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Ecuador, 29 de Junio de 2025
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Apuntes sobre el Blanco (III)

UNO

En el vasto territorio de los Alpes, en una estación llamada Les Arcs, en el dominio de Paradiski, habita un hombre que mientras camina va bordando la nieve con sus pies. Todos los días recorre los lagos congelados de Saboya, al sureste de Francia, creando majestuosas figuras geométricas inspiradas en los Círculos en los cultivos (enormes figuras en campos de trigo o de maíz). Se llama Simon Beck y pertenece a esa estirpe de seres cuyo don es hacer arte con lo efímero. De 5 a 10 horas diarias, el silencioso hombre de 54 años y de origen inglés, dibuja, paso a paso, lo que su mente y corazón le dictan, sabiendo de antemano que su único material es el agua congelada y que, en poco tiempo, gracias al viento y a la misma nieve, su obra desaparecerá. Aún así nada lo detiene. Beck recorre el lienzo de siempre, camina por la superficie helada, dialoga con las montañas, reinventa el blanco. Sus creaciones son —por decir lo menos— alucinantes. Algunas llegan a alcanzar el tamaño de dos o tres canchas de fútbol; y sus formas siempre están relacionadas con modelos matemáticos, diseños en 3D que —al igual que las Líneas de Nazca— solo se logran apreciar desde la altura.

DOS

La motivación de Simon Beck no fue precisamente el arte sino su enfermedad. Un problema en sus pies hizo que ya no pudiera caminar correctamente, por lo que recorrer la nieve era la forma menos dolorosa de ejercitarse. Desde entonces, el excartógrafo pasa horas diseñando la nieve, expuesto a bajísimas temperaturas y, al mismo tiempo, al reflejo engañoso del sol, el cual ha tostado su rostro por completo. Algunas veces, Beck se dedica a labrar la nieve con Beethoven cantándole al oído; otras, limitándose a escuchar el silencio. A pesar de su solitaria vida, de vez en cuando Beck se acerca a algún pueblo, entra en un cibercafé y sube varias fotos para compartir sus creaciones con el mundo. Fue así como lo encontré. Beck, además, escribe en un diario, sin saberlo, pequeños registros a manera de bitácora que dan cuenta de su creación. Yo lo traduzco (tampoco lo sabe). Si todos tenemos una misión en la vida, Simón Beck, en lo más profundo de los Alpes, encontró la suya.

TRES

Aunque parezca absurdo, me habría gustado ser la mediadora para que Simon Beck conociera a Varlam Shalámov, ese gran escritor y poeta ruso que supo llevar a la altura el verbo resistir. Me gusta fantasear con la idea de haberles presentado. Dos seres con caminos tan distintos y, sin embargo, unidos por el misterio que encierra la nieve. Ahora mismo tengo entre mis manos Relatos de Kolimá, donde Shalámov cuenta pasajes de aquellos cinco años en los que fue condenado a trabajos forzados en Siberia, donde la nieve se convirtió en su infierno. El blanco —símbolo de pureza— para él no fue más que privación. Abro el libro al azar y leo un pasaje en voz alta: “Los caminos se abren siempre en los días de calma, para que los vientos no barran los trabajos de los hombres. El hombre se marca sus propios puntos de orientación en la infinitud nevada: una roca, un árbol alto. El hombre guía su propio cuerpo por la nieve del mismo modo que un timonel dirige a barca por el río de un saliente a otro.” Lo cierro. Parecería que Shalámov describiera perfectamente a Simon Beck. Me siento satisfecha, de alguna forma los he presentado. He aquí la magia de las letras, hilos que hermanan a los seres de luz.

CUATRO

Estoy en medio de una galería, sola. La exposición corresponde a María Rosa Jijón, una artista ecuatoriana que durante dieciocho días permaneció en el Polo Sur. De su estancia nació esta muestra: “Stupor mundi”. Del archivo del hielo y otras derivas. De todo lo que veo, lo que me llena es, paradójicamente, lo que no está, lo que imagino. Las fotografías que dan cuenta del estado climático no me dicen mucho más de lo que ya conozco sin haber estado allí; es el rastro poético lo que busco. Avanzo hasta una sala donde se proyecta un video y en él sí logro encontrar el rastro. El video nació de su proyecto Del archivo del hielo o cómo superar el terror al blanco. La escena empieza con la artista en medio de ese océano de hielo. Lleva un traje especial, un overol rojo intenso —al igual que la cinta que va colocando con sus propias manos— y un par de herramientas. Se trata de su acto performático: la instalación de una línea equinoccial en plena Antártida, una cinta roja que divide el territorio en dos hemisferios, simbólicos, imaginarios. Abro y cierro los ojos rápidamente, de manera que las imágenes se intercalan como si fuesen fotogramas proyectados en una sala antigua. ¿Cuántas veces puede fragmentarse el blanco? La artista va trazando una línea irregular; su cinta es una serpiente roja arrastrándose sobre la nieve. Se quita los guantes con la boca. ¿El hielo la llegará a quemar? Ahora cambia la perspectiva. Veo sus pies y la sombra que los escolta. Estación León dormido. Cerro Ecuador. Por momentos la inmensidad blanquísima me recuerda al salar de Uyuni, en Bolivia, con la diferencia de que esta superficie no es sal, sino agua dulce, congelada, la mayor reserva del mundo. La pantalla se queda en blanco. De no ser por la finísima línea de luz que atraviesa, parecería que mar y cielo fuesen uno. ¿Qué dioses habitan en esos templos nevados? “El hielo tiene muchas formas que no alcanzo a nombrar.”

CINCO

Regreso al blanco. ¿A la ausencia? No, a la constatación. Paisaje sonoro suspendido en el campo. Mijail enciende un cigarro. En la profundidad de la noche—en su espesura negra— el humo indica presencia (pájaro ficticio, remolino que se eleva y se pierde). Me gusta observarlo. De rato en rato agarra el mapa que le regaló su abuela, lo estudia. No sabemos si llegaremos a las Islas Desertores, pero al menos recorremos parte del Archipiélago de Chiloé. La temperatura roza los cero grados, aun así no siento frío. Hay fuego en la estufa y la música de los leños también abriga. Un ave ronda la casa, su aleteo es otro tipo de canto. Se trata del Queltehue (Trilque en estas tierras del sur). Miro de frente con dirección al mar. No veo nada. Imagino todo. ¿En qué posición duermen los ángeles marinos? —Quiero ir contigo a la nieve, me dice Mijail. Quiero llevarte al Cajón del Maipo. —Iremos, le digo. Tiempo habrá. Entro a la casa. Imagino a Beck dibujando con sus pies la nieve, en este instante, al sureste de Francia, y pienso en las huellas que Shalámov dejó en el campo de Kolimá. Mijail me observa a través de la ventana. La quietud nos une, la complicidad nos mueve. Ha comenzado a llover. Es de noche y sin embargo amanece. La luna persiste. El blanco es la evidencia de que todo pasa, solo queda la luz.

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