentes no convencionales buscando encontrar su lugar en el mundo y dentro de un contexto social —y muchas veces político— al que parecen ser ajenos. Son filmes cuyo conflicto central es la construcción de identidad (del yo) y el paso a la adultez en una época arenosa e inestable: la de la muerte de las utopías. Son filmes que muestran el vacío existencial que quedó para esas generaciones, que, contrario a la generación anterior, no cargan en sus espaldas el deber del compromiso político.

Aquí podemos nombrar películas como Sin otoño, sin primavera (2012), de Iván Mora, Mejor no hablar (de ciertas cosas) (2013) de Javier Andrade, Saudade (2014), de Juan Carlos Donoso, Feriado (2014) de Diego Araujo, y Ochentaysiete (2014) de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade.

Estos años en general fueron muy prolíficos, y a la par de las temáticas que tocan el mundo adolescente y juvenil, también presentes en La Llamada (2012), de David Nieto; No robarás (a menos que sea necesario), de Viviana Cordero (2013); El facilitador (2013), de Víctor Arregui; y Ciudad sin sombras (2014), de Bernardo Cañizares, en este lapso surgen otros filmes que no se pueden encasillar en ninguna corriente, localmente hablando.

Entre ellos están Distante cercanía (2013) de Alex Schlenker y Diego Coral, una ucronía fílmica ambientada en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Otro filme de época que retoma en algo la temática de la identidad y el paso de la juventud a la adultez es Mono con gallinas (2013) de Alfredo León, cuya trama está enmarcada en la guerra Ecuador-Perú de 1941.

Por su lado, Silencio en la tierra de los sueños (2014), de Tito Molina, es una historia mínima cuyo lenguaje audiovisual sigue la línea minimalista y preciosista del cine contemplativo. Del otro lado está Tinta sangre (2013), de Mateo Herrera, una cinta coral en clave de comedia dramática que busca retratar la dinámica social de una ciudad y sus habitantes, pero desde una visión que intenta alejarse de los referentes localistas y folclorizantes.

De este modo, se va dibujando una intención más universalista en el cine nacional, menos autorreferencial y que va soltando los encargos de ver al cine como un reflejo de lo que somos. Su más claro ejemplo: A estas alturas de la vida (2014), de Manuel Calisto y Álex Cisneros, un filme de narrativa casi teatral pero a la vez con un tratamiento cinematográfico preciso, que termina siendo un homenaje al cine. Una puesta en escena y un abordaje dramático que se deslinda de cualquier referente idiosincrático y que se libera del encargo de la representación identitaria.

Como podemos ver, ha habido temáticas variadas a lo largo de estos 15 años, no obstante, la etiqueta de “cine nacional” y ciertas preocupaciones generacionales han hecho que este sea percibido como un género en sí mismo. Y eso es lo que estaría por cambiar este 2016. Solo hace falta revisar a vuelo de pájaro algunos de los estrenos anunciados para entender el porqué de esa expansión de la que hablé al principio.

Esto no quiere decir que las narrativas que se han repetido y los encargos de autorrepresentación vayan a desaparecer, más bien se trata de una evolución saludable que incluye diversidad de enfoques, géneros, estéticas, voces de nuevas generaciones y lugares de enunciación.

Filmes como Huahua, de Citlalli Andrango y José Espinosa, cuya trama se desarrolla en un contexto étnico (sus realizadores son indígenas); Versátiles de Élio Peláez, una película queer; y UIO: sácame a pasear, de Micaela Rueda, que retrata la historia de un amor lésbico, sin duda renuevan las narrativas del mainstream desde los relatos de lo periférico. Un secreto en la caja, de Javier Izquierdo, introduce un género inexplorado en el país: el falso documental. En cuanto a cine de género, están los thrillers Chuquiragua de Mateo Herrera y Entre sombras de Xavier Bustamante.

Las temáticas se van ampliando. Alba, de Ana Cristina Barragán, propone un cine introspectivo y femenino. Tan distintos los dos, de Pablo Arturo Suárez, aborda el conflicto de una relación adulta y el drama familiar. Sed, de Joe Houlberg, instala el drama psicológico. Por esa misma línea está El último en morir, de Carlos Larrea, un drama intimista y experimental que roza el género de horror. En contraposición, Sebastián Cordero con Sin muertos no hay carnaval continúa con el realismo social en este filme coral sobre los desalojos del Monte Sinaí en Guayaquil. Entre los filmes que han pasado por largo proceso hasta su estreno están Quijotes negros, de Sandino Burbano, una mezcla de realismo social con realismo fantástico, y Criaturas abandonadas, un filme coral que entrelaza varias historias urbanas. Y la lista sigue…

Aunque por el momento solo es posible hacer una breve descripción de las películas a estrenarse, sin duda 2016 se perfila como el inicio de la renovación de las narrativas dentro del cine ecuatoriano.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media