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De las palabras a los hechos

El arte de traducir

El arte de traducir
10 de noviembre de 2014 - 00:00 - María del Pilar Cobo, Correctora de textos y lexicógrafa

Durante el tiempo que llevo escribiendo esta columna, he hablado varias veces de los correctores de textos, quizá porque es la parte del proceso de la edición con el que más estoy familiarizada; sin embargo, dentro del proceso de la edición de un texto existen otros actores igual de importantes y que muchas veces reciben el mismo tipo de ingrata indiferencia: los traductores.

 

Cuando usted, querido lector, lee en español un libro de un autor cuyo idioma materno es otro, seguramente pocas veces piensa en la persona que ha hecho posible que aquellas palabras estén escritas en un código inteligible para usted.

 

Los autores nunca escriben un libro en un idioma y lo hacen luego en otro, sino que encargan esta tarea a los traductores, quienes, de alguna u otra manera, logran que el libro, escrito en un idioma original, se convierta en otro y en el mismo.

 

Los traductores son una especie extraña de magos, que logra transformar una obra de arte en otra obra de arte, sin que esta pierda su esencia original. Los traductores, al menos en el campo literario, deben cuidar que el escrito conserve la esencia del arte de su autor, y que los lectores puedan percibirla.

 

Para ser traductor no es suficiente conocer ambos idiomas (el original y el idioma receptor), sino que hace falta conocer también la esencia del autor que se traduce, captar sus figuras, transformar la belleza en la misma belleza.

 

Como sabemos, cada lengua lleva consigo un bagaje cultural impresionante, cada una cuenta con palabras que explican realidades determinadas de sus hablantes, por lo que traducir un texto literario no es tarea fácil. Incluso, en varias ocasiones puede suceder que la lengua receptora no cuente con una palabra que explique exactamente la realidad de la lengua original, por lo que el traductor debe valerse de su propio bagaje para explicarla. Entonces, son varias las competencias que debe manejar el traductor literario: dominar ambas lenguas, conocer lo que se esconde detrás de cada una y conocer profundamente al autor.

 

La tarea de traducir no es tan simple como la de poner un texto en el traductor automático de la computadora, es un arte que lleva mucho tiempo dominar. Por eso, muchas veces una traducción literaria de determinado traductor tiene tanto valor como el texto original.

 

Traductores famosos, muchos: desde Alexander Pope hasta Cortázar, por ejemplo, quien tradujo a Edgar Allan Poe y a Marguerite Yourcenar: es un placer leer una traducción de lujo, que permite captar la esencia tan especial de la autora, y la sensibilidad y sabiduría de su traductor. Jorge Luis Borges también se cuenta entre los grandes traductores, José Saramago de igual manera, y, en nuestro país, el padre Aurelio Espinosa Pólit tuvo a bien traducir los clásicos de Grecia y Roma; es memorable su traducción de La Eneida de Virgilio en versos alejandrinos.

 

Por estos motivos y muchos más, la traducción es un arte que, cuando está hecho con cuidado y sensibilidad, debe ser apreciado y reconocido.

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