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Entrevista
Agustín Guambo y el paisaje de los rinocerontes
Los rostros de la poesía joven se reconocen, entre ellos, en las ciudades. En Ecuador, es un círculo que busca un público nuevo. Pero el proceso es lento. Podría decirse que sobrevive en el under. Uno de ellos es Agustín Guambo (Quito, 1985), ganador en 2014 del Concurso Hispanoamericano de Poesía Rubén Bonifaz (México), con el poemario Ceniza de Rinoceronte, que será publicado por editorial La Caída, de Buenos Aires.
Guambo es psicólogo clínico por la Universidad Central del Ecuador, máster en Antropología por la Flacso y cursa una maestría en la Universidad de Buenos Aires en Literatura Española y Latinoamericana. Su primer poemario, Popeye’s Sea, fue publicado en Lima por RAS (2011) y La Apacheta Cartonera (2014). Actualmente es investigador del proyecto Clavemat de la Escuela Politécnica Nacional y Director del proyecto Anarkoeditorial Murcielagario Kartonera.
Ceniza de Rinoceronte empezó a dibujarse en Buenos Aires, mientras asistía a su última maestría. Allí hacía mucho frío. Un frío distinto al de Quito. Por ello, no salía: dedicó su tiempo a escribir. Allí sintió el desarraigo de su ciudad natal, proceso literario que continuó con su paso por Lima y se extendió hasta su retorno a Quito. Años atrás, sus textos mostraban respeto por su ascendencia indígena, pero en sus viajes actuales se descubre como un ser universal que habla de seres milenarios y cósmicos.
En el prólogo del libro, el escritor ibarreño Huilo Ruales cuestiona y responde a la vez: “¿Quién es el rinoceronte, el poeta o Godot o el padre?... El rinoceronte es el poeta más el padre más Godot más la ciudad nocturna más el pretérito más el sueño olvidado que lo tenemos tatuado. Más la fuerza con la que se intenta decir lo que no se dice. Más el silencio que es el lago de donde salen y a dónde van los poetas con sus alas demasiado grandes para cruzar a pie la ciénaga la nieve el fuego que todo lo transforma en ceniza. La palabra es el ave fénix degollada”.
Ceniza de Rinoceronte es un viaje ancestral desde el antiguo Tahuantinsuyo hasta ese mismo imperio modernizado, actual e imaginario. Guambo ubica al lector en el año 5522, correspondiente al calendario ancestral andino (2014 en el calendario romano). El presente es para él una especie de “posfuturo”.
El poeta indígena y cosmopolita intenta hacer un pacto íntimo de entrega y amor, aunque se ve atrapado en la desolación, y envuelto en la rapidez de las rupturas físicas y emocionales al ser parte de la globalización y su tecnología.
Esto no solo se refleja en las imágenes creadas, también en la voz poética que recurre al quichua, español e inglés, para descifrarse.
El texto dice: “Marx sería un buen shamán en el siglo XXIII (…) padre y madre galoparon un anciano río madre no sabe nada del tercer mundo donde le ha tocado parir padre no sabe nada sobre Pachacamak señor del universo aquel que no es kari ni warmi pero siente que éste agoniza en su semen…”. ¿Por qué “Marx sería un buen shamán en el siglo XXIII”?
Critico al neoindigenismo y pachamamismo que en todo ve a Marx o la secuela de su sombra. Quizás Marx sí fue un poeta y por eso cantó un cantar de los cantares económico. Es mi idea de lo anarco que puede ser la poesía.
En el libro recurres a tres idiomas: español, inglés y kichwa. ¿Por qué el kichwa, todavía, en este siglo?
Pienso que el lenguaje es la mejor manera de lograr que la memoria de un pueblo perdure y se arraigue. En este trabajo propongo una estética de “hibridación”, una poética ciborg-mestizo-mutante. Propongo un poema paranoico que se encuentra en el límite del lenguaje, que usa tanto el español, inglés y el kichwa (idioma ancestral de mi país). Trato de tejer un palimpsesto de imágenes sin coordenadas geográficas ni idiomáticas.
En el texto dedicado a tus padres (pág. 42), se lee la confrontación de una mujer indígena en la ciudad y de un mestizo contra la Pachamama. ¿Por qué “madre olvídame soy el llanto de un animal insomne”?
