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Cuando (dis) gustan esos ‘dibujitos inocentes’

Recientemente Hayao Miyazaki, animador japonés galardonado con el Óscar a Mejor Película Animada por Sen to Chihiro en 2003, ha sido fuertemente cuestionado en su país natal a través de redes sociales por el estreno de su filme basado en la vida Jiro Horikoshi, creador del mítico modelo de Avión Mitsubishi A6M Zero de la Armada Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial.

Kaze tachinu (El viento se levanta), es sin duda la más adulta y personal película animada de Miyazaki de 72 años, para el estudio Ghibli (estudio que ha sido catalogado como un Disney japonés) en la que presenta una recreación del Japón en su época de expansión imperial y mayor auge, previo a la Gran Guerra, y expone cómo dos amantes son separados por la catástrofe que se avecina, centrándose en el ingenuo sueño de hacer volar un ave de metal que será la más mortífera de las armas.

Esta ambientación, que evoca una época oscura, ha hecho que Miyazaki, un ecologista y feminista (sus personajes femeninos destacan por su temple y carácter indomable), comente sobre las atrocidades cometidas durante la guerra, oponiéndose a todas, incluso a las producidas por su propio ejército. Una disquisición hecha por Miyazaki en una publicación promocional de Ghibli, Neppu, acerca de la ianfu, (cuerpo de prostitución creado por el ejército japonés durante la guerra) señala: “Sobre el tema de las ‘damas de confort’, es una cuestión de orgullo de cada nación, una disculpa y reparaciones adecuadas deben darse”.

A pesar de que la posición de la facción conservadora japonesa que ha manifestado que dichas reparaciones ya han sido hechas, el debate sobre si en verdad ese y otros abusos fueron reparados debidamente, sigue abierto.

Por estos comentarios Yahoo! Japan fue campo de batalla de detractores y admiradores de Miyazaki. Algunos detractores lo llaman “traidor” y “antijaponés”, incluso le piden que deje de hablar de política y se dedique a lo suyo: animar.

Pero el caso de Miyazaki no es el único. A lo largo de la historia, la animación, que es considerada hasta hoy como una materialización de ideas infantiles y de mentes que no crecieron, se la asume como una creación artística divorciada de la realidad del mundo. Lo cual no es cierto. Por ejemplo, el mismo Miyazaki se manifestó en contra de la invasión a Irak y por ello no recibió en persona el Oscar por su cinta Chihiro en 2003, y Ghibli, el estudio que lo apoya, también ha protestado en contra de la energía nuclear y sus peligros antes y después del desastre de la planta de Fukushima.

“Un animador  expresa gráficamente su percepción del mundo que le rodea, es opinión pura...”.Un animador no solo se divierte, también se enoja, se queja, denuncia la realidad a través de cada dibujo y expresa gráficamente su percepción del mundo que lo rodea. Dependiendo de quién tenga el control de los lápices, la animación puede ser una bandera de paz, así como un arma bien cargada. El sentido crítico del animador es como un lápiz afilado que se clava en la conciencia. La misma historia pone a la animación como una herramienta de influencia de masas, que por debajo de un disfraz de fantasía, puede transmitir las más complejas ideas, como la composición de un sistema político consumista, y hasta puede provocar ideas incendiarias que lleven a una revolución. Cuando el animador transgrede la fantasía, cambia el polvo de hadas por la ceniza ardiente de varios volcanes erupcionando ofendidos, que claman por la verdad o engañan con la más vil de las mentiras.

Trabajos con influencia política

Usar dibujos animados como herramienta de propagación de ideas políticas ha sido una práctica muy usada por gobiernos de Occidente y Oriente. Existen claros ejemplos de propaganda pro militarista como Momotaro, Dios de las olas, de Mitsuyo Seo, que transmite la idea de un Japón liberando a Asia (los héroes, tiernos personajes de fábula infantil, retratan la maniobra sorpresa de paracaidistas japoneses a la isla de Célebes en la actual Indonesia). Por su parte, en Norteamérica, están los cortos de Warner Brothers y Disney contra japoneses y nazis; y los innumerables soviet cartoons contra la invasión alemana. Todos transmiten la exigencia de patriotismo a sus espectadores, necesaria para enfrentarse a sus enemigos, a quienes se los deshumaniza y, por los tanto, se incita a odiarlos.

El campo de batalla mundial inspiraba a crear una propaganda creada bajo la influencia política de los grandes ganadores: Estados Unidos y la Unión Soviética. De esta manera, la propaganda y los animadores serían usados de nuevo: diciendo todo lo malo de uno y otro, sin propiciar un verdadero debate.

El documental animado

Hoy en día, el pensamiento crítico en la reproducción de hechos históricos genera controversia, y los escenarios de fantasía de la animación revelan a veces más realidad que la que nadie se ha atrevido a mostrar en el pasado; un ejemplo es la cinta del cineasta israelí Ari Fulman, quien a través del modesto documental animado de 2008, Vals con Bashir, retrató la Guerra del Líbano en 1982, y el papel que tomaron las fuerzas israelíes en la Masacre de Sabra y Chatila. Todo esto desde el punto de vista de un Ari Fulman animado que no tenía recuerdos sobre lo sucedido en ese día, pero que trata de decirle a su país que la verdad está allí, aunque le den la espalda para no verla.

Por otra parte, en Persépolis (Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, 2007) se cuenta la historia en primera persona de una joven occidentalizada, que vive en la Irán del Sah. Atraída por las ideologías de izquierda, la protagonista mira cómo su país ha sido arrasado por la guerra con Irak, y desde su lectura, evidencia una visión cruda de los hechos, que llegan a nuestros ojos mediante su memoria de adolescente en dibujo animado.

El realismo del mundo donde vivimos no le es ajeno al animador, al igual que a cualquier otro artista. Por ejemplo, Ralph Bakshi, animador israelí, dejó la evidencia animada del paso de los setenta con su cinta Coonskin, una sátira de las relaciones raciales en Norteamérica. Lo logra con personajes como un conejo afroamericano, un zorro y un oso ascendiendo en el crimen organizado, rodeados de drogas, sexo y violencia en los barrios de Harlem. Además dejan huella el lenguaje, la ambientación, las costumbres y la música fuertemente arraigadas de la época, aunque fuertemente criticadas por el Congreso de la Igualdad Racial.

Al igual que obras como Heavy traffic, estos trabajos se enmarcan en ese ambiente setentero violento, de espacios altamente decorados y transitados por prostitutas, dealers, policías corruptos (representados como cerdos en El Gato Fritz, 1972) y cuervos con acento africano (que siguieron siendo citados por los críticos como elementos racistas). El crudo universo setentero de Bakshi termina por masticar a los personajes de buena fe, siempre haciendo una fuerte crítica al fascismo y a la corrupción dentro de las autoridades.

Al igual que el cine vivo, que es emotivo, con la animación se puede tocar los nervios como cuerdas de guitarra. Con la animación se puede conseguir desde el aplauso del público que ha disfrutado de la experiencia, hasta su enojo por el exceso de sinceridad apegado a la realidad o por un injusto prejuicio transmitido irresponsablemente.

La animación no es cosa de niños como se nos ha enseñado. Los creadores de animas, que significa dar vida, soplo o aliento vital, también piensan como adultos, y siempre están enviando un mensaje (bueno, malo o neutral) que muchos no notamos, y si no lo hicimos, tenemos la libertad del replay.

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