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Diálogo

Diana Armas: “La gente ve lo que tiene dentro”

‘Autorretrato’. Imágenes: cortesía Diana Armas
‘Autorretrato’. Imágenes: cortesía Diana Armas
29 de junio de 2015 - 00:00 - Redacción cartóNPiedra

La artista Diana Armas es joven (Quito, 1981), pero su obra es vasta, pues ella ha explorado técnicas como el óleo (su favorito) y la acuarela. Además, produce objetos artísticos, piezas que oscilan entre lo fantasmagórico y lo onírico. También ha ilustrado textos, como en el caso de la novela Tanta Joroba, de Silvia Stornaiolo. Entre sus series de cuadros están El sagrado matrimonio, Serie Roja y la serie Ejecutivos.

Ahora, la obra de Diana ha sufrido una mutación: la artista ha viajado hacia la experimentación con la luz. En el espacio de un mes, ha organizado dos exposiciones. Para conocer sobre este viraje en su obra y sobre su proceso de creación frente al lienzo, conversamos con ella en el Centro Español, en el escenario de su última muestra.

Vas a inaugurar ahora Amalgama. ¿Qué quiere decir esto dentro de tu producción pictórica?

Es el fin de una etapa y el comienzo de otra. Esto es lo que estoy exponiendo en este momento, la mezcla de estas dos épocas. Sentí que llegué a un punto en mi obra, llevo por lo menos 16 años pintando, en que estuve descubriendo mi estilo y mis técnicas y sentí que todo se acabó. Fue al final del año anterior. Me deshice de todo, de mi obra, para crear el vacío para crear cosas nuevas y descubrir en mí lo que no conozco.

Estás acabando una etapa con materiales, también.

Sí, antes pintaba en óleo, esto que hago ahora es en acrílico y acuarelas. Hago cuadros grandes, complejos. Ahora mi estilo está más refrescado.

Con respecto al contenido, ¿qué es lo nuevo que estás mostrando?

Antes exploraba mucho mi sombra, pero creo que ya lo hice lo suficiente. Ya saturé ese espacio. Siento una nueva luz, que quizá coincidió con mi maternidad.

Cuando hablas de sombra, ¿a qué te refieres exactamente?

A mi lado oscuro, el inconsciente, las cosas densas que todos tenemos en la vida. Por ejemplo, tengo series que hablan del matrimonio, que critican mucho la parte densa de este acuerdo del amor. Otra de los ejecutivos, que me caen mal, odio la burocracia: los retrataba grises, llenos de telarañas… Esto es algo visual más que de las palabras. Igual con los retratos. Para mí todo es visual.

En cuanto a tus autorretratos, que son varios, siempre te he visto en ellos cubierta de joyas, con adornos, oscura, rodeada de animales, de gatos, que son tus favoritos. ¿Qué ha cambiado de esa imagen que tenías de ti misma?

Creo que ahora existe el vacío, y lo creé yo. Todo es más ligero. Ahora estoy explorando mi lado liviano, el lado zen, quizá. Tal vez si hiciera un autorretrato en este momento sería sin joyas, por ejemplo. Quizá me haría un autorretrato embarazada, y sería muy dulce. Mi obra de ahora tiene que ver más con la mancha, explorando lo expresionista, sin mucho detalle, lo que es nuevo en mí, porque siempre he sido superdetallista.

Para mí todo es más visual. Ahorita usé colores más claros, ligeros, más luz.

‘A la mesa’.

¿Quizá estás más ligada al impresionismo ahora?

No, porque el impresionismo tiene que ver con la impresión de lejos. No soy impresionista, porque sí defino las formas, con manchas y líneas negras en tinta, lo que le da a la obra una apariencia de cómic.

¿Tienes influencias para tu pintura?

Antes siempre buscaba en los libros a mis maestros: El Bosco, Da Vinci, Otto Dix, con su estilo medio oscuro. Pero siempre, igual, recurro a los libros porque no tengo modelos. Estoy viendo siempre muchas cosas en varios sitios, pero no tengo una idea fija, así que me puse a hacer expresiones. Me apoyé en imágenes como modelos, pero nada específico. Todavía no sé, en esta nueva etapa, dónde estoy parada.

Para ti, podría decirse entonces que la pintura siempre ha sido un método de autoconocimiento.

Sí, y para no explotar, es una forma de sacar lo que hay dentro, para no morirse. Como a los 18 años descubrí esto. Viajé a España y me maravillé en sus museos, me dije: “Esto existe, y es el arte”. Cuando volví iba a estudiar Arquitectura, pero me di cuenta de que esto era lo que tenía que hacer. Me dediqué a pintar.

¿Cómo te ha ido con la crítica?

Al comienzo me daba durísimo. No tenía mucha tolerancia, estaba muy pegada a mis cosas y era poco objetiva. Lloraba y me botaba contra las paredes. Pero después fui madurando en ese aspecto y ahora, más claro, no me interesa: sé lo que estoy haciendo y punto. Y si les gusta a los demás, qué bueno.

Esta es la segunda exposición que haces en un mes. ¿Son las mismas obras o es otro el eje que manejas acá?

En Xerrajeros quise reunir todo lo anterior y sacarlo. Había obras que solo estaban en mi casa y que muy pocos o nadie habían visto. Ahorita, un mes después, es una recopilación de algo nuevo. Yo exponía en mi casa, era una casa-galería, y no había tenido la oportunidad de exponer todo, al mismo tiempo, porque solo había participado además en exposiciones colectivas, no en una en solitario.

