Este texto fue cedido por la Fundación Jorgenrique Adoum, en cuyo sitio web se encuentra publicado (jorgenriqueadoum.com) Para que tengamos presente el sentido de la pertenencia, una voz luz, la que escribió Los cuadernos de la tierra, Señas particulares, Ecuador amargo, entre otras publicaciones, nos dijo Cuando no se tiene patria todavía sino esa tristura irremediable debajo del orgullo, patria es el bolsillo de la memoria... Conocí a Jorgenrique Adoum en los albores de los mil novecientos ochenta, un tiempo calendario de quiebre y esperanza donde la quimera redentora del oro negro y su traje verde olivo de botas negras imponía el crudo como modelo de desarrollo y cambio. Un cambio que nunca llegó y que motivó la lucha por la conjugación de la esperanza como mañana y cambio. Dijimos democracia a esa esperanza, a esa ilusión que nuestro andar político rompió y estrujó hasta convertirla en un despojo. La democracia como esperanza, ese sueño por construir, sigue siendo un pendiente permanente de nuestra existencia colectiva, un anhelo común que hoy en estos tiempos del tercer milenio, es ya urgencia. Nos juntó un libro y una preocupación común que para él fue su gran pasión: Ecuador. Jorgenrique vivía en París y a pesar de la distancia y los calendarios que como generación nos separaban, este espacio geografía, país irreal, como él lo llamaba, ...limitado por sí mismo partido por una línea imaginaria y no obstante cavada en el cemento al pie de la pirámide... nos hizo cercanía. Ambos hicimos una suma que multiplicó páginas, él con su palabra mayor y yo con la cámara al hombro, iniciando el andar de los caminos de la imagen, alfabetizando mi alma con sus letras. Ecuador, imágenes de un pretérito presente fue el resultado de esa juntura que conjuga palabra e imagen. Una palabra mayor, la voz escrita del poeta... reflexionando, dando luz a la esencia de nuestro quehacer. Un andar en busca de la luz que devela imágenes y descubre penumbras. La fotografía ...es el único arte que en el momento mismo de ser corresponde a algo que fue... nos dijo la voz de quien, desde la prehistoria del tiempo, nos develó el instante eterno del abrazo en su largo poema ‘El amor desenterrado’, un canto a lo que él llamó ...la primera pareja como dos palabras juntas... Es que la atracción por los instantes que develan la eternidad del tiempo llamó la atención de su palabra escrita para añadir luz de poesía, no solo a la historia, sino a este oficio de la luz, la fotografía. La fotografía en sí misma es un tiempo destello detenido, es la milésima de un segundo, Jorgenrique la llamaba la instantánea de un instante de su propio instante, un pedazo mínimo, el fugaz que se guarda para protegerlo del olvido. Este acto de captura del tiempo, antes en la tira de acetato bañada en granos de cloruro de plata, la película y también en el papel fotográfico sensible a la luz y a los baños del revelador y fijador, una alquimia que visibilizaba la imagen latente. Hoy, es una combinación aritmética, una operación de números, los píxeles que se guardan en las tarjetas de memoria, una memoria digital de millones de colores que son el recuerdo permanente de un instante ido que regresa vivo a la memoria cuando se comete imagen, cuando se la llama en el visor del teléfono celular para contemplarla, para saber que al verla, ese tiempo que nos habita, no regresará más. Sin embargo, el instante de las imágenes del ayer que nos hace ser, aquí en Ecuador; advierte la voz palabra escrita de Jorgenrique, ...dura o se repite existencialmente al infinito... El instante social que captan no ha sucedido una sola vez, sino que sigue sucediendo, prolongándose o repitiéndose. Pobreza, discriminación, desigualdad, riqueza, inequidad, lucha, son realidades que socialmente regresan para repetirse en un tiempo colectivo, en una existencia social que los vuelve calendarios permanentes. Por ello el título del libro de Jorgenrique, Ecuador, imágenes de un pretérito presente. Al terminar la reflexión sobre la fotografía, sobre esas cien imágenes del Ecuador de la década de los 1970 que le habíamos enviado, su voz escrita en ese texto invoca el tiempo del «algún día», la esperanza de que esas fotos, socialmente hablando, tendrán fecha, serán recuerdo. Por ello escribió en la dedicatoria a sus nietos: para cuando esto ya no sea. Sin embargo, 36 años después, los hijos de sus nietos viven ese pretérito presente del libro. Y lo que escribió existe y sigue reproduciéndose en la mitad de la tierra, a lo largo de este nosotros que nos habita, y seguirá siendo identidad de geografía, mientras no sepamos y queramos corregir la conjugación del verbo que mueve y hace nuestra historia. Tiempo después, en el otoño de mi existencia, en la primera década del tercer milenio, a comienzos de 2007, durante tres meses, volvimos a hacer juntura. Esta vez no repetimos fotografía, ni libro. Queríamos tener su imagen viva y su voz como legado para los hijos de sus nietos y para los nietos de nuestros hijos. Por ello cometimos cine documental e hicimos con Alejandra, su hija, cómplice y amiga, y con el equipo de producción cuyos nombres encierran el color creativo del arco iris, Juan Diego, Alexandra, Nelson, Ana Cristina, Diana, la película documental Jorgenrique, un caminar por la memoria de su tiempo, un revisar la existencia del poeta y su poesía, para trasvasar su saber hacia este nosotros que se irá multiplicando en cada amanecer.