1   En Piedra Azul el otoño es invierno. Sopla el viento desde el norte y han pronosticado 5 grados bajo cero. Aun así, decidimos ir a Puerto Montt. No estamos muy lejos, pero llevamos buen rato esperando el autobús. Junto a la parada, observo un sarcófago celeste. Me acerco. De una u otra forma, todos los muertos me conciernen. El viento sopla más fuerte y parecería que las ánimas me hablan. Estos caminos que no conozco me son familiares (por eso no temo perderme). Mi corazón es un cerebro que palpita. No puedo pensar con la cabeza. Necesito reconciliarme con mis pies.   2   Pasamos por una playa segmentada en pedazos de espejo. Sobre el reflejo líquido, el canto de las aves migratorias. Yo también volé desde otros cielos. ¿Quiénes se reflejan en mi ausencia?   3   Trazo un mapa de acuerdo a los rostros de cada lugar. Estudio rasgos, fisonomías, rictus predominantes. De todos, me quedo con el de los viejos. En ellos, cada gesto es un surco.   4   Creo en el hacedor de lluvia. Creo en quien pronostica la lluvia. Pero sobre todo, creo en la lluvia.   5   Sentir el horror de perder -por unos segundos- la funcionalidad de todos mis sentidos, y saber que ese horror me genera aun mayor sensibilidad.   (Algo dentro de mí me boicotea)   6   Esta pluma es mi arma. ¡No me la quites! Aunque duela... no me la quites.   Silencio. 7   Tarde gris y el mismo impulso de huida. Sin lugar y sin motivo. Ganas de llorar y de lluvia. Pero sobre todo ganas de abrazar a las ovejas que ahora pastan frente a mí (y que cantan ajenas al frío). Tres mujeres cortan leña a las 5 y 57 de la tarde. Lo sé porque ese sonido -entre el machete y el roble- es mi único reloj.   8   Mientras la música corre yo escribo este discurso de la inutilidad. Va dedicado a los sobrevivientes de la Noche. De esta, de las otras, de las que no llegarán, pero ya disfrutamos.     9   “El miedo, ha escrito Canetti, inventa nombres para distraerse; el viajero lee y anota nombre en las estaciones que deja atrás con su tren, en las esquinas de las calles adonde le llevan sus pasos, y avanza un poco aliviado, satisfecho por ese orden y ese ritmo de la nada.”   (Claudio Magris. Danubio)   10   Llueve al final del continente. En el sur cada lluvia es distinta. Su ritmo y densidad cambian abruptamente. Quiero contar las gotas de agua, una por una, con los ojos cerrados. Abro la boca, saco la lengua, en mi garganta va creciendo un mar de pájaros ahogados.   11   Pienso en lo que el filósofo Maurice Blanchot planteó en su momento sobre el acto de nombrar, y extraigo de mi memoria esta idea: “La palabra me da lo que significa, pero antes lo suprime”. Pienso en los hombres que desde el inicio de los tiempos intentaron nombrar, por ejemplo, infructuosamente la lluvia. Y pienso en lo que Hegel dijo al respecto: “El primer acto mediante el cual Adán se hizo amo de los animales, fue imponerles un nombre, vale decir que los aniquiló en su existencia”. Si digo lo que pienso estoy matando una idea en su estado más puro, pero sin esa profanación no me sentiría completa; aunque mi sentimiento de totalidad sea ilusorio. Jamás estaré completa y en ello radica mi escritura.   Bendita sea la cojera de mi espíritu.   12   Yo -a quien llamas con amor Carloca- he visitado el interior de un cerebro no humano. Las ramas de los árboles de Castro son masas grises a las que observo con asombro. A pesar del frío, podría admirarlas por horas.   (¿Quién camina, ahora mismo, en mi cerebro?)   13   Así como esta carretera: cemento húmedo, reflejo de sol, pasto, caballos y árboles, hay otro paisaje de nubes desperdigándose. Una mujer se aleja rompiendo la quietud de la escena. Un letrero divide los pueblos que visité de aquellos que no conozco. Nuevamente la disyuntiva: ¿Hacia dónde virar? ¿De qué me perderé si elijo el lado contrario? Pero, sobre todo ¿Cuál es el lado contrario? Afortunadamente, Mijail y yo nos guiamos por el olfato. Podrán faltarnos brújulas, mapas, relojes, pero siempre tendremos ajustada la intuición.   14   Piedra sobre piedraen esta playa se construyeun museo de lo efímero.A él asistimos cuatro visitantes:tres perros y una forastera.Las tristezas del pensarel mar se las lleva con su espuma.Uno de los perros roe una piedracomo si fuese el más valioso de los huesos.(¿De las miles que aquí se encuentran,por qué esa?)Una vez que la atrapa con sus dientesla trae hacia míy atento escucha este poema.Al cabo de un rato sube la marea,la piedra  resbalay rodando se pierde entre las aguas.Un poema es eso, pienso,una piedra,sólo el tiempo decidiráen qué profundidad acaba.   15   Sigo creyendo que pese a la limitación de la palabra, es esta quien confiere la materialización de la idea. Hay algo en el nombrar que no lo consigue otro recurso. Al menos para mí. Por ello seguiré tratando, como una orfebre, de colocar palabra por palabra en el sitio correcto. Hablar con propiedad va más allá del uso del idioma, tiene que ver más con la lealtad a la raíz de esa idea, con la revelación. Seguiré siendo consecuente ---con el verdadero lenguaje, el que está más allá de la escritura, en el anverso de mis párpados.   Y si para ello necesito quebrarme, una y mil veces, así lo haré.