Nunca me han gustado mucho las galerías, porque cuando los cuadros están en su casa, están en su contexto real, por eso organizaba pequeñas exposiciones en allí. Es como cuando vas a visitar a alguien en su hogar. Si pudiera tener de nuevo una casa para ese efecto, porque recién me cambié, haría siempre eso. Me gusta que quienes me visitan vean mi vida real y mi obra. Yo vivo y respiro mi arte.

¿No te sientes, en tal caso, un poco invadida, desnuda frente a la gente que ve tu obra y que te ve a ti?

He aprendido a vivir al desnudo, no me molesta que me vean. Soy honesta con lo que siento. Hay gente que ha entrado a mi casa y se ha asustado, me preguntan por qué vivo entre cosas que ‘espantan’, pero creo que la gente en realidad ve lo que tiene dentro. Yo, por ejemplo, veo mucha ternura en esas sombras que pintaba.

‘Acrílico lienzo uno’.

¿Por qué ternura en las sombras?

Porque todo lo que pinto lo hago con amor. Aunque esté hablando de algo muy doloroso. El hecho de darle tiempo y dedicación a una obra implica amor.

“Cada uno ve lo que tiene dentro”, me dices. Es decir, ¿antes de plasmar tus obras ya las ves dentro de ti tal y como las expresas en el lienzo o en el papel?

No todas. Hay cuadros en los que sí, que tengo una idea que se va alimentando y ¡paf!, ahí sale todo, generalmente me pasa con mis cuadros grandes. Pero también me gusta lanzarme a la improvisación, al tipo de pintura jazz: manchar, ver qué hay, sentir, y sacar lo que esté dentro. Eso es lo que hay en esta exposición. Hay mucho de intuición, ahorita dejé atrás eso de las ideas fijas, densas, cargadas, de que tengo que pintar sea como sea y que me tardo tres o cuatro meses en un cuadro.

Sé que volveré a hacerlo, a seguir esa rutina, pero no aún.

Y ahora que vas a ser madre, ¿cómo has balanceado tu energía?

Un desastre, la verdad (risas), al comienzo sí. Me quedé vacía y me di cuenta de que iba a ser mamá. Sentí que lo perdí todo, que no tenía nada, que no sabía quién había sido antes y quién iba a ser después… Por eso recopilé toda mi obra y tuve que sacarla, para ver qué había hecho. Me dije: “sí, he hecho algo en mi vida”. Y ahora por un mes he estado pintando esto nuevo. Ahora sí puedo preguntarme qué vamos a pintar mi bebé y yo. Yo creo que él también es partícipe. Y se nota. Hay más dulzura en mis cuadros.

Ahora que ya te sacaste de encima lo pasado, y que has expuesto en Amalgama, lo actual, ¿estás planeando otra serie de cuadros?

Quiero volver al óleo y hacer uno de mis cuadros grandes, podría ser un autorretrato, pero volver sobre todo por lo grande y detallado.

¿Por qué te gusta tanto pintar esos cuadros grandes? ¿Sería lo mismo que escribir una obra extensa?

Para mí, esos cuadros que tienen mucha dedicación y contenidos son como joyas, un real aporte que puedo hacer a la vida. Yo me puedo morir, pero ellos quedarán. Estos cuadros que hice ahora son como un juego, para mi diversión, pero los otros son algo que queda.

¿Cuál es el sacrificio más grande que te ha pedido la pintura?

Yo no vivo igual que los demás. Es muy fácil llegar a la casa y ver una película o salir con amigos, pero no vivo así. Pararse y decir “voy a pintar” es difícil a veces, porque dejas otras cosas de lado, te desgarras incluso. Para mí, el tiempo que le dedico a la pintura no es un sacrificio, es hermoso, pero me cuesta mucho empezar. Me cuesta decir “voy a ir al taller a pintar”. Ya estando ahí me olvido de todo lo demás.

‘Acuarela’.

¿Qué puedes decir entonces sobre la primera pincelada de un cuadro?

Eso puede ser terrible pero depende de cómo se comience. La primera pincelada es el alma del cuadro, eso dicen los japoneses y yo estoy de acuerdo. A veces empiezo con una mancha y en ella está toda la expresión del cuadro, al punto que me cuesta trabajar encima de ella, porque es tan liviana y tiene tanto contenido que esa mancha es más hermosa que todo el cuadro que yo pueda hacer. A veces tomo fotografías del proceso de pintura. Pero igual la trabajo (la mancha) porque tengo que hacer algo. Tal vez después voy a valorar más esa primera mancha.

Cuando trato de sacar algo en líneas ahí es difícil. La mancha para mí es un lenguaje. Ahí veo todo. Amo la mancha.

¿Y cuándo ya acabas la obra?

Siento un vacío horrible. A veces me doy largas para no terminar un cuadro porque sé del vacío que voy a sentir, me pregunto qué voy a hacer después… Mientras estás trabajando el cuadro estás ahí, hay un mundo, lo tienes todo, pero se acaba y es horrible.

No sientes entonces una satisfacción del trabajo hecho y terminado.

Antes de hacerlo vas sintiendo eso. Sientes que estás avanzando. Pero cuando lo acabas, tienes que hacer un punto aparte y está el vacío, algo por hacer, que no sabes siquiera qué será.

Eres, en general, una autora prolífica, pintas varios cuadros al año.

Sí, pero es que yo pinto varias cosas a la vez. Un cuadro grande, por ejemplo, me lleva tres meses o más, pero al mismo tiempo estoy pintando otras cosas, porque si no me aburro, me abruma el trabajo. Hago otras cosas, en otras técnicas o más pequeñas. Más mi lío es con los cuadros grandes, que es como estar metida en un libro grande.

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