Ecuador, 05 de Mayo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Notas

Dragones y utopías

Ilustración de la portada de Ser como ellos, de Eduardo Galeano.
Ilustración de la portada de Ser como ellos, de Eduardo Galeano.
22 de junio de 2015 - 00:00 - Maximiliano Pedranzini. Ensayista argentino

A Eduardo Galeano, el filósofo sentipensante,
el memorioso de los sin memoria, el despertador
de conciencias: el adiós al pensamiento
de la América universal

En el invierno de 2005, yo empezaba a empuñar mis primeras armas como estudiante universitario en la carrera de Historia de la Universidad Nacional de Misiones en Argentina y jamás olvidaré lo que esa voz me aportó de generosidad y de libertad. En el periplo de ese año, tan emocionante como trascendental en mi vida, la amistad de una persona que guió mis primeros pasos en esos intrincados meandros de la selva académica me recomendó para iniciar mis primeras lecturas dos libros que marcaron a fuego mi formación: Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y El medio pelo en la sociedad argentina de Arturo Jauretche. Esa exhortación me quedó grabada en la memoria desde ese día, con dos libros extraños entre sí pero que de alguna manera se complementaban mágicamente en esa búsqueda por conocer nuestra historia en un viaje que comenzaría desde las entrañas de Latinoamérica, para luego detenerme en mi estación local que me llevaría a indagar en la historia y la conciencia de la clase media argentina del siglo XX desde una mirada propia, genuina de alguien que conoció de cabo a rabo la idiosincrasia nacional como Jauretche. Claro, no podía conocer América sino comenzaba por mi propio país, por la radiografía esmerilada de su conciencia burguesa al que llamó “el medio pelo”. No fue al azar sino que tuvo un sentido, un significado que poco a poco comprendería, siendo la bisagra para entrar de lleno a los umbrales de la Patria Grande.

Pero Galeano estaba primero. Obtuve una de esas reediciones que en aquel entonces se conseguían muy fácilmente y no costaban tanto. Abrí el libro y me encontré con la siguiente leyenda: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez…” (Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz, 16 de julio de 1809). Fueron las primeras palabras que leí de Las venas... Son esas frases que te despiertan como un puñetazo en la cara o un balde agua fría. Creo que aún seguimos guardando un poco de ese silencio.

Fue allí donde comenzó mi viaje, mi punto de partida para ir desandado caminos, al que inevitablemente vuelvo, ya sea para repasar sus páginas o para recomendarlo en alguna ocasión. La historia, nuestra historia, jamás dejará de convocar esa obra, de resignificarla. El devenir nuestroamericano traza conceptos que hoy toman una fuerza renovada.

Por ese año tan vertiginoso, atravesado por el bautismo de la militancia universitaria, la calidez de un departamento de historia que nos abrazaba para no dejarnos nunca y un viaje memorable del que se cumple precisamente una década, surgió en mí la idea de decirle a un amigo que luego de leer la obra de Galeano, creía firmemente que este era un revisionista de la historia latinoamericana. Sin titubear, aquel me contestó: “Galeano no es un revisionista, sino un ensayista”. Algo de verdad había en ese planteamiento que por esos días abrió una pequeña polémica entre ambos, en un tiempo en que concebíamos a la historia como una serie de hechos ordenados por el método científico, sea cual sea. El discurso que se respiraba en las cátedras y en los pasillos era que la historia es una ciencia y no una disciplina de relatos y narraciones contadas desde las impericias de la subjetividad. “Eso no es hacer ciencia histórica”, aseveraban, por lo que Galeano, como muchos otros, estaba confinado al mero ensayismo, pese a contar con importantes distinciones y seis doctorados honoris causa.

Galeano demostró ser mucho más que un mero ensayista y narrador de cuentos. Galeano era, sin duda, un revisionista de nuestra historia. Alguien que nos acercó a través de una prosa sublime a las vicisitudes de una región signada por el peso de la injusticia y la desigualdad, el hambre y la explotación. No hay método científico que enseñe mejor que Galeano sobre los orígenes contradictorios de nuestra existencia latinoamericana.

“La historia de América Latina —dice Galeano— es la historia del despojo de los recursos naturales”. No se equivocó en eso cuando lo dijo en Las venas, pues este es un libro que describe ese proceso de vaciamiento. Imperativo histórico que marca nuestro destino como pueblo y del queda en nosotros cerrarlas para que nunca más vuelvan a ser abiertas. Esa es la utopía —como decía citando a su querido amigo Fernando Birri—, que nos hace caminar para estar cada día más cerca de la liberación definitiva.

Galeano era portador de una inmensa calidez humana y una humildad desbordante que no te hacían dudar ni por un segundo del tipo de persona que era. A tal punto llegaba su humildad, que siendo uno de los intelectuales más renombrados del continente, detestaba que lo ubicaran en esa categoría —según él— pues aquellos son “abominables personajes”. En eso se parece mucho al maestro Jauretche, quien consideraba a los intelectuales ajenos al pueblo y propios de las élites dominantes.

En el final de su camino le tocó a Galeano enfrentar al cáncer, ese “dragón de la maldad” como lo definiera él mismo cuando Hugo Chávez tuvo que luchar contra él, al tiempo que el escritor le agradecía al mandatario por haberlo enfrentado de una manera valiente y obstinada. Galeano luchó hasta donde le dieron las fuerzas, con silenciosa templanza. Pero su fuego no se apagó. Porque es de esos fuego que cuando nos acercamos a él, “nos enciende”.

Escribo esta nota con algunos meses de retraso como una carta que llega tarde a destino. El día que murió, mis manos se paralizaron. No podía escribir nada, ni una sola línea. La conmoción enmudeció las palabras. Las lágrimas ocuparon su lugar. Su partida me dolió como si hubiera perdido a un ser querido. Y es que fue alguien cercano a muchos de nosotros que nos regaló algo más que letras endosadas en papel.

Aquí se detienen mis palabras y es así como quiero despedirme de Eduardo Galeano. El gran filósofo sentipensante de Nuestra América que enseñó a sentir y pensar a la vez sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón.

Para estar siempre al día con lo último en noticias, suscríbete a nuestro Canal de WhatsApp.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media