Mi propuesta se define y trata de obtener su espacio propio. Yo respondo a un entorno sociocultural proletario-indígena, lo cual no quiere decir que use el tono mesiánico del reivindicador de lo ancestral. No niego al capitalismo, ni que sea un hijo del esmog, de la cosificación social, del fetichismo ancestral; en mi poesía, no niego mi condición: que soy un indígena-mestizo andino. Quizás en esto difiere mi trabajo de otros, pero como digo, es muy especulativo. Mis padres son un eje central para el libro. Mi madre habla kichwa, pero creció pensando que es mejor el español, mestizarse, ‘urbanizarse’, olvidar y seguir. Mis padres son un proceso complejo del cambio campo-ciudad. Sin su esfuerzo yo no habría aprendido a leer; me quisieron dar vida y estoy aquí. Yo estoy agradecido. Son todo. Son el principio. El Alfa y el Omega.
¿Te preocupa la muerte de tu identidad indígena?
Alguien decía que no es tan importante lo que muere sino lo que se transforma. Todos estamos en ciclos de cambio constante, pienso mucho el crecer como aquel amaru de dos cabezas que se devora a sí mismo; ese eterno ciclo de conocimientos que conforman tu ser. Creo que hay mucho drama con eso de la identidad en cualquier nivel. Que está en crisis, dicen, rescatémosla. No sé quién se la robó o la secuestró seduciéndola pero rescatémosla, nos dicen. Creo en mis ideas y mis principios, si esto me une a alguien y compartimos con sinceridad momentos, esto lo hace mi hermano, sea quien sea.
El rinoceronte y los poetas jóvenes
En el poemario, los rinocerontes se aparecen como fantasmas, traen consigo fuertes pisadas del pasado, son el recuerdo de lo imborrable, talvez de los errores. Así también, son la visión de la libertad que la voz poética anhela con cierta vehemencia. “Nunca costó tanto llorar como ahora que recuerdo tu olor y escucho la danza violenta de la noche ascender y una manada de rinocerontes corre libre en los páramos andinos ninguno de ellos es nuestro hijo ninguno nos pertenece” (página 44). Poema catártico, dice también Huilo Ruales, quien señala que “el poeta camina se va despojando, como de una indumentaria sacerdotal manchada de vino y de sangre, de la inocencia, la memoria, los enigmas y las máscaras, hasta convertirse en cenizas”. Los rinocerontes son la memoria que trastoca o impide la trascendencia cuando se ha chocado con el caos, cuando la única opción es retomar y resurgir. Guambo asume el control y les dice: “hasta aquí la crónica de los rinocerontes/ la llama debe hurgar la ceniza antes de extinguirse”.
¿Qué hace un rinoceronte en la cordillera de Los Andes?
Escribo sin duda porque tengo malos días, malas decisiones y a veces malas drogas. Escribo para llegar más rápido al olvido.
En el libro (pág. 38) dices “…nadie nos enseñó cómo purificar el olvido/ nadie nos dijo que el amor es un manicomio…”. ¿Qué busca la voz poética en los viajes desde el Tahuantinsuyo hacia la ciudad moderna?
Serenarse, quizás. Es un viaje medio psicodélico, psicótico y androide, para poder encontrar ese espacio donde asfixiarse sin miedo y poder hacer algo tan simple como llorar. Sentarse y decir “hasta aquí llego”.
¿A veces no te pasa que tienes todo listo para correr y después..., ¡bang!, el disparo te lo dan a ti, no al aire?
Eso sientes quizás con la lejanía: desgarrarse del otro, de su espacio, más que de su carne. Y te vuelves un poco, solo un poco, humano.
“…He aquí tu raza en medio del smog en medio de la mácula lunar del páramo desnudos y ebrios preguntando de casa en casa por Yarukí y Punín (…) por mi abuelo por mis padres por mis hijos y no hallemos sino ofertas y saldos y a un gringo albino sonriendo bobamente mientras graba el llanto de un wawa como quien graba su serie dominical Yarukí y Punín punks andinos brotan del vientre húmedo de las flores (…)”.
¿Por qué Yarukí y Punín son catalogados como punks andinos?
Son poblaciones de Chimborazo donde hubo levantamientos indígenas. Sobre todo Punín es interesante, es un origen, como una pacarina milenaria: un lugar central para entender el inicio de los seres humanos. Yarukí es donde hubo un levantamiento que fue sofocado por García Moreno, una matanza atroz.
Te han llamado “poeta pospunk”. ¿Qué es el punk en ti?
