Hubo un tiempo en que literatura y artes plásticas estrechaban abrazos. No es necesario, para reparar en ello, remontarse a las imágenes que los pintores clásicos desarrollaron a partir de textos bíblicos, mitos grecolatinos y leyendas, sino a mediados de 1800, cuando empieza a fraguarse la historia universal del arte moderno. Baudelaire: defensor del Impresionismo A partir de las primeras décadas del siglo XIX, artistas como Courbet, Renoir, Delacroix y Manet desarrollaron una propuesta que marca un antes y un después en la historia del arte universal, en la medida que se aleja de la mitología y la iconografía religiosa de la antigüedad clásica y se acerca al mundo moderno, a través de personajes suburbiales, desnudos, sensuales, mediante técnicas pictóricas que rompen con ideas preconcebidas de luz y color. La Académie des beaux-arts no tardó en descalificar las propuestas llamándolas infantiles e intrascendentes, algo que bastaba para que el más talentoso de los artistas viera sepultada su carrera. Afortunadamente para aquellos artistas, el poeta y crítico de arte Charles Baudelaire, defendió en su ensayo El pintor de la vida moderna a los maestros impresionistas. Llamó poemas a las pinturas del ‘hereje’ Delacroix, y señaló que Coubert obraba bien al retratar hombres modernos, en la medida en que el arte no debía trabajar asuntos del pasado. Virginia Wolf y los posimpresionistas El negociante inglés de arte, Roger Fry, llamó posimpresionistas a pintores tan disímiles como Van Gogh, Gauguin, Seurat y Cézanne, porque necesitaba un nombre para una exposición que resultó todo un fracaso y que le valió los epítetos de excéntrico y embustero. Pero la escritora Virginia Woolf salió en su defensa, elogió su labor, lo invitó a formar parte del grupo de Bloomsbury, e incluso escribió sobre él y su exposición en su célebre ensayo de 1923 Mr. Bennett and Mrs. Brown. El referente de Van Gogh A propósito de posimpresionistas, antes de orientar su obra a expresar lo que sentía ante el mundo exagerando y deformando los objetos, Vincent Van Gogh se preocupó por mostrar la vida campesina y generar documentos sociales, tomando como referente al escritor inglés Charles Dickens. CRONOLOGÍA BREVE DE ARTE MODERNO Paul Gauguin y los simbolistas Este francés que dejó su burguesa vida de París para irse a vivir a Tahití y que fue retratado por Mario Vargas Llosa en El paraíso en la otra esquina fue incluido por los escritores simbolistas en su movimiento porque consideraron que enriquecía sus obras con elementos subjetivos y alegóricos, como la ‘rama’ de su cuadro ‘Visión después del sermón’. Viene al caso mencionar que Gauguin despreciaba a los pintores impresionistas por considerar que su visión racionalista impedía el paso de la imaginación. El naturalismo de Cézanne y Zola El escritor Émile Zola fue amigo de los pintores Manet y Pisarro, pero sobre todo de Paul Cézanne, a quien conoció durante los años en que ambos cursaban sus estudios secundarios. Cézanne escribió a Zola, padre y mayor representante del naturalismo, una carta en la que le manifiesta sus dudas acerca de las pinturas de los grandes maestros que recrean escenas al aire libre, en la medida en que ninguna posee la apariencia verdadera y original que brinda la naturaleza. Por su parte, Zola se refirió a su amigo pintor como a un hombre de una pieza, obstinado y terco, al que nada doblegaba ni era capaz de sacarle una concesión. Los Stein y el fauvismo El inmenso movimiento cultural que artistas como Hemingway, Fitzgerald, Picasso y Matisse desarrollaron en París durante los primeros años del siglo XX no habría sido posible sin el estímulo de los intelectuales y mecenas norteamericanos Leo y Gertudre Stein. Un claro ejemplo de ello fue el valor que le dieron a cuadros de Matisse como ‘Mujer con sombrero’ o ‘La alegría de vivir’, que se constituyeron en ejemplos fundamentales del fauvismo, movimiento caracterizado por un provocativo tratamiento del color. De hecho, en el primer cuadro mencionado, Matisse retrata a su propia esposa (que siempre vestía de negro), con colores inimaginables y una escandalosa nariz verde. Apollinaire y el cubismo de Picasso También Picasso frecuentaba constantemente el departamento de los Stein. Fue allí donde pudo apreciar no solo los experimentos coloristas de Matisse, sino también la máscara africana que este escondía en su chaqueta, y que tomó como inspiración para ‘Las señoritas de Aviñón’, el primer cuadro cubista de la historia. El revolucionario cubismo requirió tiempo para meterse en las pupilas de las personas; ni siquiera el genial poeta Guillaume Apollinaire lo comprendió en un principio, y cuando vio ‘Las señoritas de Aviñón’, pensó que la carrera de su amigo había llegado a su fin. Pero, posteriormente, Apollinaire dio sustento teórico al trabajo de Picasso, diciendo, por ejemplo, que aquel estudiaba un objeto del mismo modo en que un cirujano diseccionaba un cadáver, y que pintaba elementos que no estaban tomados de la vista, sino de la realidad de la intuición. ‘Las señoritas de Aviñón’ fue bautizado mucho tiempo después de su creación, por el padre del movimiento surrealista, André Breton. El cubismo de Picasso dio lugar a la prosa fragmentada de James Joyce y la poesía de T. S. Eliot. Apollinaire: un epitafio para Rousseau ‘El aduanero’, como se conocía a Henri Rousseau en París, debido a que trabajaba como recaudador en una oficina de aduanas, llegó tarde al arte, y en consecuencia desarrolló una obra pictórica técnicamente pobre, según algunos, en la que, sin embargo, Pablo Picasso creía sobremanera. Fue Apollinaire quien escribió el epitafio de uno de los máximos representes del arte naïf: “Gentil Rousseau, tú nos escuchas,/ te saludamos/ Delaunay, su mujer, el señor Queval y yo;/ deja que nuestro equipaje entre sin costas a las puertas del cielo;/ te llevaremos pinceles, telas, colores/ a fin de que, en la luz real, consagres tu ocio sagrado/ a pintar, como cuando hiciste mi retrato,/ la faz de las estrellas”. El fascismo del arte Los años comprendidos entre 1905 y 1913 fueron fértiles para el pensamiento. Filósofos, poetas y novelistas hicieron de los cafés y los bares lugares de reflexión sobre los acelerados cambios que vivían las ciudades. Aparece entonces Filippo Tommaso Marinetti, poeta y narrador italiano, padre del futurismo, movimiento artístico de esencia política, en cuyos inicios este publicó en Le Figaro un 20 de noviembre de 1909. Lo presentó como un producto italiano, violento e incendiario orientado a liberar al país de arqueólogos, guías turísticos y anticuarios en la medida en que la creatividad italiana estaba aplastada por sus anteriores edades de oro, así como a exaltar la belleza nueva, la de los autos de carreras, por ejemplo. El futurismo surgió como un movimiento literario, pero un año más tarde se convirtió en un movimiento artístico que congregó a pintores y escultores como Umberto Boccioni, Carlo Carrá, Gino Severini y Giacomo Balla. Apollinaire afirmó que el futurismo era un frenesí grotesco, el frenesí de la ignorancia, una bobada, acaso porque el movimiento estuvo abiertamente vinculado al fascismo. El vorticismo de Lewis A partir de 1912, los nuevos capítulos del arte ya no se escribieron solamente en París, sino a lo largo y ancho del mundo. En Gran Bretaña, por ejemplo, el escritor Wyndham Lewis se constituyó en el líder de un grupo que incluía a pintores y escultores surgidos del cubo-futurismo y que recibió el nombre de vorticismo. Fue el poeta norteamericano Ezra Pound quien bautizó al movimiento, señalando que el vórtice es el punto de máxima energía. El movimiento concluyó con la llegada de la I Guerra Mundial. Su obra plástica más representativa es el ‘Martillo Neumático’ de Jacob Epstein. Suprematismo: una bofetada al gusto del público Este mapa sobre la relación existente entre literatura y artes plásticas no estaría completo si no mencionara al suprematismo, movimiento de la Unión Soviética que se nutrió del arte de Occidente al que pretendieron superar. Es así que el pintor Kazimir Malévich y el escritor Alexei Kruchenykh desarrollaron su propio enfoque del futurismo, y tras la publicación, en 1913, del manifiesto Una bofetada al gusto del público, llevaron a escena la ópera Victoria sobre el sol. La escribieron en una lengua transnacional ficticia llamada zaum, una versión del ruso basada en el sonido emotivo de las palabras, y no en su significado. El argumento, de corte galáctico, también era poco convencional y no generó el efecto que esperaban. Dadaísmo: la ira del arte Tras la I Guerra