Es esencial en mi vida. Creo en la protopoesía que nació del punk. El punk es como una forma de homenaje a un espacio de mi vida. Poesía punk, rebelde, osada, malcriada, contra el canon, discutida, odiada, roñosa, cargada de frustración. Bueno, quizás un poco efímera, fluvial, rápida, speed, instintiva, espontánea, borracha y anarquista-materialista. Un poco nada, un poco todo. No hay amigos ni enemigos. ¡La poesía es todos contra todos!
El proceso de mestizaje está presente en todos lados. Creo que eso veía cuando trabajaba con mi familia en Riobamba y la gente en el campo vestía como punks. Tengo la noción de que eso es la poesía, llegar a ese proceso, a esa inclinación; también es una nueva forma, en el mestizaje hubo gente que se paró. Ahora hay esta nueva forma de descontrol social, se está combatiendo a través de estos nuevos punks, es como una forma de revancha.
Entonces, ¿eres un poeta pospunk?
Así me dicen (ríe). Creo que sí, me arriesgo en mi poesía como lo que dije del punk. Eso es para mí la poesía, esa es mi poesía, eso busco. Aparte de mi influencia ciborg-mestizo-mutante, que es como yo defino a ciertos poetas que están en mi misma onda.
¿Hay esta especie de underground poético en las ciudades?
Sí, existe un proceso under en la poesía, porque es un género muy minusvalorado.
Muchas de las veces las ideas o las imágenes para un poema salen de lugares tan extraños como ver a una persona dormir o mirar por la ventanilla del bus. Ahí afuera está la poesía, ahí afuera sucede la magia, afuera está la obsesión que alimenta mi poesía. Yo no tengo problemas con la hoja en blanco, ni me desespera ni es una lucha constante como muchos otros escritores manifiestan. De hecho mirar una hoja en blanco es como ver una carretera que nadie más ha caminado y que uno quiere recorrer con los pies desnudos y cantando un blues de Coltrane o un yaraví (música autóctona de Los Andes).
¿Cómo calificas a los poetas jóvenes del Ecuador?
El movimiento de la poesía joven es fuerte. Creo que son los que más se arriesgan, de hecho. Muchos de los que conozco son poetas jóvenes. No sé hasta cuándo podría llamarse “poeta joven”, es muy complicado, muy difícil. Más bien no deberíamos hablar de poetas jóvenes, sino creo que es generacional. No creo que exista poesía joven sino una nueva corriente que trata de romper algo.
¿Romper qué?
Es más enfocado hacia este proceso cósmico que estamos descubriendo como seres humanos, con tantas cosas que uno tiene encima en un modelo de ciudad capitalista. Me parece que todo lo que nos dijeron que estaba mal, lo hacemos. Estamos contra todo. Parafraseando a Bolaños, ya no tenemos 20 años pero aún seguimos locos. Creo que esa es la generación que estoy viviendo.
No creo que hay una generación actual en el país, sino muchos deseos que se están uniendo. Hay una gran movida independiente protagonizada por jóvenes. Estamos caminando para decir “Ecuador existe poéticamente”. De lo que menos se sabe en el mundo es de poesía ecuatoriana que vale la pena leer. Hay un montón de gente que ha hecho quedar muy mal al país y nos ha hecho mucho daño que nos lean afuera ciertos poetas.
Entonces, ¿cómo adjetivas a la actual generación de poetas?
Hay que romper ese sesgo de poesía joven o poesía primitiva. Simplemente hay poesía. Hay buena y mala, como siempre se ha dicho. Creo que lo bueno de esta nueva ola de personas que se dedican a escribir, no es la búsqueda de identidad; hacen otras cosas, están escribiendo para algo más. Es muy intranscendente pensar en lo que nos divide a nosotros mismos. Yo apunto a darnos cuenta de que, primero, somos milenarios.
Eso es lo importante de estas generaciones, que van más allá de los problemas, a pesar de que son reales. Estos arquetipos que nacieron de Dante se van convirtiendo en nuevos híbridos, más mestizos, más mutantes, que es lo que propongo. Creo que se busca hacer una poesía mucho más arriesgada y encontrar un nuevo tipo de lectores. Eso es para mí la poesía joven: buscar una nueva forma de decir las cosas.
¿Cuándo se quema el poeta?
Ojalá se quemen todos (vuelve a reír). Que hiervan sin miedo. Uno no puede escribir sin alegría, uno tiene que estar emocionado por lo que escribe. Cuando dejas de escribir porque te gusta... Cuando quieres escribir para agradar al otro: ahí es cuando te quemas.