Mundial, el poeta alemán Hugo Ball inaugura en Zurich el bar Voltaire, como un centro artístico orientado a shows y lecturas contrarias a los poderes establecidos, a la dependencia de la razón, a las leyes y normas. Entre los artistas que frecuentan el bar se encuentra un ruidoso poeta rumano de nombre Tristan Tzara, quien termina de dar forma, junto a Ball, al dadaísmo, movimiento que condujo al surrealismo, influyó en el pop art, estimuló a la generación beat, inspiró el punk y sentó las bases del arte conceptual. El ruidoso Tzara se nutrió de los efectivos resultados que le dieron a Marinetti las proclamas y apologías, y dirigió furibundos ataques a la guerra. Más aún, retomó el absurdismo o tendencia antirracionalista que los poetas simbolistas franceses —Verlaine, Mallarmé y Rimbaud— habían desarrollado para demostrar que la intuición y un lenguaje rico y evocador podían revelar las grandes verdades de la vida. El dadaísmo constituyó un grandioso aporte a la literatura, pues fomentó las lecturas públicas y, en lo técnico, la construcción de textos grupales con base en palabras recortadas que, posteriormente, retomarían los surrealistas. El artista que en lo pictórico desarrolló las propuestas del dadaísmo fue Jean Arp, pues propuso perder el control todo lo posible, para crear una obra fiel al azar propio de la naturaleza. Arp retomó el papier collé de Braque y Picasso, pero a diferencia de ellos no aplicó materiales en la superficie, sino que los dejó caer para que fuera el azar quien determinara la composición. El dadaísmo se nutrió siempre del conflicto. En 1924 dio paso al surrealismo. El surrealismo: los sueños de las palabras Todo lo extraño, lo chocante, lo excéntrico parece caer en el campo del surrealismo. Lo cierto es que su nombre se debe, nuevamente, a Apollinaire. El poeta usó dos veces la palabra en 1917; la primera para referirse a Las Tetas de Tiresias, drama que tenía por personaje a una mujer sin instinto maternal que prefería ser soldado a madre y que quería dejarse crecer un bigote; y la segunda para definir a Parade, suerte de cubismo teatral del ballet ruso que dejó perpleja a la gente con el manejo que hizo de los tiempos y las perspectivas. Más allá del origen de la palabra, fue el poeta André Breton quien, desilusionado del dadaísmo, creó un movimiento al que nutrió con las tesis freudianas sobre el inconsciente y la escritura automática. Se basó, además, en Los cantos de Maldoror de Lautréamont, y declaró surrealistas a autores como Dante y Shakespeare, Mallarmé. Baudelaire, Rimbaud, Lewis Carroll, Poe y, por supuesto, a artistas plásticos como Picasso, Duchamp, Miró y Ernst, quien incluso inventó una técnica, el frottage, para transferir a la superficie elementos como espinas dorsales de peces o cortezas vegetales. Breton vinculó además a Salvador Dalí, quien nutrió el movimiento con una obra orientada a desacreditar la realidad mediante la pintura de paisajes oníricos, y al fotógrafo Man Ray, que creó obras como ‘La primacía de la materia sobre el pensamiento’, gracias a un accidente en el cuarto de revelado. Es necesario señalar, además, que la presencia de la mujer en el arte se vigoriza en el surrealismo, tal como lo demuestra la obra de Frida Kalho, quien recrea sus sueños, o Leonora Carrington, quien pinta animales con rasgos de su imaginación y de los animales de las leyendas celtas que leía de niña. El pop-art y su amor por la cultura de masas El pop-art se nutre del vínculo que su fundador, Eduardo Paolozzi, tuvo en su infancia con los helados y confites de la tienda de sus padres y de la relación que este estableció durante sus primeros años de universidad con dadaístas y surrealistas como Tristan Tzara y Max Ernst. El pop-art, no obstante, tiene sus propias preocupaciones, y quizá su mayor componente literario sean son los happenings que Claes Oldenburg empezó a realizar a inicios de la década de los cincuenta y que presentaban dramas humanos en tiempo real. Estos dramas, a su vez, tienen su origen en las diatribas futuristas que realizaba Marinetti y las puestas en escena de los poetas dadaístas, así como en el afán de los surrealistas de acceder al inconsciente mediante la falta de pudor y el amor por lo extraño. Todo se relacionaba, de cierta forma, con todo, en un afán creativo.